UNA CERILLA, UNA CORONA DE ADVIENTO Y UNA ORACION.
En estos días de noviembre parece que todo se junta dentro de nuestras tripas, produciendo una especie de cólico muy doloroso; la muerte recorriendo en un viaje sin sentido las aceras y los suelos de salas de fiestas, restaurantes y calles de Paris; ciudades como Bruselas en estado casi de queda bélica, mas de medio mundo llorando por tanto horror, se juntan con el asomo de otra navidad llena de consumo y compromisos sociales . Y es difícil poder pensar que estamos en el camino hacia la navidad, y digerir todo: el anuncio del Black Friday que de los países anglosajones nos llega estos días empujándonos al consumo, las citas de las cenas navideñas, las compras, los dulces tan poco indicados para este estómago tan revuelto. Hemos ido poco a poco construyendo unas fiestas llenas de obligaciones y gastos que al finalizar su recorrido, que siempre queremos que sea blanco y de nieve como el del trineo de Santa Claus, es recuerdo y desolación. Nostalgia es una palabra que casa muy bien con todo esto, volver a ese espíritu de la navidad que parece sólo colarse en los anuncios y en las películas de los domingos. Y todo este panorama que preveo se junta con este campo de batalla, donde la intransigencia vestida de bandera y religión acampa muy cerca de nuestras casas.
Tengo esa sensación de vivir en una sociedad que poco a poco va transformando las cosas bellas y tiernas de la vida, los buenos sentimientos, la fe y el amor, en algo que se puede comprar, vender, y mancillar muchas veces. Y esto provoca en muchas personas especialmente en los mas jóvenes y vulnerables, hijos de la desestructuración social y familiar, un hueco tan grande en su vida como el de una cuneta al lado de un paredón. Qué hacemos con los jóvenes que naciendo en una sociedad librepensadora, que ha luchado durante miles de años por conseguir unos derechos para todos, prefieren alinear y construir en su interior una barrera de intransigencia y de odio, al menos un bastión firme en medio de tanta permisividad y relativismo social. Y dejan sus casas para alistarse a la yihad, las chicas para además de inmolarse como los varones, engendrar nuevos reclutas del horror.
Y en estos días que hacemos las coronas de adviento, sintiendo cómo la naturaleza viva nos reconforta llevándonos a nuestro primitivo lugar como seres mas de sus confines, el árbol se erige como fuente de protección, como majestad que todo lo vislumbra, me gustaría mandar un mensaje auténtico de adviento en forma de ramas de abeto, piñas y manzanas. Nos creemos a veces seres ya muy evolucionados, esta civilización intercomunicada y cibernética, a veces nos confunde, y digo esto porque estas actitudes y violencia sin sentido nos devuelve siglos atrás a un momento cruel de guerras de religión, de miedo y de oscuridad. Los antiguos celtas en estos días rezaban a su dios Odin encendiendo velas para que la oscuridad del invierno acabara pronto y el fresno mágico Yggdrasil, se llenara de hojas y frutos. Y aún sentimos que vivimos en esta oscuridad mas acentuada por todo lo que estamos sufriendo, encendemos velas bajo los abetos y en las coronas que con ellos hacemos, volvemos una y otra vez a replantearnos quienes somos de verdad y cómo la rueda del tiempo, lavadora que centrifuga, a veces nos saca del tambor del lavado.
Leía estos días a Julia Kristeva , filosofa, psicoanalista, ensayista y feminista activa a la que tuvimos la suerte de oír en una conferencia hace poco en la universidad de la mística, cómo ayuda a jóvenes desencantados y vacíos a sentirse propietarios de si mismos y a dejar a un lado la tentación de afiliarse a estos grupos del terror. Habla del descubrimiento de la interioridad y cómo la guerra donde nace y donde hay que encontrarla es en el interior de cada uno. Y me acordaba de sus palabras sobre Teresa de Jesús, y cómo el humanismo que desde el Renacimiento nos lega, se encuentra al margen de tantos planteamientos radicales. Una corona pero no para un funeral, sino para construir un tiempo de adviento mas auténtico, donde podamos en un viaje entre nieves, alambradas, paredones y ramas de abeto, encender también una vela, para ir poco a poco vislumbrando el panorama y el paisaje en el que descansar y recobrar la calma. Un lugar que nos recuerda nuestra Santa que está muy cerca de nosotros y sólo necesitamos un poco de silencio , y así oiremos nuestra respiración y la de los demás seres de la naturaleza que a ella estos días se van a caminar. Enciendo una cerilla como aquella niña del cuento de Andersen en aquel portal con tanto frio, invoco al verdadero espíritu de la navidad mientras con ramas de abeto voy tejiendo una oración por tantas victimas inocentes.