poema
Hay un pueblo
que a cada poco
se despierta
sobre una colina.
Las mariposas de las matas
se suelen quemar.
El fuego
va comiéndose a mordiscos
cada ventana,
la línea quebrada sobre le cielo del roble
la respiración que emocionada
se desata
entre matas,
sobre mi.
Calor y quemazón,
cal y arena,
vida en medio del sueño,
perros aullando hacia el sol,
regueros llenos de amapolas
que se tienden
quemadas en su propia
piel.
Hay un pueblo
que cada día construye
un dintel de piedra
para que entres y arrases,
construyendo una línea
que se funda con tu infinito.
Un lugar tan pétreo
como mis ojos llenos de mica,
Y me visto así,
con las alas impregnadas
de tu aliento explosivo,
sintiendo como nace
de cada ampolla
el campo abierto
y la vaguada donde
descansas,
reptando en bocas de fuego.
Mariposas de luz,
sonidos de aguas incendiadas,
sol y árboles quemados
caminando
tan cerca de mi.
Hay un pueblo
que se come tu luz
algunas mañanas.
María Ángeles Álvarez
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