Estaba el otro día en la exposición del impresionismo americano en el Museo Thyssen de Madrid, reencontrando otra vez los cuadros de John Singer Sargent al que conocí en estas salas hace años junto con las pinturas de su amigo Joaquín Sorolla. Había bastante gente conmigo a pesar de los turnos de entrada e íbamos en tropel viendo las obras y la admiración por la belleza de los cuadros con sus pinceladas sueltas como de gotas de lluvia sobre el lienzo, era general. Descubríamos a cada paso, nuevos autores que vivieron en Giverny con Monet en su casa como Childe Hassam, Theodore Robinson, cuadros llenos de color. Al llegar a una sala a mitad de la muestra, nos encontramos con un despliegue en una pared de obras todas del mismo grupo de almiares de heno en un campo, “ Niebla y sol de la mañana” de John Leslie Breck. . Un amigo de Monet y aficionado como él a mostrar en una serie de cuadros, el paso de la luz hora a hora, deslumbrando cada uno al ser contemplado al lado de los demás . Una pequeña Orangerie francesa transformando los nenúfares de Monet, en pajas, heno y luces que caían. Y mientras yo volaba en un momento a ese reloj solar lleno de miles de colores del otoño sobre la era, las señoras que tenía al lado comentaron en voz bastante alta,… “estos si que son horrorosos”. Sentí de repente como si ese aire que entre las almiares veía pasar, me plantara un tortazo en medio de la cara. Allí me quedé consolando al pobre Leslie que como yo se dolía ante este desplante, sobre todo porque no habían estado mirando la profundidad de la niebla, la proporción esbelta y el color en su paleta de matices y luces, ni un segundo.
No creo que la apreciación de una obra de arte tenga que ver con el estudio o la cultura sobre el autor y sus características, como si nos hubiéramos leído todo el Summa Artis entero y lo supiéramos defender. Cada espectador es libre de opinar y soberano en ello, mirando cada obra el tiempo que realmente desee. Pero creo que nuestras opiniones están relacionadas con nuestra manera de mirar: ayuda mucho en esto, haber estado tirado en un prado una tarde de otoño viendo el paso del tiempo sobre los henos pulverizados de niebla, las líneas de la luz sobre el horizonte, las casas a lo lejos cambiando sus colores y las sombras moviéndose entre ellas. El humo que de repente lo cubre todo, la luz que al poniente roja se embarca en los charcos del camino, el frío azul sobre los pies y el ancla para no moverte de allí bien clavado en los ojos que sobre todo el campo vuelan.
Miramos en un doble proceso que nos explica John Berger en su ensayo “ Mirar”: de la limpia y sencilla experiencia sensorial cuando estás tranquilamente tumbado en este campo otoñal de heno en almiares peinado con las sombras de la ciudad como verja de la mirada, pasamos a otros acontecimientos vividos y que nos muestran un proceso significativo, lógico para mi, y simbólico de lo que realmente soy. Miro la vida muchas veces desde mi propia experiencia, y el deleite con la belleza, con la luz y la sombra sobre el horizonte sembrado de luces, donde realmente se levanta es en esa exposición tan personal de mi propio ser, donde esta experiencia concreta se encadena a otras muchas formando un filtro muy especial y personal, unas nuevas gafas que me hace disfrutar de estos cuadros de manera única.
Creo que esto es lo que los artistas buscan, que buceemos en sus obras hasta encontrar la belleza que en el fondo descansa, la idea artística o estética que la define, aquel color, aquella sensación de frío. Todo esto se basa en un principio que creo cimentador de toda experiencia artística: que el espectador, el oyente, el lector, se constituye en el alter ego, la sombra del artista. Somos como esas almiares de heno de Breck, cada uno de nosotros, y en cada tiempo concreto de nuestros días levantamos la obra de arte de verdad, dando luz, color y vida a lo que el autor nos regala en una exposición, un libro o un concierto. Esa obra, partitura o libro construido de pinceladas etéreas como de gotas, sonidos, palabras, va poco a poco levantándose, y haciendo algo mucho mas increíble y real de lo que nunca un creador o artista quiso o pudo hacer. Y la educación artística de los jóvenes y de nosotros mismos debería ir por aquí: al lado del manual lleno de contenido teórico, y memorístico, pongamos un prado de heno en el que recostarse un día de otoño para ver cómo cambia su color, la luz, el humo, la niebla y las sombras de la ciudad sobre el poniente.
Artículo publicado en el Diario de Ávila. 8 de enero 2015.