Llevo un tiempo con este titulo de un libro de William Morris en mi interior, sobre todo porque al leerlo me ha llevado a lugares y planteamientos que llevo tiempo considerando, sobre el arte, la artesanía, la naturaleza, la caligrafía, el arte mueble …

Cuando me acerco al taller de algún artesano, recuerdo a mi querido amigo ceramista Alberto Illescas, siempre me invade una mezcla de sentimientos. Admiro la imaginación y la variedad de su trabajo, cada día cambiante, y también el conocimiento ancestral que lleva en sus manos para poder sacar de un montón de arcilla, obras tan variadas que nos hacen la vida mas bella y especial.

Ahora leyendo a Morris, comparto su idea sobre la unidad de las artes y la falta de sentido que tiene separarlas entre artes mayores y menores, sobre todo porque estas últimas son las que hacen que nuestra vida cotidiana sea única y porque a lo largo de la historia los artistas se dedicaban a decorar casas, palacios, iglesias y eran artesanos en su totalidad, englobando en ello al arte mas intelectual que se recoge ahora en los Museos.

William Morris (1834-1896) fue un artista total al modo de los renacentistas y quiso oponerse de manera artística y en su pensamiento político socialista a una sociedad llena de fealdad y de injusticias sociales como era la Inglaterra Victoriana de Dickens. Pensador, socialista, poeta, pintor, arquitecto, diseñador textil, bordador, diseñador de tapices, de papeles pintados y telas que aun hoy en día ponemos en nuestras casas. Calígrafo, maquetador de libros, vidriero, jardinero…

Siguiendo a su contemporáneo Ruskin, y dentro de toda una tendencia del siglo  XIX a buscar en el medievo la inspiración, quiso embellecer la vida y los lugares de trabajo de todos, creando un espacio- escuela  Red House, que mirando la forma gremial, proporcionara a los empleados la formación y el disfrute en sus puestos de trabajo de naturaleza artesanal, volviendo a modelos antiguos y a formas de trabajo ancestrales que ya en su época se enfrentaban con la forma de producción de las industrias en masa.

En el siglo s.XIX intuían cosas que hoy en día se han convertido en realidad y que hemos asumido. La producción en masas va poco a poco arrasando con lo creado de manera personal con métodos artesanales, y todos estamos imbuidos bajo la tiranía de las modas y de las cosas efímeras que terminan al tiempo en los vertederos. Los empleados de las fábricas no pueden recrearse en su trabajo. No existe expresión personal y poco a poco, aunque nos parezca que tenemos muchas mas cosas que antes, la variedad y el diseño se va recortando.

En el s. XIX tenemos, además de Morris, a otras grandes figuras de artistas totales que apostaron por hacer un arte mas cercano rompiendo las barreras del concepto de artesanía, como fueron en Portugal Bordallo Pineiro que también creo un taller imbuido de belleza y naturaleza La Fabrica de Faianças, en Caldas. Tengo en casa las soperas en forma de calabaza de este gran creador, cuyos diseños artesanos, como los de Morris, se siguen haciendo de manera artesanal hoy en día, anclando su producción a saberes tradicionales y añadiendo el diseño que nace de considerar cada cosa que nos rodea en casa, como algo especial que necesita su propio sitio, en lo cotidiano como la mesa, los papeles de las paredes y las labores de bordado.

Leyendo el libro de Morris “ Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”, cuyo titulo es tan fantástico que no se me va de la cabeza, me siento muy cercana a lo que expone y me invade a la vez una tristeza grande porque han fallado sus planteamientos para dotar a los centros de trabajo de jardines abiertos a la naturaleza. Lugares donde los obreros fueran artesanos, creadores, conservando con su medio de vida un legado de producción de muchos siglos en cosas tan importantes para el bienestar de todos como son los papeles pintados, los cuencos de sopa y los textos con caligrafía artística.

Mientras renuevo la decoración de casa y me quedo mirando los diseños textiles de Morris, los muebles pintados, las vidrieras, los libros, impresionada de su belleza y creatividad, mientras visito a Alberto en su taller de Cuevas del Valle y siento que con personas como él, hay un soplo de esperanza. Soñando con un mundo donde los objetos se valoren y se quieran. Donde se hagan con paciencia, pericia y amor.

 

 

Llegué a conocer a Hildegarda, escritora, visionaria, teóloga y santa mística del s. XII, por la música, mientras interpretaba sus melodías de corte gregoriano en la citara salterio. Una música fascinante que te abre a un mundo diferente. Sientes que estás en otra Edad Media con mucha mas luz, transparencia y belleza sonora. Entras en un nuevo reino, un castillo musical que te va envolviendo poco a poco.

Después, fascinada por esta música, me he ido acercando a Hildegarda y todo lo que siento al oír e interpretar sus partituras comenzó a decirse en forma de palabras, pensamientos, reflexiones, visiones. En una obra que recoge materias tan variadas como el pensamiento, la teología, la introspección personal, la botánica, la música, el cultivo de especies para usos medicinales, la farmacopea, la astronomía, los minerales y su uso medicinal, la astronomía en relación con nuestros estados anímicos…

Además Hildegarda tenía visiones profundas de naturaleza mística que iba dibujando juntos con los textos de sus tratados recogidos en Códices. Toda su vida mística estaba llena de luz, color y figuras que nos saltan a los ojos y al interior cuando los contemplamos, como la imagen de una figura humana inscrita dentro de un circulo al modo de órbita terrestre, que tanto me recuerda al hombre de Vitrubio del Renacimiento, adelantándose así algunos siglos.

El códice Scivias procede del convento que ella fundó para que sus monjas pudieran vivir una vida religiosa profunda, al margen de los monjes, en Rupertsberger, cerca de Bingen. El subtítulo del códice “conoce los caminos” no sólo describe el deseo último de Hildegarda de descubrir todo de las obras divinas, poniendo en ello todas sus facultades y aptitudes personales, sino que es una invitación a recorrer con ella todo este mundo interior, en un deseo último que tanto me recuerda a nuestra santa Teresa de Jesús y su libro de las Moradas o el Castillo interior.

Hildegarda era la hija de un noble y fue dada como diezmo a la iglesia, en una época en la que esta práctica también incluía a lo mas importante y valioso de una familia, sus hijos. Así desde que era una niña vivió recluida en monasterios, primero en una parte tapiada de uno masculino, del que tuvo que sacar a sus monjas cuando era ya abadesa, para fundar una casa femenina propia.

No tuvo una educación reglada pero si se formó de manera profunda con su maestra y tutora la hermana Jutta von Sponheim en el monasterio masculino de San Disibodo. Aquella niña joven, débil y enfermiza comenzó a tener visiones místicas que se irán desarrollando a lo largo de toda su vida. Y en este camino de conocimiento de las obras divinas, irá acercándose a todo lo que tenía a su alrededor, la naturaleza con sus plantas, los animales, las piedras, dedicándose a investigar profundamente todo, partiendo de cero, con sus capacidades hacia adelante, pisando una nieve del conocimiento con pies descalzos pero siempre en primera persona. Un acercamiento experiencial de naturaleza científica que dio lugar a obras y tratados que aun hoy en día se consultan y que sirven para aprender muchas cosas de todo lo natural, en un mundo tan alejado de la tierra que necesita de estas voces tan antiguas y nuevas a la vez.

Creo que hoy en día, en esta sociedad y momento en el que nos ha tocado vivir, necesitamos encontrarnos con mujeres como Hildegarda, para la que nada de lo que sucedía, de lo que pisaban sus pies, veían sus ojos o sentía su corazón, le era ajeno. Avanzar de manera profunda por la vida es ir pisando el suelo de verdad, conociendo los caminos, y ella nos vuelve a decir que todo está interrelacionado, palabra, imagen, música, las plantas, los astros, las rocas… Que la espiritualidad mas auténtica es radical y está abierta a la vida del día a día, buscando nuestro camino, dentro de esa Luz Viviente que todo lo ilumina y llena de vida.

Al acercarme a Hildegarda cada día, me encuentro con una mujer de verdad que sale del medievo y me deslumbra, mientras toco la cítara salterio y disfruto con su mundo musical tan increible y bello.

Así Hildegarda nos ha impulsado a dar a conocer su legado creando en la universidad de la Mística, CITeS un espacio dedicado a las mujeres, la creación y la espiritualidad. Un lugar donde poder aprender de Hildegarda y de otras mujeres que nos describen el mundo y su interioridad de forma artística y en primera persona, mostrando su alma femenina. Un lugar para romper los muros del aislamiento que el tiempo y el olvido han hecho con obras espectaculares de mujeres que tanto nos dicen hoy en día, hablándonos desde su verdad, al modo de Teresa de Jesús.

En este nuevo lugar vamos a desarrollar actividades, encuentros, congresos, cursos, conferencias y actos con estas mujeres como protagonistas, dándolas a conocer al público en general y ampliando los estudios específicos que va habiendo sobre ellas. Comenzaremos con una mirada en el medievo, con mujeres que nos impresiona conocer y leer, con sus obras en los s. XII, XIII y XIV, las beguinas cuyos textos se consideran los primeros en sus lenguas vernáculas altomedievales, como Hadewich de Amberes, Matilde de Magdenburgo, Margarita Porete, Margarita Porete, Ángela de Foligno….

Al leer sus textos, que ahora se están traduciendo directamente de los códices medievales, nos impresionamos con su belleza, libertad de expresión y sobre todo por ser palabras basadas en la verdad, al estilo de Teresa. La verdad de uno mismo que es infranqueable y que no se doblega aun en riesgo de perder hasta la propia vida, en manos de censores e inquisidores.

Comenzamos ya en el mes de junio de 2023 con. Ella que fue compositora de unas partituras bellísimas, y que veía la música como la actividad humana que mas nos acerca a lo sublime.

La programación incluye un curso de cítara salteriocon la gran profesora y concertista Catherine Weidemann, una de las mas destacadas a nivel europeo, que va a reunir a citaristas de toda España. También vamos a poder aprender a cantar al estilo medieval de Hildegardacon sus partituras con la profesora de canto y soprano Margarida Barbal. Junto a esta semana de clases, vamos a poder oír la música de Hildegarda en un conciertoprogramado en el Auditorio de San Francisco, con las dos interpretes y una conferencia sobre Hildegarda y su visión de la música y la espiritualidad.

Ávila es una ciudad medieval donde estas voces parece que van sonando, con su música y sus versos en medio de las calles adoquinadas, los palacios y la muralla, haciéndonos vivir de manera profunda el medievo en un viaje musical y cultural lleno de vida. Un nuevo espacio abierto a todos los que queramos aprender, disfrutar y viajar en el tiempo, mujeres con unas voces tan actuales que parece que te están hablando cerca, como amigas entre las calles, plazas y jardines de la ciudad, aquí en la  Ávila de Teresa y de Juan, entre murallas y rocas graníticas que al cielo se elevan.

 

Durante el s.XIX en Inglaterra se desarrolló una verdadera pasión por los helechos. Una verdadera Pteridomanía.
Eran las plantas mas deseadas por los jardineros, sustituyendo flores y macizos y también eran la inspiración para muchos trabajos manuales decorativos.
Se enviaban hojas de helechos pegados para felicitar el día de san Valentín, para invitaciones de bodas, bautizos. Aparecieron decoradas las vajillas, cortinas, papeles pintados con hojas de helechos
La locura por los helechos llegó a tal punto que se llegaron a esquilmar algunas variedades. !Se llegó a hablar de la necesidad de legislar para protegerlos!.

En la segunda mitad del s. XIX,….! los padres elegían el nombre de Fer, helecho para sus hijas e hijos!, y también en  el nombre de sus casas: Fern House, Fern Lodge, Fern Ville.
Las hermanas Bronte, las reconocidas escritoras de novelas tan famosas como “Cumbres borrascosas” adoraban los helechos. Salian diariamente a dar largas caminatas, para admirarlos, y recolectar sus hojas. Les recordaban los poemas de poetas románticos como  Dorothy y William Wordsworth.

Dorothy , la hermana de Wordsworth recogía los helechos en los alrededores de su casa en Dove, los transplantaba en su jardín para que su hermano se inspirara y pudiera escribir sus poemas. Charlotte  Bronte se fue de luna de miel a ver helechos,…

 


Como los helechos nacían en lugares oscuros y en medio de bosques, en ruinas, tapias, árboles huecos, cercas, sirvieron como imagen de las ambientaciones de los poemas góticos, dentro de un Revival del estilo, en el arte, arquitectura y diseño. Hadas, duendes se reunían en los claros de los bosques llenos de helechos al caer la noche,…

El helecho se contemplaba como una emanación del alma de las personas, espíritu de artista, con una creatividad orgánica total. Ruskin creía que la mano de Dios podía hallarse en los espirales de los helechos florecidos.

En el lenguaje de las flores, una tarjeta con un helecho significaba fascinación

Esta ramita de helecho
te dirá, sin necesidad de palabras
que, gracias a los encantos de tu arte,
tu  semblante modesto,
tu corazón amante,
me tienes felizmente fascinado

 

¡Ten compasión, piedad, amor!… de John Keats

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,

amor de un sólo pensamiento, que no divagas,

que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.

Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!

Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer

del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos

ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,

incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas un átomo de un átomo o me muero,

o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,

¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,

los propósitos de la vida, el gusto de mi mente

perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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Los cuadros de Jan Brueghel en los versos de William Carlos Williams

 

 

La vista desde el Paseo del Rastro va pasando de una mancha de hielo y nieve a otra, mientras el sol parece deshacer tanto frío tímidamente. Pequeñas figuras se van moviendo como en un tapiz, la imagen de los cuadros de Jan Brueghel el viejo parece renacida mientras camino. Y es que estos días estoy recorriendo una exposición de cuadros de este conocido pintor flamenco en los versos de un gran poeta norteamericano William Carlos Williams en la traducción de Juan Antonio Montiel para la editorial Lumen.

El acercamiento de las artes, palabra y dibujo, y cómo se interrelacionan para conocer mas a los artistas y sobre todo para poder entrar dentro de una obra de arte, es algo que me suscita mucho interés. Así Williams (1883-1963) nos acompaña en una visita a los cuadros de Brueghel ( 1526-1569) haciendo versos y es como si nos susurrara al oído su lectura de los lienzos, poniendo en marcha su poética tan especial basada en la concreción y en la brevedad, transmitiendo frescura en una complicada sencillez estructural. Poeta y pediatra, hijo de una gran pintora Raquel Hélene Hoheb, se esforzó durante toda su vida por depurar su escritura dotándola de un ritmo a base de estrofas de distintos tipos, dando así un pequeño paracaídas formal al verso libre que imperaba en Norteamérica desde Whitman.

La museología se preocupa de buscar formas de expresión de lo contenido en los museos, aportando a los visitantes no sólo información y documentación de tipo académico sobre los autores y las obras expuestas, sino también promoviendo actividades que hagan que éstos puedan bucear dentro de las obras de arte haciéndolas suyas en un viaje artístico propio. Así entiendo los encuentros con personalidades del mundo de la cultura en el Museo del Prado, cuando nos cuentan su visión de los cuadros, su aterrizaje sobre los lienzos.

Algo así hace Williams con los cuadros de Brueghel, describiendo en versos lo que ve, en unos lienzos llenos de personajes moviéndose en escenas ricas que nos describen a la perfección la vida en el s. XVI: las escenas de bodas tan llenas de detalles hasta cómicos, las partidas a la caza sobre paisajes tan nevados como lo que se ve desde nuestro paseo, la recogida del heno, donde estos cientos de personajes se mueven. Y te quedas ahí mirando todo, pasando el rato disfrutando como si estuvieras en esas escenas, por los miles de detalles que observas: un cartel caído, una rama que voltea el aire, un grupo de personas patinando sobre un rio helado, niños en el colegio…. Y recuerdo la impresión que siempre me hace pasar por las salas del Museo del Prado donde se exponen los cuadros del Bosco (El jardín de las delicias, las tentaciones de san Antonio Abad, la extracción de la piedra de la locura), con cientos de personas paradas mirando, descubriendo personajes y detalles, quedándose impresionados de la imaginación del pintor compatriota de Brueghel, con el que éste comparte muchas cosas a nivel pictórico y estético.

Cuando vas pasando por las salas de un Museo de pintura y vas analizando a las personas que como tú están ahí mirando los cuadros, observas muchos tipos. Quizá el mas frecuente es el que disfruta de ser informado como en una clase, con guías humanos o auditivos, moviéndose en masas de un lugar a otro. A este grupo le pasa veloz aquel para el que las salas son lugares de paso rápido donde no detenerse demasiado y salir pronto de la situación. Hay otro grupo que va mirando de manera libre todo, que ya conoce al autor y su obra y que comienza buscar la obra de arte como algo propio, describiendo en su interior aquello que arranca la imaginación, y pone en marcha su poder creativo. En este grupo se incluye nuestro poeta Williams que miraba cada detalle como extrayendo de ellos la piedra de la sabiduría al modo del Bosco. Una sabiduría hecha luego de palabras y versos.

La tarde está heladora en el Paseo del Rastro, las figuras se mueven en un escenario vivo que arranca al cielo todo su potencial de vida y belleza, mientras intento ir encontrado palabras para mis versos, yendo así de palabra en palabra, de ritmo sobre la nieve.

El  panorama es el invierno

montañas nevadas

al fondo del retorno.

 

de la caza se acerca la caída de la tarde

por la izquierda

los fornidos cazadores traen

 

de vuelta la jauría el letrero del mesón

colgando de una

bisagra rota es un ciervo un crucifijo

 

entre sus astas el helado

patio del mesón está

desierto salvo por la hoguera

 

enorme que falsea al viento atizada

por mujeres que se agrupan

en torno a la derecha mas allá

 

de la colina hay trazas de patinadores

Brueguel el pintor

preocupado por todo esto escogió

 

un arbusto azotado por el viento como

primer plano

para completar su pintura

l

 

 

Cada día cuando cae la tarde, enciendo una vela de la corona de adviento de la cocina de casa, mi mirada parece que se va a otros lugares y a otros tiempos. Recuerdo al encender las cerillas el cuento navideño que mas me ha conmovido desde niña, el de la vendedora de fósforos de Hans Christian Andersen que me contaba mi madre y yo leía también en un libro ilustrado precioso que teníamos en casa.

En aquellas épocas, los niños sabíamos que los cuentos a veces eran crueles, la endulzada saga de Disney no había comenzado. Que el soldadito de plomo y su bailarina morían en una lumbre y que esta pequeña niña de largos cabellos rubios del cuento, terminaba por fallecer de frio la Nochebuena, congelada en un recodo a la intemperie entre dos casas, descalza, en la heladora Dinamarca del s. XIX.

La lectura de los cuentos de Andersen, la que se basa en los originales y no en las retocadas versiones que aparecen hoy en día, tienen algo que a mi me engancha y conmueve, hablan de la verdad. Cruda, dura y cruel pero así es la vida, y así es la verdadera Navidad para miles de personas en todo el mundo. Las imágenes de los cortes de luz y calefacción en Ucrania, usando estos recursos necesarios para la supervivencia como armas bélicas, nos vuelve otra vez a esta calle helada, y a esta pequeña niña que no puede vender sus fósforos y tiene miedo de volver a su casa, a recibir el castigo por ello, y con una pequeña cerilla encendida, puede soñar con una Navidad llena de calor, de vida familiar, con una mesa repleta de comida caliente.

Y es que la verdadera Navidad está llena de contrastes, de claroscuros. Mientras disfrutamos de reunirnos con la familia, echamos tanto de menos a los seres queridos que no están que muchas veces sentimos el corazón helado y triste. Vemos cuanta gente está sola, ancianos recluidos en sus casas, mendigos en centros de acogida o en medio de la calle muertos de frio. Familias desunidas con escenas de desencuentro en sus salones. Gente triste que no sabe el motivo pero que vive estos días como en esta calle helada, con un pequeño fosforo en su corazón para calentarse.

La vida de Andersen es tan apasionante como sus cuentos, sus poemas y novelas que le llevaron a ser una persona admirada en su época, y que salvaron a aquel niño delgaducho y alto, con una gran nariz, de vivir como esta vendedora de nuestro cuento. Con una madre mendiga, que nos recuerda a esta pequeña niña de los fósforos y un padre zapatero y ausente, que veía en los libros el mundo mágico del que escapar de la miseria, creía que su hijo sólo podría salir de esta situación vital si se educaba. Y así ocurrió, y aunque nunca tuvo una educación esmerada, fue un hombre culto y curioso, que viajó por media Europa, incluida España, pasando un frio terrible en Castilla. Él, como Dickens, relata la vida, y sus cuentos son bellos en sus descripciones porque nos introducen en un mundo real, lleno de estos claroscuros que definen la existencia.

Hoy en día se critica mucho a Andersen y a Dickens, se le da la vuelta a libros, películas e historias para que sean políticamente correctos. Para que no haya nada que pueda ser agresivo para nadie, y esto desde mi punto de vista es algo realmente hipócrita y falto de verdad. A los niños hay que tratarlos como lo que son, seres con inteligencia, y no hay que ocultarles la verdad, la muerte, el dolor, el sufrimiento, sino que hay que presentar todo esto como parte de la vida, sus claroscuros y su belleza oculta.

Cuando estos días nos juntemos en familia y  esté en la cocina preparando el menú, decorando el árbol,  poniendo el belén, me voy a acordar de esta niña, de tantos seres que como ella pasan necesidad, de tantas personas con frio y hambre, solas y enfermas y voy a encender en mi interior una cerilla, una luz de esperanza basada en mis mas profundas creencias sobre la vida que renace cada año en un niño, y que nos hace sentir que podemos construir un mundo mas justo y compasivo en el año nuevo que se inaugura estos días.

Una cerilla se enciende esta Navidad en lo mas hondo, mostrándome el cuento de mi vida, empujando mi corazón hacia delante.

 Mujeres medievales y místicas

 

La Edad Media es una época fascinante, tan alejada de nuestra mentalidad que nos resulta un enigma. Siempre hemos estudiado esta época como un lugar oscuro del que nació el Humanismo como un resurgimiento del pensamiento, las artes y la sociedad renacentista. Y creo que esta simplificación es realmente un gran error que no nos deja adentrarnos en el medievo de manera sensata.

Mi interés por esta parte de la historia tan larga y enigmática creo que tiene que ver con haber nacido en una ciudad como Ávila, haber jugado en las cortantes de la muralla, paseando por las calles adoquinadas, orando en las iglesias de piedra esculpida.

Este verano mientras la ola de calor iba atormentándonos con su lengua de sopor y destrucción comencé a leer unas obras escritas por mujeres medievales que eran como un soplo de aire fresco, tan actuales que parecían recién escritas y tenía que pellizcarme para sentir que eran de verdad medievales, de esa época tan remota.

La belleza de su expresión y la libertad de sus palabras y pensamiento me sorprendían tanto cuando comparaba estos textos con los capiteles románicos de los ábsides de la Iglesias tan pétreos y duros, con las imágenes hieráticas de las Vírgenes y los Cristos exentos de los altares tan faltos de cualquier expresión, con una belleza difícil y rígida.

Aparecía en mi lectura la voz de unas mujeres de los s. XII, XIII,  XIV, que nos sorprenden y que son además unos de los primeros textos en sus lugares de origen, en Alemania, los Países Bajos, Francia… escribiendo en las lenguas vernáculas de su época, sobre pergamino con letra carolingia,  en maravillosos códices muchos de ellos miniados que hay que ir a rescatar a los monasterios, restaurando sus partes y desglosando la nomenclatura medieval para traducirlos y llegar a entenderlos en su amplitud.

Unas voces que ponen de manifiesto que había mujeres cultivadas en el ámbito de los castillos y las cortes medievales, en las familias burguesas que en las ciudades comenzaban su andadura mercantil y comercial. Comenzando con la gran mística alemana Hildegarda de Bingen que en pleno s. XII escribió con absoluta libertad sus visiones y toda su experiencia mística junto con un corpus de escritos sobre música, medicina, astronomía, botánica, filosofía, mineralogía. Y con un grupo de mujeres, las beguinas, que pusieron la libertad de su experiencia religiosa por encima de todo, consagrándose de manera personal en votos anuales, viviendo fuera de los castillos y de la potestad de los hombres y padres, en casitas independientes o formando parte de barrios donde habitaba un grupo más grande de mujeres y que se defendían juntas, apoyándose y desarrollando sus actividades encaminadas a la educación de los más pobres, a la atención médica de los necesitados, realizando actividades artesanales con tanto primor y cuidado que pusieron en su contra a las todo poderosas cofradías gremiales que controlaban las ciudades.

Hadewich de Amberes con sus maravillosas cartas tan llenas de consejos y de vida compartida que me recuerda mucho a nuestra Santa, que tal vez llegó a leer sus cosas que circularon por toda Europa de manera anónima en libros de espiritualidad. Beatriz de De Nazaret, Ángela Foligno, Matilde de Magdenburgo, Margarita Oíngt, Margarita Porete y Juliana de Norwich.

Cuando me puse a leer la obra de Matilde de Magdenburgo “La luz que fluye de la divinidad”  sentí un verdadero torbellino interior. Me parecía increible que quien se expresaba con esa libertad y belleza era una mujer de la Alta Edad Media.

Comencé a ver el medievo de una manera distinta a lo aprendido en la universidad, aparecía la vida, la frescura de este amplio espejo medieval en el que nos miramos en sus manifestaciones culturales y artísticas.

“Las montañas mas elevadas de la tierra no quieren

recibir las revelaciones de mis gracias. 

Por naturaleza el flujo de mi espíritu santo

fluye a los valles

Esto nos dice Matilde  en esta luz que fluia a mediados del s. XIII ,cuando siendo beguina se dedicaba a indagar por la parte espiritual de su ser, lejos de la familia y del convento, viviendo una verdadera vida de naturaleza evangélica, curando, enseñando, y dando testimonio de la verdad que habitaba en su interior. Levantando un monasterio alternativo, el monasterio interior, lejos de las sumisiones a una orden religiosa, al papado, al príncipe, al padre o al marido.

Y estaba convencida ya en el s. XIII de algo que hoy en día nos abre las puertas de nuestra propia existencia, poniendo el lugar por donde vaga y recorre el espíritu: los valles abiertos y transitados. Un lugar alejado de las cimas de las montañas donde sólo  unos cuantos ilustrados reciben el soplo, la nube y la fe. Un lugar para los caminantes de a pie, un valle.

Leer a estas mujeres es una aventura increible que nos lleva a lugares tan vivos y llenos de luz que nos muestran algo mas de ese mundo oscuro y enigmático de la Edad Media, que con todo este predicamento femenino y liberador se abre por la mitad, como ese valle de Matilde, por donde sopla el espíritu y la vida.

 

 

 

A veces en la vida encontramos personas que nos impresiona conocer. Aquellas que nos hablan en nuestro propio idioma interior, sintiendo una empatía inmediata. Mas allá de las palabras, la experiencia y la vida parece que se unen en un choque de trenes de alta velocidad, y ya nada vuelve a ser como antes. Nos reconocemos entonces con los ojos interiores, los del corazón, sintiendo que la soledad y la incomprensión que nos atenaza, comienza a volar y a marcharse como una manada de grullas sobre el horizonte.
Corría el año 1560 y en medio de un calor sofocante de agosto, en la fresca sala del palacio de Doña Guiomar de Ulloa en Ávila se conocieron Teresa de Jesús y Pedro de Alcántara. Dos personas inmersas en ese momento en un mar de emociones y expectativas. Dos personas que soñaban, cada una en su propio convento, con una vida religiosa más auténtica donde la experiencia y el amor de Dios pudiera construir un nuevo mundo, abriendo nuevas expectativas a la fe, a la caridad y al amor. Dos personas que sentían sobre sus espaldas la fiscalización social y religiosa, aunque en este momento a Pedro ya se le consideraba un verdadero santo y su opinión sobre la monja abulense Teresa era tenida en consideración.
Frente a la sintonía que Teresa sintió con Pedro al comenzar a hablar, se asentaba todo un panorama vital dominado por unos confesores que fiscalizaban sin piedad su vida, poniendo al lado de su experiencia mística la sombra del Maligno. Hombres que miraban la vida mística de las mujeres siempre bajo la censura y la crítica, en un momento en el que la Inquisición y su hoguera estaban al acecho.
La familia de Guiomar era  amiga del santo, su esposo Francisco Dávila señor de Salobralejo había estado siempre al lado de Pedro ayudándole en la fundación de un convento alcantarino en sus propiedades zamoranas de la Aldea del Palo. En este año de 1560, ya viuda, Guiomar solía preparar en su palacio reuniones con amigos espirituales donde comenzaban a dejar que el espíritu les uniera, planeando nuevos panoramas, llenando todo de entusiasmo y ánimo, queriendo transformar todo aquello que interiormente veían como caduco y viejo por nuevos aires místicos y espirituales. Era la continuación de otras conversaciones que habían empezado en la celda de Teresa de Jesús en la Encarnación, donde con amigas, parientes y otras monjas amigas, se sentaban en círculo, rezaban y pedían luz para transformar todo aquello que veían ya pasado, soñando con un cambio profundo al que luego se le dio el nombre de reforma de la orden del Carmelo.
Guiomar era para Teresa su amiga del alma, aquella que siempre estuvo a su lado, ayudándola en todo. Al hacer posible el encuentro con el santo alcantarino, puso en manos de su amiga las claves de su propia vida espiritual, porque desde ese momento Pedro se convirtió para Teresa en un aliado, el que llevaba las riendas de ese caballo desbocado que era su espíritu, tan encadenado y juzgado por tanta gente.
Teresa tenía una capacidad de percepción psicológica de las personas espectacular, algo que fue vital en toda su futura vida como fundadora, tal y como podemos ver de manera clara en todas sus cartas, donde aparece su propia personalidad y estas pinceladas psicológicas de las personas que la rodeaban están presentes. Así cuando conoció a Pedro, pudo ver su interior profundamente y describió su alma como construida a base de raíces de árboles. Una bella comparación de naturaleza poética que nos habla de la mirada contemplativa de nuestra Santa y de la personalidad enraizada y fuerte de su nuevo amigo Pedro.
Cuando te montas en el coche y te vas adentrando en el espeso bosque que conduce al Monasterio de San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro, Ávila, tienes la sensación de volver a oír a Teresa hablar de las raíces de esos árboles que te dejan tan pequeño y maravillado. Las raíces de Pedro que inmortal permanece en su espíritu con nosotros. Un santo que hacía enraizar los sueños espirituales de sus amigos porque reconocía el ambiente y la niebla, las lluvias y las sequedades del bosque en el que vivía su alma. Un santo que aún hoy en día sigue llamando a miles de personas a ir a su encuentro en este bello rincón abulense y que es el santo para un pueblo que le venera, el de Arenas De San Pedro.
Subía y bajaba los puertos de Menga y del Pico andando con calores y nevadas para ir a ver y a hablar con Teresa y sus amigos, en medio de una vida ascética llena de rigor y enfermedades. Pero el ímpetu de ayudar a los demás era más grande que sus dolencias y podía dejar la camilla del Hospital de San Andrés en Mombeltrán para emprender otra caminata. Entre Pedro y Teresa construyeron nuevos panoramas espirituales, escribiendo y dando testimonios de vida y de fe que aún hoy nos conmueven, y las cartas que se mandaban llevan entre las letras escritas mucha amistad y ternura, comprensión y vida compartida que como aire sentimos que fluye entre nosotros al leerlas. Un Santo hecho de raíces y una Santa que construía castillos de cristal en el aire, viviendo aquí entre nosotros.

 

Cada año cuando la primavera comienza a desabrocharse de tanto frío, de las heladas y los vientos, y todo el campo como un mar verde va descargando toda su energía sobre nosotros, siento nostalgia del tiempo pasado. Es una mezcla curiosa de emoción por la belleza que se me regala en cada momento, en cada paseo, el aroma, la suave sensación de que todo vuelve a nacer nuevo y de vértigo porque en primavera todo lo que soñaba que iba a nacer, ya está delante de mi.

Y en los últimos años recurro a encontrarme con otros jardineros, a conversar con ellos, en las lecturas de tratados sobre jardinería, las plantas, los invernaderos y la primavera silvestre. Y acaba de llegar a mi jardín abulense un pequeño librito muy antiguo que me ha sobrecogido porque viene a decir muchas cosas que comparto profundamente sobre el concepto de los jardines y de los espacios naturales como el lugar de la espiritualidad y el alma del hombre. Lugares que nos cuentan cosas, que nos hacen sentirnos a gusto como si fuera el escenario de nuestra propia casa y que ha sido así desde la Antigüedad. Ya los griegos y los romanos se encontraban con las deidades mágicas en los bosques, fuentes y jardines , los genius loci, y allí se sentían en lugares especiales imbuidos de emoción.

El jardín perdido del islandés de origen y británico de vida, Jorn de Précy, publicado en 1912 es un libro que recoge las percepciones y opiniones de un jardinero muy especial. Nacido en Reikiavik en 1837, abandona su isla camino de Europa, visitando Roma, la Toscana y Paris, para afincarse de manera definitiva en Gran Bretaña construyendo un jardín en Greystone en Oxfordside. Fueron sus paseos de niño por los bosques de abedules de Islandia, buscando los claros de vegetación que en redondo aparecían llenos de ciclamen y otras espacies, lo que cambió su vida, y le empujó durante toda su existencia a recrear esa atmósfera llena de emoción, disfrute, creatividad, donde parece que viven las divinidades de los bosques, donde encontrarse realmente en paz.

Cuenta que cuando estaba viendo casas de campo inglesas para comprar su jardín, pedía a las personas que se lo enseñaban que le dejaran irse solo un largo rato a estar por allí, para poder dejar libre el alma del lugar y ver qué era lo que le iba diciendo. En Greystone, los largos setos podados y las gritonas y multicolores begonias dejaban, en silencio y muy al fondo, oírse el sonido de un lugar mucho más auténtico y salvaje, y se dedicó a desmontar mucho de lo construido para liberar todo del peso de tanto diseño hecho en un estudio, alejado del campo, desde donde hay que empezar siempre a construir los jardines, en un diálogo botánico y vital con todo.

El jardinero como Jorn es siempre un ser parecido a un ermitaño, que parece tener sus raíces en el suelo fértil del jardín. Amigo de otra gran paisajista inglesa Gertrude Jekyll, fue filosofando, plantando, dejándose llevar por el jardín mientras descubría en él su lado más revolucionario, lo que le llevó a entrar durante unos años en el ámbito político, para poder desarrollar una revolución social basada en el respeto y amor por lo natural, un anticipo lleno de honda filosofía de los pensamientos ecologistas actuales.
En este planteamiento de cambio social ecológico, se encontró y comenzó a trabajar con William Morris padre del movimiento Arts & Crafts , en la época de construcción de la Red House, ladrillo a ladrillo. Un foco de reivindicación de la artesanía como reducto humano frente a los excesos de la industrialización. Un movimiento con un lado estético muy bello, en los diseños textiles y de otras artesanías de Morris que hoy en día admiramos.
Propugnaba Percy, que un jardinero lo mejor que puede hacer en su jardín es no hacer nada, dejando que la naturaleza vaya mostrando su verdadero mensaje.

Mientras paseo por el camino verde de Guimorcondo, me voy sorprendiendo por la belleza del campo, los grupos de retamas salpicando unos campos reverdecientes, con el aroma de los espliegos, las pequeñas matas de armerias y silenes, las santolinas en capullos y los espinos blancos en plena explosión bajo la copa de las encinas en floración, voy recordando todo lo leído en ese pequeño librito de Jorn. Qué bello sería crear un jardín solo con estos ingredientes, para que acogiera a la ciudad y su bella muralla. Poder construir jardines acordes con los muros de los palacios renacentistas con sus huertos medicinales, con mirtos y celindas y muros llenos de madreselvas, donde se pudiera oír el silencio místico que la envuelve.

Los jardines nos hacen entrar en lugares de nuestro interior y memoria que aún están vivos, y nos abren los sentidos para recoger tanta belleza natural que se nos ofrece. Jorn, me cautiva tu discurso, como le ocurrió a Monet que visitó Greystone y puso muchos de tus pensamientos en forma de flores y nenúfares en Gyverny. Como dicen algunos de los versos-canciones de Bob Dylan que también relee tus páginas de vez en cuanto. Y volver cuando el cansancio me ataca a coger la regadera y a descansar.

Es domingo por la mañana y un montón de turistas recorren las vías del casco antiguo, en manadas van pasando por las calles, parándose ante las fachadas de los palacios y la catedral, deambulando de manera gregaria sobre el nuevo pavimento de la ciudad. Tengo esa sensación de que la Ávila que están conociendo es muy distinta de la que tengo en mi corazón. Muchos de los cambios para su adecuación a estos usos turísticos de masas están transformando de manera radical nuestra ciudad.
Cuando paseo por la nueva ciudad, que remoza la antigua, muchas veces me recorre una pena muy honda, por el paso del tiempo que todo lo transforma. Muchos de los recuerdos, sensaciones, olores, visiones de esta ciudad tan querida son ahora muy diferentes de las de antes, cuando el urbanismo no había subido la ciudad sobre un pavimento tan agresivo, cuando había tierra en los jardines y adoquines en las calles. Cuando había arboledas, rosaledas y matas de plantas aromáticas, cuando llegaba el verano y el suelo de tierra se rastrillaba y se mojaba, llenando todo de un olor que aún recuerdo, en los jardines del Recreo, del Rastro o de San Antonio.
Mi formación académica como arqueóloga me regala ese amor por la tierra y ese interés por el sustrato de aquello que pisamos, viendo tanta historia pasada que está a nuestros pies y que todavía nos quiere decir muchas cosas. Cultura propia que crea su propio corpus de conocimiento, la idiosincrasia propia que nos hace únicos.
No estoy de acuerdo con esa consideración tan generalizada de que el turismo debe ser todo en una ciudad tan bella como la nuestra. Y sobre todo no creo que tengamos que adecuarla para un turismo de masas como este.
Miro con interés y un golpe de nostalgia las fotos antiguas de la ciudad, reconociendo casas, aceras, lugares que hoy en día ya están solo en nuestro recuerdo. Y me encuentro con las imágenes de una ciudad antigua tan hermosa en su sencillez que habla de pobreza, pero también de valentía y de belleza. Las imágenes sobre todo de Ortiz-Echagüe me encantan, verdaderos cuadros vivos al estilo de López-Mezquita, Caprotti o Sorolla. No creo que se puedan criticar como se ha hecho de pintoresquismo, buscando sólo lo teatral de nuestros antepasados y de la imagen de la ciudad, creo que lo que busca, junto con los pintores que cito, es la belleza única de nuestra ciudad y de sus gentes.
Me pregunto por qué queremos adecuar nuestra ciudad al estilo de las demás, consiguiendo que se convierta todo en los pasillos de un centro comercial con temática del medievo.
Me detengo en los detalles de la ciudad, las rocas y la tierra sobre la que la muralla se levanta bella y radical, no como se ve hoy en día sobre un césped al estilo campo de golf. Tierra que en primavera reverdecía, donde le paso de las estaciones entraban en diálogo con los lienzos de murallas más bellos de Europa.
Tenemos un patrimonio increíble y único. Y la manera de conservarlo es siendo en primer lugar humildes, dejando a toda la ciudad su protagonismo frente a nuestro afán de pavimentar, levantar y socavar. Todo lo que pongamos se encontrará inmediatamente en dialéctica con una muralla espectacular, unos palacios y edificios renacentistas únicos y con un subsuelo lleno de miles de cosas y de historia que aún nos falta de conocer para reconocernos como personas y como sociedad. En este rico patrimonio, y no desde fuera es donde podemos levantar algo nuevo en nuestra ciudad, que nos aporta tanto.
Avila tiene que seguir por su propia senda, dejando que la historia, el arte y la cultura marquen el día a día. Si la dejáramos así, con la mirada puesta en su pasado tan rico, en arquitectura, bellas artes, música, mística, literatura, etnografía, podríamos mostrar a todos los que nos visiten quiene somos y podían ver el verdadero rostro y la belleza de nuestra ciudad.
Hace años teníamos la costumbre de enviar postales de nuestros viajes a la familia y los amigos, y la recolección de algunas de estas de fechas antiguas, con estas imágenes antiguas, nos muestran la ciudad bella que de los peñascos se eleva. Qué postales podemos mandar hoy de la ciudad, si parece que hemos perdido el aroma de la tierra, si el silencio se quiebra y el ruido de la nieve rancheada sobre los adoquines no nos sacan del sopor.
Vivimos en una ciudad que levanta el cielo, con su belleza, altura y patrimonio.

 

 

Cuando en estos días de guerra cruenta y salvaje en Ucrania leo que Putin utiliza a veces frases de Leo Tolstoi para intercalarlas en sus mítines, algo en mi interior se revuelve; la lectora y admiradora de la obra del gran escritor ruso parece que comienza a sufrir también en otro campo de batalla lleno de mentiras. Tostoi que era de naturaleza sensual e hipersensible, sufría mucho cuando veía a la naturaleza animal que subyace por dentro de cada hombre, saltar como un tigre sobre la conciencia personal llegando a devorarla.
El escritor de dos de las más grandes novelas de todos los tiempos, Guerra y Paz y Ana Karenina, escritas en su juventud en los primeros años de su matrimonio, dio un giro radical a su vida a los cuarenta años cuando lo ético pudo más que lo estético, y decidió sacrificar su acomodada vida familiar y su papel fulgurante como novelista, en pos de una nueva vida basada en la religiosidad y moralidad cristiana, abogando por una vida sencilla y solidaria con los demás, compasiva y abierta a todos. En 1919 se dio cuenta de que si seguía viviendo en su hacienda traicionaba su ideal de existencia. Y este pensamiento le empujó a coger un tren camino de un monasterio muriendo en un banco del andén, congelado de frío con ochenta años.

Su religión era una mezcla del Nuevo Testamento de Jesús sin la iglesia que luego los creyentes fueron creando, todo amalgamado con ideas de espiritualidad hindú. Todo lo que no fuera ético y solidario con los demás debía de tener un papel marginal en su vida, y así después del rotundo éxito de Ana Karenina, determinó sólo escribir ensayos de naturaleza ética. Algo que no fue así de rotundo, gracias a Dios, y nos ha dejado obras maravillosas posteriores como Resurrección.


Mientras las imágenes de tanto sufrimiento y muerte por esta barbarie se cuelan en mi interior y parece que no salgo de las carreteras polvorientas y nevadas que llevan a miles de personas de un lugar a otro bajo el tronar de los bombardeos y de las alarmas, me pregunto qué puede haber en el alma de un ser tan cruel como Putin, cómo es ese interior tan lleno de violencia, en qué radica el alma rusa que ha perpetrado tan grandes sufrimientos a millones de personas en una historia reciente recubierta de sangre y de violencia. Me pregunto en qué parte del legado de Tolstoi puede un tirano como Putin centrase y hacer referencia a él, que fue uno de lo impulsores junto con Gandhi y Thoureau del pensamiento de la insumisión civil y de la paz.

La novela de Resurrección termina así: ”el único medio para salvarse del terrible mal que hace sufrir a los seres humanos consiste en que la gente se reconozca siempre culpable ante Dios, y por tanto, incapaz de castigar ni de corregir a otras gentes”. Instaurando el reino de Dios en la tierra, cuyo primer mandamiento es que el hombre no debe matar, irritarse ni despreciar a sus hermanos, reconciliándose con ellos.

Tolstoi fue un buscador de la verdad, en su aspecto inmortal, una verdad esencial rusa instina algo que ha suscitado el interés de la mayoría de los escritores rusos. Me pregunto cuál es esa verdad en el alma del tirano Putin, y creo que anda muy cerca de sus más íntimos anhelos viscerales de fama, riqueza y poder, sintiéndose superior al someter a los pueblos y a las personas a sus propios mapas políticos y económicos en pos de una gran Rusia, de la que desde luego Tolstoi no puede formar parte. Putin se comporta como un zar del s.XXI, y juega a desempeñar un papel en la historia rusa como un “gran hombre”, no dándose cuenta de que va a figurar en ella como un asesino cruel.

En Guerra y Paz, Tolstoi retrata la batalla de Borodino, en 1812, entre el ejército de Napoleón Bonaparte y el ejército ruso. Allí, “millones de hombres, renunciando a sus sentimientos humanos y a su razón, tuvieron que ir a matar a los de su propia especie”. Bonaparte, como ahora pienso de Putin, creía que la historia depende de la habilidad de un hombre que se erige en su interior como un ser superior. Un gran hombre capaz de crear un nuevo escenario mundial y personal aunque tenga que sacrificar a miles de personas, sintiendo sólo su propio dolor, ajeno a los gritos y muertes ajenas.

Solamente encuentro que Putin pueda sentir sintonía con Tolstoi en las descripciones del campo ruso nevado y racheado de vientos, en la belleza de cada paisaje y en esa sensación de estar dentro de lo novelado como si un reloj literario se moviera por dentro de cada lector. Un tictac oculto, que en el lado de Putin se confunde con las bombas y los misiles que lanza cada día sobre poblaciones de madres, niños y ancianos que buscan la libertad al fin del camino polvoriento y helado. Un tictac que a Tolstoi seguro que le hace retorcerse de dolor en su tumba de Yasnaia Poliana.