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 Y salí de mi tienda sombría

 

Parece increíble y cruel que volvamos a vivir cosas y acontecimientos históricos salvajes que parecían ya cosa del pasado, algo superado. Sentíamos que la humanidad había aprendido de sus errores mayúsculos, de tanta sangre y que no iba a transitar por un camino de violencia, muerte, guerra e invasiones. Pero este ataque bélico  de Rusia contra Ucrania, nos demuestra que todo puede volver a aparecer en las sociedades avanzadas e intercomunicadas del s. XXI.

Ivan Bunin es un autor ruso del s. XX que tuvo que salir de su país cuando comenzó Revolución Rusa, abandonando su hacienda y su carrera profesional y vital. Todo el mundo en el que vivía se desmoronó de repente con un estallido que sabemos cómo ha cambiado el panorama mundial desde entonces y todo lo que supuso en las guerras y atrocidades vividas en este siglo. Un escritor que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1933 y que tiene, junto a su obra en prosa una producción poética muy singular que estoy en estos días leyendo.

Un escritor como él, es en el fondo de su ser, un verdadero poeta que mira la vida de forma especial, cabalgando sus sentimientos y observaciones con las palabras, buscando el sentido oculto de cada imagen, haciéndonos vivir en su mundo que va apareciendo verso a verso.

En un poema escrito en 1907, se va en imágenes a la tumba de Abraham, Isaac, Sara y Raquel en el Hebrón,  en una ancha llanada de piedra,/entre cuestas y rampas/… escuché en plena noche,/ como llanto de un niño,/ a un chacal que gritaba. Y parece que ese grito se junta en mi interior con los que las noticias nos muestran de la situación en Ucrania, donde hay lobos entre niños, y donde la población que había olvidado a sus muertos, vuelve a recorrer las cuestas empinadas llenas de pedregales, para encontrarse con ellos, reviviendo el dolor de una historia cuajada de violencia, guerra y atrocidades.

En este momento, en el que el alma de millones de personas se encuentra preocupada por todo lo que está ocurriendo y por lo que se avecina, recordando momentos que parecen similares y que fueron el desencadenante de las guerras mundiales, me pregunto cómo puede la diplomacia mundial, después de las lecciones pasadas, haber fallado de manera tan rotunda. Cómo no se pueden encerrar a los lobos en sus guaridas, al margen de los niños y de sus familias, cómo podemos estar así después de todo lo que el mundo ha sufrido hace unos años, que parecían lejanos y ahora están aquí en pie con nosotros.

Y salí de mi tienda, doliente, no sé qué buscaba… es como si toda la historia de Abraham se pusiera también de pie tomado la actualidad como escenario para desarrollarse, buscando una tierra donde vivir y donde no sufrir el ataque y la guerra. Esas largas caravanas de personas que intentan salir de la ciudad, mientras sobre Kiev y sus alrededores se oyen los bombardeos. Los miles de habitantes que buscan cobijo en los refugios subterráneos, el metro, y el miedo y la preocupación que como lobo hambriento va comiéndose por dentro el bienestar que parecía que como sociedades estábamos disfrutando.

Volver a la historia vivida nos enseña mucho de nosotros mismos y su reflexión empuja muchas veces nuestras acciones, tanto en el buen sentido, aprendiendo de los errores para superarlos, como en el negativo, intentando volver a momentos pasados que se consideran mejores en algún aspecto, olvidando el mapa completo de la situación. Este tipo de planteamientos que buscan retroceder a un tiempo de supremacía de un pueblo sobre otro, configurando un nuevo orden social, es lo que debe estar en al hoja de ruta de Putin. Volver a un mapa ya disuelto, donde países que hoy en día son soberanos, deben , en su planteamiento, volver a estar en la esfera de poder y de influencia de Rusia.

Un ataque que pilla a todo el mundo en medio de una pandemia que desangra las fuerzas tanto económicas como vitales, una pandemia que desde luego ha cambiado el panorama de poder en el mundo, en el que Rusia quiere, con estas acciones bélicas, dejar claro su papel protagonista en la esfera mundial, pasando por encima de todo, sin oír el llanto de los niños, siguiendo sólo el instinto de lobo que tras la piel de cordero, se esconde.

En la ruta de Hebron estamos ahora todos, llorando por las víctimas que no deberían estar ahí, fueron llevadas en plena noche alumbraban, inmóviles, silenciosas estrellas la tierra ancestral, olvidada… en una noche que a pesar de ser oscura y atroz presenta en su propio alumbramiento astral, tenue pero real, un atisbo de esperanza. Las estrellas siguen ahí brillando, marcando senderos de cordura, solidaridad y siguiendo el predicado de Abraham como padre de tantos creyentes en todo el mundo, de amor. Y es esto lo que puede transformar la sinrazón, cuando entre todos, al lado de las tumbas de los que se fueros antes de tiempo, mirando el firmamento, podamos ayudar a construir un panorama mas justo, humano y real.