Cuando el otro día disfrutaba de la Exposición antológica sobre Luis Morales “el divino” (1510, 1586) en el Museo del Prado, relajándome de reuniones de empresa, no podía estar mas de acuerdo con la comisaria de la exposición Leticia Ruiz sobre la personalidad única de un pintor que este museo quiere con esta muestra poner en el lugar de la historia del arte que realmente le corresponde. Su calidad técnica en esos rostros en donde el sfumato se resbala suavemente recordando mas que a Leonardo, a Rafael; la cuidada representación religiosa que hunde sus raíces en la iconografía y espiritualidad ignaciana; los fondos oscuros para resaltar las figuras y dejarlas así envueltas en un halo de santidad; su iluminación casi escultórica, como representando ante nuestros ojos la escena real, única y bellísima.
Y las estrategias empresariales, el deseo de reforzar una marca, de buscar un mercado apropiado y a la vez de crear un producto sobresaliente, único, tan artístico como devocional, aparecieron poco a poco sobre las tablas de Morales. Todo parecía que salía como un humo de la sala de reuniones de la empresa. Tal vez parezca esto un poco forzado pero si conocemos un poco cómo fue su vida para explicar la belleza de su obra, nos quedaremos asombrados. Con una clara vocación comercial, y trabajando fundamentalmente en Extremadura donde estableció su taller, definió un estilo propio que hace que reconozcamos sus cuadros de manera automática. Las influencias del momento mas sobresalientes de Flandes y de Castilla aparecen en la concepción de cada lienzo, en autores que le ayudaron a definir su propia manera de pintar como Alonso de Berruguete y Sebastiano del Piombo. Supo además qué quería hacer como nadie, los rostros bellísimos y la cuidada realización del conjunto y qué otras cosas le interesaban menos, como las figuras secundarias y el resto de la composición.
Quería además poner al espectador de sus cuadros a su lado, ganarse en un momento su atención y hacer como un guiño desde el lienzo. Coloca a veces en obras tan conocidas como “ La Virgen con el Niño y San Juanito” del Prado, una mosca tan real que tienes ganas de ir a espantarla en un momento. Allí nos quedamos mi hija y yo un largo rato mirando la mosca cómo se posaba en la frente del Niño Jesús. Parece que estas moscas “ muscae depictae”, se han utilizado en el arte pictórico desde la época de Giotto, mediados del s. XIII, cuando este era discípulo de Cimabue y para probar a su maestro la pericia de su pintura, dibujó una tan perfectamente retratada que parecía real.
La parte comercial de Morales aparece en cada cuadro junto con el mensaje de su conocimiento del arte italiano, el amor por la naturaleza que de forma repentina irrumpe en los temas religiosos, la propia idea de la fugacidad de la vida o “memento mori”. Una amalgama de mensajes que junto con la belleza de sus composiciones envuelven al espectador y probablemente al comprador y coleccionista de arte desde el s. XVI hasta hoy. Pero a Morales se le escapó como cliente el rey Felipe II; en el catálogo de la exposición se cuenta que en un encuentro entre ellos en 1580 , el monarca le dijo – “ muy viejo estáis Morales”, y el contestó, -“ sí señor , muy viejo y muy pobre”, a lo que el rey dijo, -“ Que le den 200 ducados para comer” “¿ Y para cenar?”, preguntó el mas que divino, humano Morales. – “ Que le den otros ciento” zanjó el monarca.
Lo cierto es que con su manera divina de pintar los rostros, “ La Virgen del pajarito” de la iglesia de San Agustín de Madrid, o “ La Virgen de la leche” del Prado, de su taller de Badajoz en el que dio trabajo a muchos pintores algunos de su familia, llevó a cabo un montón de proyectos que se distribuyeron por toda España y Portugal, marcando su personalidad como a fuego, enmarcada en su sello: hoy lo llamaríamos marca. En la catedral de Ávila tenemos un “ Ecce Homo” de su taller, que procede de la iglesia de San Pedro, de la puerta de un sagrario.
Steve Jobs aportó al mundo su visión empresarial con una manzana mordida, y nuestro pintor Morales salta desde el Renacimiento travestido de mosca, posándose aquí y allá delante de nosotros, haciendo además un discurso pictórico único, divino, lleno de belleza y de interés. Miramos el arte y nos cuenta tantas cosas, … algunas como recién salidas de un MBA de la época de nuestra Santa, mientras la vista se recrea en las salas del Prado.