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Este año hemos celebrado la primera comunión de mi sobrino mas pequeño con mucha emoción. No sólo porque ya sabemos que es la última de la familia, y vamos sintiendo cómo va pasando la vida a gran velocidad, sino por el sentido que tiene esta celebración en la familia, porque por todo lo vivido damos mil gracias a la vida y al Señor. Parece que fue ayer cuando fueron nacieron nuestros hijos, y comenzaban a dar sus primeros pasos.

 

Elegimos una gama de colores y flores llenas de alegría y de acción de gracias por todo, en gama amarilla y blanca con un pequeño golpe azul. Con flores de temporada llenas de toda la frescura de la primavera, tulipanes, ranúnculos, narcisos botánicos, genista, achilea. La vista de los prados floridos en una explosión de color y belleza me inspiraron el colorido, todo parecía estar dentro de la misma paleta de colores, el campo, la finca, el salón de casa. Y el ceramista  Jami de Arenas de San Pedro nos hizo estas preciosas jarras y mieleras con una decoración de mimosas sobre blanco. Los cocineros de Villafranca con el chef Coke al frente llevaron adelante la cocina, en un menú delicioso. Flores de Donzoilo, y largas tertulias mientras el día iba pasando feliz entre todos.

  

Son las comuniones unas celebraciones preciosas para las familias,  nos unen alrededor de los niños, y todos volvemos a ser un poco mas pequeños al recordar nuestra primera comunión. La vida aparece entonces como en una larga frase que vamos escribiendo poco a poco entre todos. Y arranca en el pasado, y echamos tanto de menos a nuestro padre Antonio, que sólo su recuerdo nos aprieta tiernamente el corazón, mientras damos las gracias por él y por todo.

Recordaremos siempre a mamá cantando, a los pequeños jugando y saltando entre las encinas, la música, los profesores de guitarra y batería, el menú y el horno calentando el salón. Es ya parte de nuestra vida y ahí se quedará como testimonio y amor.

 

La vida irá avanzando, y los niños de comunión dentro de nada se convertirán en adolescentes con todos su altibajos y alegrías, en jóvenes en busca de su lugar en la vida y en su propio interior, en padres, abuelos, con el testigo en la mano, ese que nuestros antepasados nos han dejado. El testigo de la fe, de la confianza, del amor, de la paz  que cada día construimos o vamos machacando con nuestra actitud y testigos al fin del compromiso. Avanzando como familia, como comunidad, parroquia, vecindario, amistad, solidaridad, todo aquello que cada día pone en nuestros ojos y que conmueve el corazón.

Estos momentos son aquellos  en los que abrimos la puerta de esta parte intima de nuestra vida y nuestro ser, en los que miramos por dentro nuestra existencia, sintiendo que son los verdaderos regalos de estas fiestas. Nos miramos y vemos muchas veces nuestras debilidades y fallos, el no estar a la altura de lo que la vida y la familia quiere de nosotros,  de lo que necesita de nuestro amor y entrega. La debilidad para defender lo importante de la existencia al atarnos a muchas cosas que nos esclavizan y sobre todo nos nublan el  corazón, y nos hacen entrar en un mar lleno de salitre que mas que darnos de beber, nos seca y nos va matando. Pero también vemos lo que somos de verdad, nuestro empuje, sensibilidad, tesón, trabajo y energía. Vemos que somos capaces de avanzar como hermanos, hijos, amigos y como familia. Estos días llenos de luz son ese motor.

De estas fiestas he sacado una especie de red toda llena de frutos, muchos de ellos regalados pero que siento que tengo que ir colocando en la vida, en cada persona y situación, para ser coherente conmigo misma.  El mayor fruto es la misma comunión, que poco a poco siento que va transformando la existencia, haciéndonos ser realmente seguidores de aquel joven que sólo nos dejo una palabra para que nos acompañara y ayudara a seguir con nuestra vida y dificultades, la palabra amor. De un joven que nos llama amigos, y que transforma en el amor cada vida y cada camino en ella. La primera comunión es importante, pero siento que la segunda, la tercera,… son aun mas valiosas, porque con ellas vamos caminando por esta puerta que se nos abre y el paisaje va cambiando al ritmo de la existencia.  Cada una lleva su propio alimento, como cada día lleva su propio trajín, sus líos, alegrías y sufrimientos. Un camino que comienzas a recorrer  en este día y que no sabemos por donde nos lleva, querido Beltrán. Cada día está lleno de emoción, y de empuje para superar cada contrariedad y sufrimiento.

Los tulipanes son las flores del amor, de la amistad, y su lenguaje lleva algo en este día: lleva la palabra recuerdo y permanencia. Recordaremos estas fiestas familiares llenas de alegría, y sobre todo de amor. Y podemos permanecer en ellas en cada eucaristía vivida en el amor.

 

 

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