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En el libro de Wallace Stevens “ la Roca”, se encuentran algunos de los poemas mas sorprendentes y bellos del s. XX, obra cumbre de este gran poeta norteamericano, para Harold Bloom el mejor de su tiempo. Poemas austeros y limpios, que se mueven entre el silencio y la contención. Y cuando empiezas a leer,…” allí estaba, palabra por palabra,/ el poema que ocupaba el lugar de una montaña./ El respiraba su oxígeno,/ aun cuando el libro estaba vuelto sobre el polvo de su mesa./,… tienes esa sensación de que los lugares, los vividos, son los que muchas veces pintan, escriben, esculpen tantas obras de arte. Una montaña, el paseo al borde de un rio, o la almena de una muralla.

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Hace unos años, leía una historia que se desarrolló en Ávila y que cuenta la vida y avatares casi novelescos de un fraile abulense que vivió aquí, Juan de la Cruz. No es sólo una historia centrada en los momentos duros y casi de roca de la reforma de Teresa y la Inquisición. No sólo va de su detención en el Monasterio de la Encarnación en cuya casita anexa “ la torrecita” vivía con otro hermano fraile. De cómo había ayudado a media ciudad en su vida espiritual, con suavidad y tacto, llegando incluso a exorcizar a monjas perdidas en sus delirios; ni sólo trata de que algún caballero abulense harto de la intromisión de este joven padre en sus asuntos amorosos con alguna monja, le molió a palos allí cerca del monasterio, como así demuestran los estudios recientes de sus huesos. Dio clases en el barrio de Ajates a los niños pobres, y dibujó para ayudar espiritualmente a alguna monja, el Cristo pintado a lápiz mas increíble de la historia que luego copió Dalí. No sólo trata del dolor y sufrimiento de lo absurdo de la detención en una noche de diciembre, del maltrato físico que se juntaba dolorosamente con el psicológico, dentro de una celda diminuta del tamaño de un armario. No es sólo eso, es algo mas, mucho mas.

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Juan de Yepes escribió el poema de amor mas increíble de la historia de la literatura de todos los tiempos, “ El Cántico Espiritual”, un poema largo y lleno de color, luz y belleza en aquella celda toledana donde los frailes de su misma orden del Carmen le estaban maltratando, y como diría siglos mas tarde Stevens, escribió como él en versos, palabra por palabra esta roca que ocupaba y aun ocupa el lugar de una montaña. Un lugar que en su poema se nos regala para poder respirar su oxigeno, incluso a veces desde el estante polvoriento de la biblioteca donde se apila con los demás. Allí está cuando abrimos y leemos, ahí está palabra por palabra,… “¿ A donde te escondiste, /amado y me dejaste con gemido?/ como el ciervo huiste, habiéndome herido; …

No tenía pluma ni papel en la celda, todo lo recogía y memorizaba sólo para si, no podía salir mas que para recibir humillaciones en el suelo del refectorio; la luz entraba con la nieve y la ventisca sobre su cabeza a lo alto de la pared, una nevera que en algunos meses se convertía en horno. Y él ahí con su poema naciendo y ocupando la montaña, solo en su cabeza, palabra por palabra…”Oh bosques y espesuras,…” recitaba .

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Dicen los estudiosos del santo, como el p. carmelita José Vicente Rodríguez, que no llegó nunca a sufrir el síndrome de Estocolmo retractándose de seguir a Teresa y su reforma empezada en Ávila. Mantuvo siempre la cordura, hasta que se lanzó a la luz de la luna con sus ropas en forma de soga desde la ventana. Corriendo tras la caída como una sombra, se fue al convento de monjas de Teresa, que al verle tan desfigurado, le consolaron con un postre de peras con canela.

Después de estar muchas veces leyendo y caminando por esta montaña de Juan, sé que ella fue la que liberó internamente su vida de todo. Me imagino detrás de estos bosques, la ciudad de Ávila, el hielo cristalizado en el borde de la almena, los valles nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, todo bañado de magia poética, en unas bodegas reales que en medio de la montaña aparecen, para recrearse, emborracharse de amor, y seguir viviendo, música muy callada oída una y mil veces en las horas de encerramiento, y cenas poéticas que recreaban a nuestro santo mas que el pan que tras los barrotes le lanzaban.

Cuando miramos nuestra ciudad, aparece como una imagen mítica, mágica, recién salida de un poema como este. Detrás de estos versos sin duda está esto que vemos. Dice Wallace, “ Le recordaba cuanto había necesitado/ un lugar al que ir por su propio camino,…Cómo había vuelto a componer los pinos,/ apartado las rocas y andado con cuidado entre las nubes./ Parece que esta roca y su montaña están tan cerca de todos. Sobre las dificultades de la vida, a veces tan duras como las que pasó nuestro santo, está lo vivido de veras, y eso, en forma de montaña, ya nunca se irá. Pero somos nosotros los que tenemos que componer todo palabra por palabra. Tenemos que apartar rocas, tenemos que andar entre nubes, subiendo a las cavernas de piedra . Y podemos vivir todo esto de manera placentera y fácil: abriendo en estos días de la fiesta de San Juan de la Cruz, su poemario, su montaña, su roca. Según nos dice Stevens : “ la roca exacta donde sus inexactitudes/ descubrieran, por fin, la vista hacia la cual habían avanzado,…”

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