Estamos viviendo una primavera muy difícil.  La Pascua se llevó al cielo al Papa Francisco en medio de un panorama mundial que tiene la forma de una ola negra que nos asfixia. Catástrofes naturales que arrasan con miles de vidas, personajes que tienen en sus manos el destino de millones de personas que ven el mundo como un gran mercado en el que obtener beneficios, muertes, guerras, intransigencia y dolor.

En medio de todo busco algo que amortigüe tanta presión, algo que lejos de ser sólo un entretenimiento me sirva para buscar la paz y la verdad que sé, porque nuestra Santa nos lo dice, está dentro de nosotros. La costura es una especie de oración que siempre tiene un poder medicinal para miles de personas, cada puntada es algo así como una nueva cuenta de un rosario que amortigua las preocupaciones y nos reconforta el ánimo.

Busqué un tipo de bordado que me ayudara a relajarme y apareció el shasiko un tipo de puntadas, del tamaño de un grano de arroz, que se lleva haciendo en Japón desde hace siglos. Sobre una sencilla tela de algodón de color azul oscuro, los japonenses van cosiendo, puntada a puntada, motivos que parten de una cuadricula, y que tienen su propia simbología como las flores de los cerezos, los movimientos de las olas del mar o de los pájaros en el aire, las puntas de diamante. Un bordado que se hacía para reforzar las telas que eran costosas sobre todo para la población mas pobre del país.  Bordando en las casas, donde hombres y mujeres disfrutan con sus diseños en las épocas de menos trabajo agrícola o pesquero y ahora en los tiempos libres al terminar las jornadas laborales.

Me pregunto porqué volvemos desde occidente la mirada al mundo oriental en particular al japonés y la respuesta creo que está en la búsqueda de la sencillez de lo esencial y su belleza.  Los haikus están entre los poemas mas leídos y admirados por esa ventana de aire fresco que provocan. Belleza, contención y paz, quitando lo superfluo. Algo así ocurre con la práctica floral del Ikebana, representado con pocos elementos la naturaleza desde el suelo hasta las ramas de los árboles que nos introducen en el cielo. Agua, hoja, flor, rama, en un paisaje al tamaño de mi casa, de la mesa del salón. Los bonsáis y todo su mundo lleno de sabiduría en la verdadera esencia de los árboles, en cuyo cuidado sentimos que nos cuidamos también a nosotros.

Las casas las vamos decorando también siguiendo algunos de los postulados japoneses del estilo japandi, buscando espacios relajantes, líneas sencillas y materiales naturales. O la utilización del estilo wabi-sabi que busca la belleza de lo imperfecto, ayudándonos a valorar las cosas incompletas y efímeras que nos rodean, dándolas una nueva oportunidad y haciendo que se vean bellas en nuestro hogar. En la línea del kintsugi, buscando la belleza de aquello que se rompió en pedazos pero que al recomponerlo adquiere una belleza singular.

Entre todos los diseños de shasiko que he podido recopilar en plantillas, me centro en uno que hace la forma de las olas. Uno de los artistas que se cita en relación con este motivo, es Katsushika Hokusai, que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Sus grabados como la serie “Treinta y seis vistas del monte Fuji”, han impresionado por su belleza a públicos de todas las partes del mundo. Así el dibujo de una gran ola fue el que eligió el musico Claude Debussy para que acompañara a su obra musical, La mer.

Para posicionarnos en este panorama tan complejo y difícil, el arte y las artesanías como este Shasiko, no son sólo entretenimientos y momentos de evasión. Creo que sacan de nosotros, en medio del sosiego que nos provocan, lo mejor que tenemos, nuestra humanidad. Mirándonos a nosotros mismos, reflexionando con un trozo de tela, podremos apostar por un mundo diferente, lejos de guerras y de violencia, buscando lo bello y sencillo de la humanidad, puntada a puntada. Mientras bordo cada grano de arroz rezo por Francisco dando gracias por todo su legado de humanidad evangélica y amor a los pobres, en medio de una ola negra  al estilo de la de  Hokusai , que llena todo de tristeza y preocupación.

Corría el s. XII galopando en medio del medievo, en una época donde las mujeres estaban sometidas a un régimen de vida muy rígido que también oprimía a los varones.  Allí en un lugar en medio de viñedos, con el rio Rhin corriendo en la llanura, vivió una mujer excepcional. Me estoy refiriendo a Hildegarda de Bingen que edificó sus fundaciones alrededor del Rhin, un lugar donde tuve la suerte de estar hace unos pocos días.

Hildegarda se sale de todos los moldes que en aquella época oprimían a las mujeres, su voz comenzó a levantarse como un amanecer imparable sobre los cerros, rojo y vibrante en medio del gris del firmamento medieval. Sus monjas benedictinas, las que viven según su pensamiento en la Abadía de Eibingen ,  fundado en 1165 cerca de Maguncia, mantienen su legado para todos nosotros, su carisma y belleza. Poder oír cómo cantan las Horas siguiendo las composiciones musicales que Hildegarda nos dejó, nos transportan a otros momentos, algo que la música gregoriana provoca de manera inmediata en nuestro interior, afianzando la paz, el sosiego y la armonía.

Hildegarda no sólo era una monja mística, a la que incluso el Papa Eugenio III y el arzobispo de Maguncia Enrique, creyeron en sus visiones, abaladas por San Bernardo de Claraval, sino que era médica, física, naturalista, escritora, iluminadora. La única mujer de su época que pudo hacer algo que sólo podían  desarrollar los varones, predicar libremente, mientras recorría en barco el Rhin o cabalgaba a lomos de su asno.

Sus libros, recogidos en Códices, recorren muchas disciplinas, tanto de pensamiento como de religión, música, remedios médicos, piedras que sanan, la cosmogonía, los animales, …. En todos ellos aparece su figura dentro de un ideal que muchos años después se llamará humanismo.

Creó Hildegarda hasta un alfabeto  lingua ignota, donde se inventó más de mil palabras y también diseñó nuevas grafías para los sonidos, creando un nuevo idioma cuyo sentido aun hoy en día se discute pero que tiene la apariencia de ser un tipo de lengua de naturaleza mística, para la comunicación dentro de la experiencia de Dios que movió toda su vida.

Los días estaban frescos y lluviosos, y pudimos tomar una infusión con una de sus famosas galletas de espelta de la alegría y de la inteligencia, mientras veíamos cómo las monjas atendían los viñedos desplazándose en bici por los caminos, cantaban y acogían a todos los peregrinos que por allí aparecíamos. El espacio natural donde viven las personas que admiramos y conocemos a través de sus libros, es realmente importante para poder llegar a vislumbrar su interior de manera más profunda. Igual que hay que venir a Ávila para llegar al corazón de Teresa de Jesús, en Eibingen podemos vivir por momentos en el mundo de otra santa, doctora de la iglesia como nuestra paisana. Fue investida doctora junto con San Juan de Ávila por el Papa Benedicto XVI en 2012.

Con sus palabras recogidas en los libros que podemos hoy en día leer en español como Scivias, Conoce los caminos, parece que los muros de la clausura del tiempo y de la sociedad que siempre ha considerado a las mujeres bajo sospecha, se rompen. Y la figura de Hildegarda, aparece como un foco de luz, una vela sobre el altar en medio de un mundo roto y en guerras cruentas, un lugar donde vivimos tan necesitado de testimonios valientes y llenos de la verdad que nos habita por dentro. Mientras oigo un CD con la música de Eibingen y me relajo aquí cerca de la casa de Teresa, amiga, madre y mujer excepcional, los petirrojos se lanzan a comer las ultimas manzanas enanas del jardín, y siento que hay una Lingua ignota parecida a la de Hildegardque nos comunica, a veces, por dentro.

Estábamos hace unos días visitando unas bodegas en Hungría, en la zona de Eger llamada el Valle de las mujeres hermosas, cuando, al salir de un castillo me encontré en una tienda de antigüedades con un delantal bordado. Tuve una sensación parecida a la de Proust cuando comía una magdalena en el camino de Swann. Volví en un momento a las labores del colegio, a los muestrarios de mi madre, a la casa familiar con sus costureros sobre la mesa.

Salir de visitar una fortaleza militar como la de este lugar húngaro, con sus torres de vigilancia, fosos, barbacanas y matacanes, mirando el paisaje nevado, calaba por dentro mi ánimo. La historia parecía que me pisaba con una huella que se quedaba impresa en la nieve como las que dejaban nuestras botas recorriendo el lugar. Y al encontrar este delantal bordado con sus pájaros y flores en el fondo de una caja de textiles antiguos, me encontré con la otra parte de la historia, la de aquellas personas que no defendían su vida con armas, sino que salían vivas de las dificultades de cada día, bordando, cosiendo, cocinando, remendado, planchando. Ahora que se usa tanto la palabra resiliencia, creo que es el término más adecuado para describir la actitud de esta parte de la población, mujeres en su mayoría, que también han escrito la historia.

En medio de las dependencias del castillo de István Dobo, encontramos una exposición de bordados de una mujer muy especial llamada Hollò Valeria que en el periodo de entreguerras creó una colección etnográfica privada de toda la cuenca de los Cárpatos. Entre las vitrinas con las muestras de vestimentas bordadas, aparecían sus fotografías cuando recorría los pueblos mientras hacía acopio de diseños, modelos de bordados, técnicas y materiales.

En este viaje al estilo de Proust, llegué a todo el mundo que mi madre me ha contado, las largas tardes en la galería de plantas de mi abuela Catalina, en lo que fue la Sección Femenina, de la que ella fue instructora general, y cómo recogían también al estilo de Holló, las piezas y bordados de toda España aprendiendo a repetir modelos para salvarlos del olvido. Las actividades artísticas y culturales que promovieron fueron más allá de las labores de adoctrinamiento político, creando espacios de libertad y de aprendizaje. Con su trabajo rescataron labores, trabajos de artesanía que habríamos perdido para siempre, enseñando a tantas mujeres a coser cosas prácticas para su vida cotidiana y a disfrutar con la realización de estas piezas.

Las labores de costura, así como otras artesanías, nos ayudan también a sobrellevar la carga de la cotidianidad que a todos nos pesa. Encontrar un ratito de vez en cuando para bordar o hacer ganchillo, sigue funcionando hoy en día como en la época de Hóllo, relajándonos, ya que, tras cada puntada o vuelta del hilo, el ánimo se va calmando y la repetición del gesto nos lleva a un estadio de bienestar interior y de sosiego.

Al coger este delantal húngaro entre mis manos, me uno a tantas personas que han ido configurando la historia verdadera, al margen de la política, la guerra y la violencia. Las que construyen su propio devenir con silencio, con una pequeña labor en sus manos, uniéndose entre ellas, y siendo parte de un puente humano que nos cose, haciéndonos entender la vida de otra manera mas tranquila, pacifica, donde la cercanía se constituye en un valor sobre el que construir el día a día.

Mientras lavo con cuidado este delantal e intento copiar los motivos bordados, siento que voy construyendo también mi propia historia familiar, dejando un legado bañado de resiliencia y pacifismo ante las adversidades, viviendo la vida la margen de todo aquello que envuelve la violencia y la intransigencia, algo que ni la nieve más pura y recién caída pude ocultar.

https://avilared.com/art/73413/versos-y-acuarelas-en-contacto-con-la-naturaleza

El pasado día 1 de diciembre presenté mi último poemario » Un jardín amado donde descansar» en Ávila rodeada de mi familia, amigos y lectores en un momento poético muy especial. Poesía, amistad, música… una mezcla llena de emoción, para dejar abiertas las puertas de este jardín poético a todos mis lectores, para que puedan adentrarse, leer y disfrutar.

Muchas gracias a todos!!!… mi jardín, las plantas que cuido con esmero, mis palabras poéticas, mis acuarelas están ya con vosotros también, compartiendo vida, poesía, arte  y amistad.

Os dejo también este enlace de Ávila Red.

 

 

 

 

Los ojos de Amadora

Muchas veces nos conocemos de manera mas íntima con la mirada, sin necesitar miles de palabras y largos ratos de conversación. Los ojos a veces aparecen como puentes que nos llevan al interior de otras personas, nos dejan ver aspectos nuevos y otras perspectivas vitales. Esto es lo que sentí, impresionada por los ojos de los niños del Mombeltrán de principios de siglo XX, cuando visité las salas del nuevo museo etnográfico que el Ayuntamiento de esta localidad ha abierto en el Antiguo Hospital de San Andrés magníficamente rehabilitado como Museo.

En las salas con todo el material etnográfico cedido por los vecinos aparecen las distintas estancias de la vida del pueblo, las alcobas, los sobraos, las entradas de las casas donde se guardaba el ganado, la elaboración del vino y del aceite, los quesos, la miel, la botica… Elementos que tienen un valor sentimental profundo para los vecinos que vuelven a encontrarse con parte de su vida, con cosas que ya habían olvidado pero que les envían inmediatamente, como en una maquina del tiempo, a su propia existencia, a la de sus padres y abuelos. Era entrañable ver la emoción de los vecinos y con qué gusto explicaban todo a los visitantes, orgullosos de su pasado y de sus raíces.

Llevo años disfrutando de la belleza natural y arquitectónica, así como del trato afable y cercano de los vecinos de las Cinco Villas en Ávila. He analizado la botánica que me apasiona, el suelo, los caminos siempre frondosos y llenos de belleza, las rocas, los manantiales y fuentes, las ermitas, los rollos jurisdiccionales y las iglesias, y siempre he intentado encontrar detrás de todo al hombre y la mujer que se esconden en el pasado, los que han configurado estos pueblos en lo que realmente son, los que han arado, cultivado, acarreado carros de mulas. Los que han recogido los huevos y han fabricado el vino de pitarra en los cántaros y tinajas. Los que se impresionaban dentro de la iglesia de san Juan Bautista de Mombeltrán con trazas de catedral, rezando detrás de una reja magnifica que los apartaba de todo, sentados en el suelo con los pies descalzos.

Esa sociedad de nuestros abuelos y tatarabuelos que dista de nosotros mucho mas que un siglo, porque hemos pasado de una economía de subsistencia que nos habla del pasado mas remoto de la humanidad, al s. XXI donde todos los habitantes tenemos un teléfono móvil en el bolsillo estamos al tanto de lo que pasa en todo el mundo en cuestión de minutos.

Y lo que me impresiona es sentir que aunque estemos dentro de esta falla del tiempo tan salvaje, somos los mismos y no nos podemos conocer si no nos reconocemos en nuestros antepasados, con todas estas cosas que la etnología recoge.

Cuando veía las fotos antiguas que expone la muestra, mi mirada se quedó en los ojos de esos niños de antaño, con sus ropitas sencillas hechas por sus madres, los pies descalzos y sobre todo con unos ojos que como linternas aun alumbran mi interior algunas veces. Unos ojos que nos llevan a otros lugares que estaban en donde ahora vivimos y paseamos, que ponen el elemento humano que está presente en este Museo.

Hace años me gustaba hablar con una señora muy especial, llena de viveza y ternura que se llamaba Amadora y vivía en San Esteban del Valle. Me hablaba de la vida de antes, de las recetas que hacían cuando llegaba la Pascua o la Navidad, de cómo hacía las conservas, de cómo tenían que ir a trabajar desde niñas a la capital, en un momento en el que se iba a lavar la ropa de la casa al Rio Adaja y con los nudillos se rompía el hielo. Los ojos de los niños de esta exposición me han puesto inmediatamente en este lugar narrado, y con la fuerza de la fotografía, con su viveza que aún mantiene después de casi un siglo, nos cuenta mas cosas que miles de libros y nos pone nuevamente en contacto con los vecinos y amigos de antes, con Amadora, sus ojos de niña aún en esa cara de mujer anciana, con los que me miraba hace unos pocos años.

 

 

 

 

Desde el día 1 de abril están expuestas en las paredes del Antiguo  Hospital de San Andrés en Mombeltrán Ávila, mis acuarelas florales. Son diseños florales para realizar arreglos florales con piornos. Están recogidos en nuestro libro Gredos en amarillo, Guia práctica de decoración con piornos, con Isabel Sánchez Tejado.

El día 2 de abril de 2023,  sábado a las 18 h, presentamos el libro en el Hospital de San Andrés y quedó inaugurada la exposición de las acuarelas. Un grupo de vecinos y amigos estuvo con nosotras disfrutando del espectáculo de la Sierra toda florida y radiante… Mil gracias, amigos.

Los piornos son unas bellas flores silvestres que llenan de amarillo la Sierra de Gredos en Ávila en los meses de mayo y junio con un espectáculo impresionante, miles de laderas floridas que  impregnan todo de un dulzón y agreste olor muy característico.

Es la segunda vez que cuelgo mis acuarelas en este entorno antiguo tan especial y lleno de encanto. En el verano de 2021 expuse mis cuadros en la Exposición  de arte contemporáneo de Artesón.  Estas nuevas acuarelas son diseños florales, los que utilizo para trabaja con las flores en mis talleres de arte floral.

Desde hace mas de diez años voy a los pueblos de la sierra de Gredos a desarrollar talleres de arte floral, muchos vecinos de los pueblos acuden y se forman en técnicas profesionales de arte floral, aprendiendo a recolectar el material, a hidratarlo correctamente y a desarrollar arreglos sostenibles en el tiempo, respetuosos con todos los materiales naturales y llenos de belleza.

Luego en los distintos pueblos los vecinos se reúnen para determinar que van a hacer y cómo van a participar en el concurso de decoración de exteriores. Y los resultados son sorprendentes… os animo a visitar esta zona durante el Festival , y a disfrutar con toda esta creatividad. Es un momento inolvidable para todos los que disfrutamos con las flores y todo lo natural en su entorno… una belleza.

En Mombeltrán podes ver mis propuestas e ideas que espero que sean motivadoras para seguir trabajando con flores, realizando arreglos florales llenos de encanto natural .

Doy las gracias al Ayuntamiento por su apoyo en esta exposición . Muchas gracias!!

 

 

 

Vivimos en una época donde la velocidad en las comunicaciones se ha llevado de un escobazo cosas que antes eran importantes en la vida. Una es la escritura a mano y con ella la caligrafía como técnica para perfeccionar los trazos. Rápidamente mandamos un mensaje y la única personalización que podemos hacer es elegir la tipología que vamos a utilizar, dentro de unos pocos tipos generalizados en todo el mundo.

Pero junto con este panorama donde nuestros escritos están casi todos moldeados dentro de un teclado de ordenador, aparece un auge de la caligrafía y del lettering como hobby, como método para relajarnos. Me pregunto el sentido de todo este nuevo movimiento que llena las baldas de las librerías con un montón de manuales y cuadernos de práctica de escrituras de distintos tipos.

Recuerdo mis épocas escolares en la Aneja y los cuadernillos de caligrafía de Rubio que tenía que ir haciendo en cuanto la profesora veía que mi escritura era ilegible. Dentro de los deberes escolares de cada día siempre había alguna hojita de caligrafía que la profesora revisaba. Desde entonces comencé a darme cuenta de la importancia de la escritura porque era mi manera de presentarme al mundo, era como un buen vestido o un corte de pelo estiloso. Era y es mi forma de expresión, mostrando mi personalidad. En esto es en lo que se basan los estudios de grafología que llegan a hacer una radiografía completa de nuestra manera de ser y comportarnos, siendo un elemento utilizado de manera reiterada en las inspecciones policiales de determinadas personas.

Así en 2015 pude oír una interesantísima ponencia en un Congreso teresiano en la Universidad de la Mística sobre la letra de Teresa de Jesús y las conclusiones a las que llegó el experto grafólogo Juan José Gimenez, que apuntaba su desconocimiento de nuestra Santa, llenó de impresión a los teresianistas. Aprendimos mucho no sólo de la personalidad que aparecía tras los rasgos de las letras de sus manuscritos, sino sobre la forma de escribir, y el lugar donde lo hacía. Teresa escribía con un tipo de letra que se conoce como procesal, muy utilizada en el s. XVI, la escritura que aprendió en la casa de sus padres. Esta letra se utilizaba en los procesos de la corte y debido a que los escribanos cobraban por cada hoja escrita, comenzó a hacerse con mucho desarrollo de líneas y grafías sobre todo al final de cada palabra, dificultando enormemente su lectura de manera que es muy complicado leer algunos textos. Así la reina Isabel la Católica instó a que se controlara un poco su aspecto.

La letra de Teresa al tener que optimizar cada pliego de papel, no es tan expansiva en sus adornos. El papel sobre el que escribía era verjurado de muy buena calidad, podemos llegar a ver las leves marcas transversales en la superficie si lo miramos al trasluz. Era un material que las monjas compraban frente a la tinta que hacía la propia Teresa con limaduras de hierro, de ahí el color que muestran hoy en día sus escritos y los problemas de conservación de los manuscritos teresianos. Escribía sentada en el suelo apoyándose en un poyo no muy alto que estaba debajo de la ventana de su celda.

La forma de escritura a mano lleva consigo una serie de procesos y ritmos que me introducen en momentos placenteros muy alejados a los de la pantalla y el teclado. Elegir el plumín adecuado, la tinta y su color, y comenzar a diseñar el escrito. El crujido de la punta sobre el papel, y los momentos en que estoy esperando que se vaya secando cada línea, parece que me relajan y me reconfortan. Poder tener un texto con el que pueda expresarme además de con las palabras que contiene, algo que se pueda conservar y que quede ahí como parte de mi legado, en un mundo en el que todo es tan rápido como efímero y donde nuestros escritos parece que están recogidos en una nube.

Volver a escribir a mano, coger un cuaderno y un lápiz, un plumín o una pluma, me permite tomar las riendas de mi propia escritura, permitiéndome disfrutar del momento de escribir, todo rodeado de calma y sosiego. Buscando siempre la letra bonita que sobre los pliegos de papel a veces aparece.

 

Llevo un tiempo con este titulo de un libro de William Morris en mi interior, sobre todo porque al leerlo me ha llevado a lugares y planteamientos que llevo tiempo considerando, sobre el arte, la artesanía, la naturaleza, la caligrafía, el arte mueble …

Cuando me acerco al taller de algún artesano, recuerdo a mi querido amigo ceramista Alberto Illescas, siempre me invade una mezcla de sentimientos. Admiro la imaginación y la variedad de su trabajo, cada día cambiante, y también el conocimiento ancestral que lleva en sus manos para poder sacar de un montón de arcilla, obras tan variadas que nos hacen la vida mas bella y especial.

Ahora leyendo a Morris, comparto su idea sobre la unidad de las artes y la falta de sentido que tiene separarlas entre artes mayores y menores, sobre todo porque estas últimas son las que hacen que nuestra vida cotidiana sea única y porque a lo largo de la historia los artistas se dedicaban a decorar casas, palacios, iglesias y eran artesanos en su totalidad, englobando en ello al arte mas intelectual que se recoge ahora en los Museos.

William Morris (1834-1896) fue un artista total al modo de los renacentistas y quiso oponerse de manera artística y en su pensamiento político socialista a una sociedad llena de fealdad y de injusticias sociales como era la Inglaterra Victoriana de Dickens. Pensador, socialista, poeta, pintor, arquitecto, diseñador textil, bordador, diseñador de tapices, de papeles pintados y telas que aun hoy en día ponemos en nuestras casas. Calígrafo, maquetador de libros, vidriero, jardinero…

Siguiendo a su contemporáneo Ruskin, y dentro de toda una tendencia del siglo  XIX a buscar en el medievo la inspiración, quiso embellecer la vida y los lugares de trabajo de todos, creando un espacio- escuela  Red House, que mirando la forma gremial, proporcionara a los empleados la formación y el disfrute en sus puestos de trabajo de naturaleza artesanal, volviendo a modelos antiguos y a formas de trabajo ancestrales que ya en su época se enfrentaban con la forma de producción de las industrias en masa.

En el siglo s.XIX intuían cosas que hoy en día se han convertido en realidad y que hemos asumido. La producción en masas va poco a poco arrasando con lo creado de manera personal con métodos artesanales, y todos estamos imbuidos bajo la tiranía de las modas y de las cosas efímeras que terminan al tiempo en los vertederos. Los empleados de las fábricas no pueden recrearse en su trabajo. No existe expresión personal y poco a poco, aunque nos parezca que tenemos muchas mas cosas que antes, la variedad y el diseño se va recortando.

En el s. XIX tenemos, además de Morris, a otras grandes figuras de artistas totales que apostaron por hacer un arte mas cercano rompiendo las barreras del concepto de artesanía, como fueron en Portugal Bordallo Pineiro que también creo un taller imbuido de belleza y naturaleza La Fabrica de Faianças, en Caldas. Tengo en casa las soperas en forma de calabaza de este gran creador, cuyos diseños artesanos, como los de Morris, se siguen haciendo de manera artesanal hoy en día, anclando su producción a saberes tradicionales y añadiendo el diseño que nace de considerar cada cosa que nos rodea en casa, como algo especial que necesita su propio sitio, en lo cotidiano como la mesa, los papeles de las paredes y las labores de bordado.

Leyendo el libro de Morris “ Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”, cuyo titulo es tan fantástico que no se me va de la cabeza, me siento muy cercana a lo que expone y me invade a la vez una tristeza grande porque han fallado sus planteamientos para dotar a los centros de trabajo de jardines abiertos a la naturaleza. Lugares donde los obreros fueran artesanos, creadores, conservando con su medio de vida un legado de producción de muchos siglos en cosas tan importantes para el bienestar de todos como son los papeles pintados, los cuencos de sopa y los textos con caligrafía artística.

Mientras renuevo la decoración de casa y me quedo mirando los diseños textiles de Morris, los muebles pintados, las vidrieras, los libros, impresionada de su belleza y creatividad, mientras visito a Alberto en su taller de Cuevas del Valle y siento que con personas como él, hay un soplo de esperanza. Soñando con un mundo donde los objetos se valoren y se quieran. Donde se hagan con paciencia, pericia y amor.

 

 

Llegué a conocer a Hildegarda, escritora, visionaria, teóloga y santa mística del s. XII, por la música, mientras interpretaba sus melodías de corte gregoriano en la citara salterio. Una música fascinante que te abre a un mundo diferente. Sientes que estás en otra Edad Media con mucha mas luz, transparencia y belleza sonora. Entras en un nuevo reino, un castillo musical que te va envolviendo poco a poco.

Después, fascinada por esta música, me he ido acercando a Hildegarda y todo lo que siento al oír e interpretar sus partituras comenzó a decirse en forma de palabras, pensamientos, reflexiones, visiones. En una obra que recoge materias tan variadas como el pensamiento, la teología, la introspección personal, la botánica, la música, el cultivo de especies para usos medicinales, la farmacopea, la astronomía, los minerales y su uso medicinal, la astronomía en relación con nuestros estados anímicos…

Además Hildegarda tenía visiones profundas de naturaleza mística que iba dibujando juntos con los textos de sus tratados recogidos en Códices. Toda su vida mística estaba llena de luz, color y figuras que nos saltan a los ojos y al interior cuando los contemplamos, como la imagen de una figura humana inscrita dentro de un circulo al modo de órbita terrestre, que tanto me recuerda al hombre de Vitrubio del Renacimiento, adelantándose así algunos siglos.

El códice Scivias procede del convento que ella fundó para que sus monjas pudieran vivir una vida religiosa profunda, al margen de los monjes, en Rupertsberger, cerca de Bingen. El subtítulo del códice “conoce los caminos” no sólo describe el deseo último de Hildegarda de descubrir todo de las obras divinas, poniendo en ello todas sus facultades y aptitudes personales, sino que es una invitación a recorrer con ella todo este mundo interior, en un deseo último que tanto me recuerda a nuestra santa Teresa de Jesús y su libro de las Moradas o el Castillo interior.

Hildegarda era la hija de un noble y fue dada como diezmo a la iglesia, en una época en la que esta práctica también incluía a lo mas importante y valioso de una familia, sus hijos. Así desde que era una niña vivió recluida en monasterios, primero en una parte tapiada de uno masculino, del que tuvo que sacar a sus monjas cuando era ya abadesa, para fundar una casa femenina propia.

No tuvo una educación reglada pero si se formó de manera profunda con su maestra y tutora la hermana Jutta von Sponheim en el monasterio masculino de San Disibodo. Aquella niña joven, débil y enfermiza comenzó a tener visiones místicas que se irán desarrollando a lo largo de toda su vida. Y en este camino de conocimiento de las obras divinas, irá acercándose a todo lo que tenía a su alrededor, la naturaleza con sus plantas, los animales, las piedras, dedicándose a investigar profundamente todo, partiendo de cero, con sus capacidades hacia adelante, pisando una nieve del conocimiento con pies descalzos pero siempre en primera persona. Un acercamiento experiencial de naturaleza científica que dio lugar a obras y tratados que aun hoy en día se consultan y que sirven para aprender muchas cosas de todo lo natural, en un mundo tan alejado de la tierra que necesita de estas voces tan antiguas y nuevas a la vez.

Creo que hoy en día, en esta sociedad y momento en el que nos ha tocado vivir, necesitamos encontrarnos con mujeres como Hildegarda, para la que nada de lo que sucedía, de lo que pisaban sus pies, veían sus ojos o sentía su corazón, le era ajeno. Avanzar de manera profunda por la vida es ir pisando el suelo de verdad, conociendo los caminos, y ella nos vuelve a decir que todo está interrelacionado, palabra, imagen, música, las plantas, los astros, las rocas… Que la espiritualidad mas auténtica es radical y está abierta a la vida del día a día, buscando nuestro camino, dentro de esa Luz Viviente que todo lo ilumina y llena de vida.

Al acercarme a Hildegarda cada día, me encuentro con una mujer de verdad que sale del medievo y me deslumbra, mientras toco la cítara salterio y disfruto con su mundo musical tan increible y bello.

Así Hildegarda nos ha impulsado a dar a conocer su legado creando en la universidad de la Mística, CITeS un espacio dedicado a las mujeres, la creación y la espiritualidad. Un lugar donde poder aprender de Hildegarda y de otras mujeres que nos describen el mundo y su interioridad de forma artística y en primera persona, mostrando su alma femenina. Un lugar para romper los muros del aislamiento que el tiempo y el olvido han hecho con obras espectaculares de mujeres que tanto nos dicen hoy en día, hablándonos desde su verdad, al modo de Teresa de Jesús.

En este nuevo lugar vamos a desarrollar actividades, encuentros, congresos, cursos, conferencias y actos con estas mujeres como protagonistas, dándolas a conocer al público en general y ampliando los estudios específicos que va habiendo sobre ellas. Comenzaremos con una mirada en el medievo, con mujeres que nos impresiona conocer y leer, con sus obras en los s. XII, XIII y XIV, las beguinas cuyos textos se consideran los primeros en sus lenguas vernáculas altomedievales, como Hadewich de Amberes, Matilde de Magdenburgo, Margarita Porete, Margarita Porete, Ángela de Foligno….

Al leer sus textos, que ahora se están traduciendo directamente de los códices medievales, nos impresionamos con su belleza, libertad de expresión y sobre todo por ser palabras basadas en la verdad, al estilo de Teresa. La verdad de uno mismo que es infranqueable y que no se doblega aun en riesgo de perder hasta la propia vida, en manos de censores e inquisidores.

Comenzamos ya en el mes de junio de 2023 con. Ella que fue compositora de unas partituras bellísimas, y que veía la música como la actividad humana que mas nos acerca a lo sublime.

La programación incluye un curso de cítara salteriocon la gran profesora y concertista Catherine Weidemann, una de las mas destacadas a nivel europeo, que va a reunir a citaristas de toda España. También vamos a poder aprender a cantar al estilo medieval de Hildegardacon sus partituras con la profesora de canto y soprano Margarida Barbal. Junto a esta semana de clases, vamos a poder oír la música de Hildegarda en un conciertoprogramado en el Auditorio de San Francisco, con las dos interpretes y una conferencia sobre Hildegarda y su visión de la música y la espiritualidad.

Ávila es una ciudad medieval donde estas voces parece que van sonando, con su música y sus versos en medio de las calles adoquinadas, los palacios y la muralla, haciéndonos vivir de manera profunda el medievo en un viaje musical y cultural lleno de vida. Un nuevo espacio abierto a todos los que queramos aprender, disfrutar y viajar en el tiempo, mujeres con unas voces tan actuales que parece que te están hablando cerca, como amigas entre las calles, plazas y jardines de la ciudad, aquí en la  Ávila de Teresa y de Juan, entre murallas y rocas graníticas que al cielo se elevan.

 

Durante el s.XIX en Inglaterra se desarrolló una verdadera pasión por los helechos. Una verdadera Pteridomanía.
Eran las plantas mas deseadas por los jardineros, sustituyendo flores y macizos y también eran la inspiración para muchos trabajos manuales decorativos.
Se enviaban hojas de helechos pegados para felicitar el día de san Valentín, para invitaciones de bodas, bautizos. Aparecieron decoradas las vajillas, cortinas, papeles pintados con hojas de helechos
La locura por los helechos llegó a tal punto que se llegaron a esquilmar algunas variedades. !Se llegó a hablar de la necesidad de legislar para protegerlos!.

En la segunda mitad del s. XIX,….! los padres elegían el nombre de Fer, helecho para sus hijas e hijos!, y también en  el nombre de sus casas: Fern House, Fern Lodge, Fern Ville.
Las hermanas Bronte, las reconocidas escritoras de novelas tan famosas como «Cumbres borrascosas» adoraban los helechos. Salian diariamente a dar largas caminatas, para admirarlos, y recolectar sus hojas. Les recordaban los poemas de poetas románticos como  Dorothy y William Wordsworth.

Dorothy , la hermana de Wordsworth recogía los helechos en los alrededores de su casa en Dove, los transplantaba en su jardín para que su hermano se inspirara y pudiera escribir sus poemas. Charlotte  Bronte se fue de luna de miel a ver helechos,…

 


Como los helechos nacían en lugares oscuros y en medio de bosques, en ruinas, tapias, árboles huecos, cercas, sirvieron como imagen de las ambientaciones de los poemas góticos, dentro de un Revival del estilo, en el arte, arquitectura y diseño. Hadas, duendes se reunían en los claros de los bosques llenos de helechos al caer la noche,…

El helecho se contemplaba como una emanación del alma de las personas, espíritu de artista, con una creatividad orgánica total. Ruskin creía que la mano de Dios podía hallarse en los espirales de los helechos florecidos.

En el lenguaje de las flores, una tarjeta con un helecho significaba fascinación

Esta ramita de helecho
te dirá, sin necesidad de palabras
que, gracias a los encantos de tu arte,
tu  semblante modesto,
tu corazón amante,
me tienes felizmente fascinado

 

¡Ten compasión, piedad, amor!… de John Keats

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,

amor de un sólo pensamiento, que no divagas,

que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.

Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!

Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer

del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos

ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,

incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas un átomo de un átomo o me muero,

o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,

¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,

los propósitos de la vida, el gusto de mi mente

perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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