UN PASEO INVERNAL CON THOREAU. El arte de caminar como un vagabundo.
Estaba el domingo esperando la nevada que los meteorólogos nos anunciaban , hundida en un sillón con una taza de te, cuando cogí el libro de Thoreau, “ Un paseo invernal”, de la editorial Errata Natura , publicado en noviembre de 2014. Y allí apareció algo que suele caer como una nevada estos primeros días de enero: un propósito de año nuevo. Ese deseo que siempre tenemos de que este año alguna cosa de nuestra vida diaria cambie, hacer deporte, adelgazar unos kilos,… El propósito que Thoreau nos propone es realmente muy sencillo, un empujón nada mas: caminar. Un arte que lejos de recubrirse de fines deportivos, o incluso de salud física, está mas cerca de un planteamiento libertario de la vida, cercano a la actividad de los “ holgazanes” que abren la puerta de su casa y se van por ahí deambulando durante horas. Y así, alguien que permanece sentado en su casa todo el día puede ser el mayor vagabundo, aquel que de repente un día abre la puerta y pone en marcha toda su verdadera vocación de peregrino, casi de cruzado: aquellos que se embarcan en empresas sólo con el espíritu de salir por ahí, y hacen de esta caminata, su bandera y escudo.
Henry David Thoreau (1817-1862), naturalista, conferenciante, agrimensor y fabricante de lápices, es uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana, defensor “ de la naturaleza, la libertad absoluta y lo salvaje”. Con un pensamiento libertario de desobediencia civil ante todo aquello que invada el ámbito de nuestra herencia natural, y apuñale nuestra libertad de seres propietarios de un espacio concreto del universo llamado tierra. Aquel que dice que para ejercitar este arte del paseo, debemos ser dentro de nosotros así, porque “ ambulator nascitur non fit” , no nos hace el camino: nosotros lo llevamos como carga genética muy dentro. Unas caminatas que no tienen nada que ver con esto “ de hacer ejercicio”, como si habláramos de enfermos que tienen que tomarse una medicina todos los días, sino que se constituye en si misma en una aventura diaria. “ Si de verdad queréis hacer ejercicio, id en busca de las fuentes de la vida”, traspasando el gimnasio o el paseo siempre constreñido a una calle o avenida concreta, para encontrar cada día las fuentes de la salud que a borbotones brotan en lo alto del cerro, el camino verde o la vaguada al lado del rio. Somos como hombres, el fruto de una larga evolución desde aquellos primates que se pierden en la bruma de nuestro árbol genealógico y que han vivido durante milenios al aire libre, expuestos al sol y al viento. Cara curtida, manos callosas, y el anhelo íntimo de un trabajo manual que las ponga en marcha, conectando piel y espíritu, mientras avanzamos a veces sin saber qué nos pasa. Días enteros dentro de casa, las oficinas, cocinas, colegios, negocios,… apartados de aquello que agudiza nuestra sensibilidad, la capacidad de relajarnos, de aprender de todo aquello con lo que nos topamos, el sol sobre la nieve resbalando, el aire que corta las mejillas, la luz vagabunda bajo la capa del cielo.
Cómo empezar, cómo comienzo esta nueva aventura-propósito , poniendo en funcionamiento este verbo de caminar dentro de unas botas de vagabunda vital,… Yendo en esto más allá de la senda en el jardín, la avenida y el parque, dirigiendo mis pasos y pisando de veras el campo, mojándome en los charcos y resbalando entre veredas. Cuantas veces he ido por ahí, caminando por un bosque y mis preocupaciones y pensamientos no me han dejado realmente sentir que estoy rodeada de pinos, con piñas nevadas, y que todo lo que veo, siento y respiro, es para mí.