Los ojos de Amadora

Muchas veces nos conocemos de manera mas íntima con la mirada, sin necesitar miles de palabras y largos ratos de conversación. Los ojos a veces aparecen como puentes que nos llevan al interior de otras personas, nos dejan ver aspectos nuevos y otras perspectivas vitales. Esto es lo que sentí, impresionada por los ojos de los niños del Mombeltrán de principios de siglo XX, cuando visité las salas del nuevo museo etnográfico que el Ayuntamiento de esta localidad ha abierto en el Antiguo Hospital de San Andrés magníficamente rehabilitado como Museo.

En las salas con todo el material etnográfico cedido por los vecinos aparecen las distintas estancias de la vida del pueblo, las alcobas, los sobraos, las entradas de las casas donde se guardaba el ganado, la elaboración del vino y del aceite, los quesos, la miel, la botica… Elementos que tienen un valor sentimental profundo para los vecinos que vuelven a encontrarse con parte de su vida, con cosas que ya habían olvidado pero que les envían inmediatamente, como en una maquina del tiempo, a su propia existencia, a la de sus padres y abuelos. Era entrañable ver la emoción de los vecinos y con qué gusto explicaban todo a los visitantes, orgullosos de su pasado y de sus raíces.

Llevo años disfrutando de la belleza natural y arquitectónica, así como del trato afable y cercano de los vecinos de las Cinco Villas en Ávila. He analizado la botánica que me apasiona, el suelo, los caminos siempre frondosos y llenos de belleza, las rocas, los manantiales y fuentes, las ermitas, los rollos jurisdiccionales y las iglesias, y siempre he intentado encontrar detrás de todo al hombre y la mujer que se esconden en el pasado, los que han configurado estos pueblos en lo que realmente son, los que han arado, cultivado, acarreado carros de mulas. Los que han recogido los huevos y han fabricado el vino de pitarra en los cántaros y tinajas. Los que se impresionaban dentro de la iglesia de san Juan Bautista de Mombeltrán con trazas de catedral, rezando detrás de una reja magnifica que los apartaba de todo, sentados en el suelo con los pies descalzos.

Esa sociedad de nuestros abuelos y tatarabuelos que dista de nosotros mucho mas que un siglo, porque hemos pasado de una economía de subsistencia que nos habla del pasado mas remoto de la humanidad, al s. XXI donde todos los habitantes tenemos un teléfono móvil en el bolsillo estamos al tanto de lo que pasa en todo el mundo en cuestión de minutos.

Y lo que me impresiona es sentir que aunque estemos dentro de esta falla del tiempo tan salvaje, somos los mismos y no nos podemos conocer si no nos reconocemos en nuestros antepasados, con todas estas cosas que la etnología recoge.

Cuando veía las fotos antiguas que expone la muestra, mi mirada se quedó en los ojos de esos niños de antaño, con sus ropitas sencillas hechas por sus madres, los pies descalzos y sobre todo con unos ojos que como linternas aun alumbran mi interior algunas veces. Unos ojos que nos llevan a otros lugares que estaban en donde ahora vivimos y paseamos, que ponen el elemento humano que está presente en este Museo.

Hace años me gustaba hablar con una señora muy especial, llena de viveza y ternura que se llamaba Amadora y vivía en San Esteban del Valle. Me hablaba de la vida de antes, de las recetas que hacían cuando llegaba la Pascua o la Navidad, de cómo hacía las conservas, de cómo tenían que ir a trabajar desde niñas a la capital, en un momento en el que se iba a lavar la ropa de la casa al Rio Adaja y con los nudillos se rompía el hielo. Los ojos de los niños de esta exposición me han puesto inmediatamente en este lugar narrado, y con la fuerza de la fotografía, con su viveza que aún mantiene después de casi un siglo, nos cuenta mas cosas que miles de libros y nos pone nuevamente en contacto con los vecinos y amigos de antes, con Amadora, sus ojos de niña aún en esa cara de mujer anciana, con los que me miraba hace unos pocos años.

 

 

 

 

Desde el día 1 de abril están expuestas en las paredes del Antiguo  Hospital de San Andrés en Mombeltrán Ávila, mis acuarelas florales. Son diseños florales para realizar arreglos florales con piornos. Están recogidos en nuestro libro Gredos en amarillo, Guia práctica de decoración con piornos, con Isabel Sánchez Tejado.

El día 2 de abril de 2023,  sábado a las 18 h, presentamos el libro en el Hospital de San Andrés y quedó inaugurada la exposición de las acuarelas. Un grupo de vecinos y amigos estuvo con nosotras disfrutando del espectáculo de la Sierra toda florida y radiante… Mil gracias, amigos.

Los piornos son unas bellas flores silvestres que llenan de amarillo la Sierra de Gredos en Ávila en los meses de mayo y junio con un espectáculo impresionante, miles de laderas floridas que  impregnan todo de un dulzón y agreste olor muy característico.

Es la segunda vez que cuelgo mis acuarelas en este entorno antiguo tan especial y lleno de encanto. En el verano de 2021 expuse mis cuadros en la Exposición  de arte contemporáneo de Artesón.  Estas nuevas acuarelas son diseños florales, los que utilizo para trabaja con las flores en mis talleres de arte floral.

Desde hace mas de diez años voy a los pueblos de la sierra de Gredos a desarrollar talleres de arte floral, muchos vecinos de los pueblos acuden y se forman en técnicas profesionales de arte floral, aprendiendo a recolectar el material, a hidratarlo correctamente y a desarrollar arreglos sostenibles en el tiempo, respetuosos con todos los materiales naturales y llenos de belleza.

Luego en los distintos pueblos los vecinos se reúnen para determinar que van a hacer y cómo van a participar en el concurso de decoración de exteriores. Y los resultados son sorprendentes… os animo a visitar esta zona durante el Festival , y a disfrutar con toda esta creatividad. Es un momento inolvidable para todos los que disfrutamos con las flores y todo lo natural en su entorno… una belleza.

En Mombeltrán podes ver mis propuestas e ideas que espero que sean motivadoras para seguir trabajando con flores, realizando arreglos florales llenos de encanto natural .

Doy las gracias al Ayuntamiento por su apoyo en esta exposición . Muchas gracias!!

 

 

 

Vivimos en una época donde la velocidad en las comunicaciones se ha llevado de un escobazo cosas que antes eran importantes en la vida. Una es la escritura a mano y con ella la caligrafía como técnica para perfeccionar los trazos. Rápidamente mandamos un mensaje y la única personalización que podemos hacer es elegir la tipología que vamos a utilizar, dentro de unos pocos tipos generalizados en todo el mundo.

Pero junto con este panorama donde nuestros escritos están casi todos moldeados dentro de un teclado de ordenador, aparece un auge de la caligrafía y del lettering como hobby, como método para relajarnos. Me pregunto el sentido de todo este nuevo movimiento que llena las baldas de las librerías con un montón de manuales y cuadernos de práctica de escrituras de distintos tipos.

Recuerdo mis épocas escolares en la Aneja y los cuadernillos de caligrafía de Rubio que tenía que ir haciendo en cuanto la profesora veía que mi escritura era ilegible. Dentro de los deberes escolares de cada día siempre había alguna hojita de caligrafía que la profesora revisaba. Desde entonces comencé a darme cuenta de la importancia de la escritura porque era mi manera de presentarme al mundo, era como un buen vestido o un corte de pelo estiloso. Era y es mi forma de expresión, mostrando mi personalidad. En esto es en lo que se basan los estudios de grafología que llegan a hacer una radiografía completa de nuestra manera de ser y comportarnos, siendo un elemento utilizado de manera reiterada en las inspecciones policiales de determinadas personas.

Así en 2015 pude oír una interesantísima ponencia en un Congreso teresiano en la Universidad de la Mística sobre la letra de Teresa de Jesús y las conclusiones a las que llegó el experto grafólogo Juan José Gimenez, que apuntaba su desconocimiento de nuestra Santa, llenó de impresión a los teresianistas. Aprendimos mucho no sólo de la personalidad que aparecía tras los rasgos de las letras de sus manuscritos, sino sobre la forma de escribir, y el lugar donde lo hacía. Teresa escribía con un tipo de letra que se conoce como procesal, muy utilizada en el s. XVI, la escritura que aprendió en la casa de sus padres. Esta letra se utilizaba en los procesos de la corte y debido a que los escribanos cobraban por cada hoja escrita, comenzó a hacerse con mucho desarrollo de líneas y grafías sobre todo al final de cada palabra, dificultando enormemente su lectura de manera que es muy complicado leer algunos textos. Así la reina Isabel la Católica instó a que se controlara un poco su aspecto.

La letra de Teresa al tener que optimizar cada pliego de papel, no es tan expansiva en sus adornos. El papel sobre el que escribía era verjurado de muy buena calidad, podemos llegar a ver las leves marcas transversales en la superficie si lo miramos al trasluz. Era un material que las monjas compraban frente a la tinta que hacía la propia Teresa con limaduras de hierro, de ahí el color que muestran hoy en día sus escritos y los problemas de conservación de los manuscritos teresianos. Escribía sentada en el suelo apoyándose en un poyo no muy alto que estaba debajo de la ventana de su celda.

La forma de escritura a mano lleva consigo una serie de procesos y ritmos que me introducen en momentos placenteros muy alejados a los de la pantalla y el teclado. Elegir el plumín adecuado, la tinta y su color, y comenzar a diseñar el escrito. El crujido de la punta sobre el papel, y los momentos en que estoy esperando que se vaya secando cada línea, parece que me relajan y me reconfortan. Poder tener un texto con el que pueda expresarme además de con las palabras que contiene, algo que se pueda conservar y que quede ahí como parte de mi legado, en un mundo en el que todo es tan rápido como efímero y donde nuestros escritos parece que están recogidos en una nube.

Volver a escribir a mano, coger un cuaderno y un lápiz, un plumín o una pluma, me permite tomar las riendas de mi propia escritura, permitiéndome disfrutar del momento de escribir, todo rodeado de calma y sosiego. Buscando siempre la letra bonita que sobre los pliegos de papel a veces aparece.

 

Llevo un tiempo con este titulo de un libro de William Morris en mi interior, sobre todo porque al leerlo me ha llevado a lugares y planteamientos que llevo tiempo considerando, sobre el arte, la artesanía, la naturaleza, la caligrafía, el arte mueble …

Cuando me acerco al taller de algún artesano, recuerdo a mi querido amigo ceramista Alberto Illescas, siempre me invade una mezcla de sentimientos. Admiro la imaginación y la variedad de su trabajo, cada día cambiante, y también el conocimiento ancestral que lleva en sus manos para poder sacar de un montón de arcilla, obras tan variadas que nos hacen la vida mas bella y especial.

Ahora leyendo a Morris, comparto su idea sobre la unidad de las artes y la falta de sentido que tiene separarlas entre artes mayores y menores, sobre todo porque estas últimas son las que hacen que nuestra vida cotidiana sea única y porque a lo largo de la historia los artistas se dedicaban a decorar casas, palacios, iglesias y eran artesanos en su totalidad, englobando en ello al arte mas intelectual que se recoge ahora en los Museos.

William Morris (1834-1896) fue un artista total al modo de los renacentistas y quiso oponerse de manera artística y en su pensamiento político socialista a una sociedad llena de fealdad y de injusticias sociales como era la Inglaterra Victoriana de Dickens. Pensador, socialista, poeta, pintor, arquitecto, diseñador textil, bordador, diseñador de tapices, de papeles pintados y telas que aun hoy en día ponemos en nuestras casas. Calígrafo, maquetador de libros, vidriero, jardinero…

Siguiendo a su contemporáneo Ruskin, y dentro de toda una tendencia del siglo  XIX a buscar en el medievo la inspiración, quiso embellecer la vida y los lugares de trabajo de todos, creando un espacio- escuela  Red House, que mirando la forma gremial, proporcionara a los empleados la formación y el disfrute en sus puestos de trabajo de naturaleza artesanal, volviendo a modelos antiguos y a formas de trabajo ancestrales que ya en su época se enfrentaban con la forma de producción de las industrias en masa.

En el siglo s.XIX intuían cosas que hoy en día se han convertido en realidad y que hemos asumido. La producción en masas va poco a poco arrasando con lo creado de manera personal con métodos artesanales, y todos estamos imbuidos bajo la tiranía de las modas y de las cosas efímeras que terminan al tiempo en los vertederos. Los empleados de las fábricas no pueden recrearse en su trabajo. No existe expresión personal y poco a poco, aunque nos parezca que tenemos muchas mas cosas que antes, la variedad y el diseño se va recortando.

En el s. XIX tenemos, además de Morris, a otras grandes figuras de artistas totales que apostaron por hacer un arte mas cercano rompiendo las barreras del concepto de artesanía, como fueron en Portugal Bordallo Pineiro que también creo un taller imbuido de belleza y naturaleza La Fabrica de Faianças, en Caldas. Tengo en casa las soperas en forma de calabaza de este gran creador, cuyos diseños artesanos, como los de Morris, se siguen haciendo de manera artesanal hoy en día, anclando su producción a saberes tradicionales y añadiendo el diseño que nace de considerar cada cosa que nos rodea en casa, como algo especial que necesita su propio sitio, en lo cotidiano como la mesa, los papeles de las paredes y las labores de bordado.

Leyendo el libro de Morris “ Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”, cuyo titulo es tan fantástico que no se me va de la cabeza, me siento muy cercana a lo que expone y me invade a la vez una tristeza grande porque han fallado sus planteamientos para dotar a los centros de trabajo de jardines abiertos a la naturaleza. Lugares donde los obreros fueran artesanos, creadores, conservando con su medio de vida un legado de producción de muchos siglos en cosas tan importantes para el bienestar de todos como son los papeles pintados, los cuencos de sopa y los textos con caligrafía artística.

Mientras renuevo la decoración de casa y me quedo mirando los diseños textiles de Morris, los muebles pintados, las vidrieras, los libros, impresionada de su belleza y creatividad, mientras visito a Alberto en su taller de Cuevas del Valle y siento que con personas como él, hay un soplo de esperanza. Soñando con un mundo donde los objetos se valoren y se quieran. Donde se hagan con paciencia, pericia y amor.

 

 

Llegué a conocer a Hildegarda, escritora, visionaria, teóloga y santa mística del s. XII, por la música, mientras interpretaba sus melodías de corte gregoriano en la citara salterio. Una música fascinante que te abre a un mundo diferente. Sientes que estás en otra Edad Media con mucha mas luz, transparencia y belleza sonora. Entras en un nuevo reino, un castillo musical que te va envolviendo poco a poco.

Después, fascinada por esta música, me he ido acercando a Hildegarda y todo lo que siento al oír e interpretar sus partituras comenzó a decirse en forma de palabras, pensamientos, reflexiones, visiones. En una obra que recoge materias tan variadas como el pensamiento, la teología, la introspección personal, la botánica, la música, el cultivo de especies para usos medicinales, la farmacopea, la astronomía, los minerales y su uso medicinal, la astronomía en relación con nuestros estados anímicos…

Además Hildegarda tenía visiones profundas de naturaleza mística que iba dibujando juntos con los textos de sus tratados recogidos en Códices. Toda su vida mística estaba llena de luz, color y figuras que nos saltan a los ojos y al interior cuando los contemplamos, como la imagen de una figura humana inscrita dentro de un circulo al modo de órbita terrestre, que tanto me recuerda al hombre de Vitrubio del Renacimiento, adelantándose así algunos siglos.

El códice Scivias procede del convento que ella fundó para que sus monjas pudieran vivir una vida religiosa profunda, al margen de los monjes, en Rupertsberger, cerca de Bingen. El subtítulo del códice “conoce los caminos” no sólo describe el deseo último de Hildegarda de descubrir todo de las obras divinas, poniendo en ello todas sus facultades y aptitudes personales, sino que es una invitación a recorrer con ella todo este mundo interior, en un deseo último que tanto me recuerda a nuestra santa Teresa de Jesús y su libro de las Moradas o el Castillo interior.

Hildegarda era la hija de un noble y fue dada como diezmo a la iglesia, en una época en la que esta práctica también incluía a lo mas importante y valioso de una familia, sus hijos. Así desde que era una niña vivió recluida en monasterios, primero en una parte tapiada de uno masculino, del que tuvo que sacar a sus monjas cuando era ya abadesa, para fundar una casa femenina propia.

No tuvo una educación reglada pero si se formó de manera profunda con su maestra y tutora la hermana Jutta von Sponheim en el monasterio masculino de San Disibodo. Aquella niña joven, débil y enfermiza comenzó a tener visiones místicas que se irán desarrollando a lo largo de toda su vida. Y en este camino de conocimiento de las obras divinas, irá acercándose a todo lo que tenía a su alrededor, la naturaleza con sus plantas, los animales, las piedras, dedicándose a investigar profundamente todo, partiendo de cero, con sus capacidades hacia adelante, pisando una nieve del conocimiento con pies descalzos pero siempre en primera persona. Un acercamiento experiencial de naturaleza científica que dio lugar a obras y tratados que aun hoy en día se consultan y que sirven para aprender muchas cosas de todo lo natural, en un mundo tan alejado de la tierra que necesita de estas voces tan antiguas y nuevas a la vez.

Creo que hoy en día, en esta sociedad y momento en el que nos ha tocado vivir, necesitamos encontrarnos con mujeres como Hildegarda, para la que nada de lo que sucedía, de lo que pisaban sus pies, veían sus ojos o sentía su corazón, le era ajeno. Avanzar de manera profunda por la vida es ir pisando el suelo de verdad, conociendo los caminos, y ella nos vuelve a decir que todo está interrelacionado, palabra, imagen, música, las plantas, los astros, las rocas… Que la espiritualidad mas auténtica es radical y está abierta a la vida del día a día, buscando nuestro camino, dentro de esa Luz Viviente que todo lo ilumina y llena de vida.

Al acercarme a Hildegarda cada día, me encuentro con una mujer de verdad que sale del medievo y me deslumbra, mientras toco la cítara salterio y disfruto con su mundo musical tan increible y bello.

Así Hildegarda nos ha impulsado a dar a conocer su legado creando en la universidad de la Mística, CITeS un espacio dedicado a las mujeres, la creación y la espiritualidad. Un lugar donde poder aprender de Hildegarda y de otras mujeres que nos describen el mundo y su interioridad de forma artística y en primera persona, mostrando su alma femenina. Un lugar para romper los muros del aislamiento que el tiempo y el olvido han hecho con obras espectaculares de mujeres que tanto nos dicen hoy en día, hablándonos desde su verdad, al modo de Teresa de Jesús.

En este nuevo lugar vamos a desarrollar actividades, encuentros, congresos, cursos, conferencias y actos con estas mujeres como protagonistas, dándolas a conocer al público en general y ampliando los estudios específicos que va habiendo sobre ellas. Comenzaremos con una mirada en el medievo, con mujeres que nos impresiona conocer y leer, con sus obras en los s. XII, XIII y XIV, las beguinas cuyos textos se consideran los primeros en sus lenguas vernáculas altomedievales, como Hadewich de Amberes, Matilde de Magdenburgo, Margarita Porete, Margarita Porete, Ángela de Foligno….

Al leer sus textos, que ahora se están traduciendo directamente de los códices medievales, nos impresionamos con su belleza, libertad de expresión y sobre todo por ser palabras basadas en la verdad, al estilo de Teresa. La verdad de uno mismo que es infranqueable y que no se doblega aun en riesgo de perder hasta la propia vida, en manos de censores e inquisidores.

Comenzamos ya en el mes de junio de 2023 con. Ella que fue compositora de unas partituras bellísimas, y que veía la música como la actividad humana que mas nos acerca a lo sublime.

La programación incluye un curso de cítara salteriocon la gran profesora y concertista Catherine Weidemann, una de las mas destacadas a nivel europeo, que va a reunir a citaristas de toda España. También vamos a poder aprender a cantar al estilo medieval de Hildegardacon sus partituras con la profesora de canto y soprano Margarida Barbal. Junto a esta semana de clases, vamos a poder oír la música de Hildegarda en un conciertoprogramado en el Auditorio de San Francisco, con las dos interpretes y una conferencia sobre Hildegarda y su visión de la música y la espiritualidad.

Ávila es una ciudad medieval donde estas voces parece que van sonando, con su música y sus versos en medio de las calles adoquinadas, los palacios y la muralla, haciéndonos vivir de manera profunda el medievo en un viaje musical y cultural lleno de vida. Un nuevo espacio abierto a todos los que queramos aprender, disfrutar y viajar en el tiempo, mujeres con unas voces tan actuales que parece que te están hablando cerca, como amigas entre las calles, plazas y jardines de la ciudad, aquí en la  Ávila de Teresa y de Juan, entre murallas y rocas graníticas que al cielo se elevan.

 

Durante el s.XIX en Inglaterra se desarrolló una verdadera pasión por los helechos. Una verdadera Pteridomanía.
Eran las plantas mas deseadas por los jardineros, sustituyendo flores y macizos y también eran la inspiración para muchos trabajos manuales decorativos.
Se enviaban hojas de helechos pegados para felicitar el día de san Valentín, para invitaciones de bodas, bautizos. Aparecieron decoradas las vajillas, cortinas, papeles pintados con hojas de helechos
La locura por los helechos llegó a tal punto que se llegaron a esquilmar algunas variedades. !Se llegó a hablar de la necesidad de legislar para protegerlos!.

En la segunda mitad del s. XIX,….! los padres elegían el nombre de Fer, helecho para sus hijas e hijos!, y también en  el nombre de sus casas: Fern House, Fern Lodge, Fern Ville.
Las hermanas Bronte, las reconocidas escritoras de novelas tan famosas como “Cumbres borrascosas” adoraban los helechos. Salian diariamente a dar largas caminatas, para admirarlos, y recolectar sus hojas. Les recordaban los poemas de poetas románticos como  Dorothy y William Wordsworth.

Dorothy , la hermana de Wordsworth recogía los helechos en los alrededores de su casa en Dove, los transplantaba en su jardín para que su hermano se inspirara y pudiera escribir sus poemas. Charlotte  Bronte se fue de luna de miel a ver helechos,…

 


Como los helechos nacían en lugares oscuros y en medio de bosques, en ruinas, tapias, árboles huecos, cercas, sirvieron como imagen de las ambientaciones de los poemas góticos, dentro de un Revival del estilo, en el arte, arquitectura y diseño. Hadas, duendes se reunían en los claros de los bosques llenos de helechos al caer la noche,…

El helecho se contemplaba como una emanación del alma de las personas, espíritu de artista, con una creatividad orgánica total. Ruskin creía que la mano de Dios podía hallarse en los espirales de los helechos florecidos.

En el lenguaje de las flores, una tarjeta con un helecho significaba fascinación

Esta ramita de helecho
te dirá, sin necesidad de palabras
que, gracias a los encantos de tu arte,
tu  semblante modesto,
tu corazón amante,
me tienes felizmente fascinado

 

¡Ten compasión, piedad, amor!… de John Keats

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,

amor de un sólo pensamiento, que no divagas,

que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.

Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!

Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer

del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos

ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,

incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas un átomo de un átomo o me muero,

o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,

¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,

los propósitos de la vida, el gusto de mi mente

perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

GuardarGuardar

Los cuadros de Jan Brueghel en los versos de William Carlos Williams

 

 

La vista desde el Paseo del Rastro va pasando de una mancha de hielo y nieve a otra, mientras el sol parece deshacer tanto frío tímidamente. Pequeñas figuras se van moviendo como en un tapiz, la imagen de los cuadros de Jan Brueghel el viejo parece renacida mientras camino. Y es que estos días estoy recorriendo una exposición de cuadros de este conocido pintor flamenco en los versos de un gran poeta norteamericano William Carlos Williams en la traducción de Juan Antonio Montiel para la editorial Lumen.

El acercamiento de las artes, palabra y dibujo, y cómo se interrelacionan para conocer mas a los artistas y sobre todo para poder entrar dentro de una obra de arte, es algo que me suscita mucho interés. Así Williams (1883-1963) nos acompaña en una visita a los cuadros de Brueghel ( 1526-1569) haciendo versos y es como si nos susurrara al oído su lectura de los lienzos, poniendo en marcha su poética tan especial basada en la concreción y en la brevedad, transmitiendo frescura en una complicada sencillez estructural. Poeta y pediatra, hijo de una gran pintora Raquel Hélene Hoheb, se esforzó durante toda su vida por depurar su escritura dotándola de un ritmo a base de estrofas de distintos tipos, dando así un pequeño paracaídas formal al verso libre que imperaba en Norteamérica desde Whitman.

La museología se preocupa de buscar formas de expresión de lo contenido en los museos, aportando a los visitantes no sólo información y documentación de tipo académico sobre los autores y las obras expuestas, sino también promoviendo actividades que hagan que éstos puedan bucear dentro de las obras de arte haciéndolas suyas en un viaje artístico propio. Así entiendo los encuentros con personalidades del mundo de la cultura en el Museo del Prado, cuando nos cuentan su visión de los cuadros, su aterrizaje sobre los lienzos.

Algo así hace Williams con los cuadros de Brueghel, describiendo en versos lo que ve, en unos lienzos llenos de personajes moviéndose en escenas ricas que nos describen a la perfección la vida en el s. XVI: las escenas de bodas tan llenas de detalles hasta cómicos, las partidas a la caza sobre paisajes tan nevados como lo que se ve desde nuestro paseo, la recogida del heno, donde estos cientos de personajes se mueven. Y te quedas ahí mirando todo, pasando el rato disfrutando como si estuvieras en esas escenas, por los miles de detalles que observas: un cartel caído, una rama que voltea el aire, un grupo de personas patinando sobre un rio helado, niños en el colegio…. Y recuerdo la impresión que siempre me hace pasar por las salas del Museo del Prado donde se exponen los cuadros del Bosco (El jardín de las delicias, las tentaciones de san Antonio Abad, la extracción de la piedra de la locura), con cientos de personas paradas mirando, descubriendo personajes y detalles, quedándose impresionados de la imaginación del pintor compatriota de Brueghel, con el que éste comparte muchas cosas a nivel pictórico y estético.

Cuando vas pasando por las salas de un Museo de pintura y vas analizando a las personas que como tú están ahí mirando los cuadros, observas muchos tipos. Quizá el mas frecuente es el que disfruta de ser informado como en una clase, con guías humanos o auditivos, moviéndose en masas de un lugar a otro. A este grupo le pasa veloz aquel para el que las salas son lugares de paso rápido donde no detenerse demasiado y salir pronto de la situación. Hay otro grupo que va mirando de manera libre todo, que ya conoce al autor y su obra y que comienza buscar la obra de arte como algo propio, describiendo en su interior aquello que arranca la imaginación, y pone en marcha su poder creativo. En este grupo se incluye nuestro poeta Williams que miraba cada detalle como extrayendo de ellos la piedra de la sabiduría al modo del Bosco. Una sabiduría hecha luego de palabras y versos.

La tarde está heladora en el Paseo del Rastro, las figuras se mueven en un escenario vivo que arranca al cielo todo su potencial de vida y belleza, mientras intento ir encontrado palabras para mis versos, yendo así de palabra en palabra, de ritmo sobre la nieve.

El  panorama es el invierno

montañas nevadas

al fondo del retorno.

 

de la caza se acerca la caída de la tarde

por la izquierda

los fornidos cazadores traen

 

de vuelta la jauría el letrero del mesón

colgando de una

bisagra rota es un ciervo un crucifijo

 

entre sus astas el helado

patio del mesón está

desierto salvo por la hoguera

 

enorme que falsea al viento atizada

por mujeres que se agrupan

en torno a la derecha mas allá

 

de la colina hay trazas de patinadores

Brueguel el pintor

preocupado por todo esto escogió

 

un arbusto azotado por el viento como

primer plano

para completar su pintura

l

 

 

Cada día cuando cae la tarde, enciendo una vela de la corona de adviento de la cocina de casa, mi mirada parece que se va a otros lugares y a otros tiempos. Recuerdo al encender las cerillas el cuento navideño que mas me ha conmovido desde niña, el de la vendedora de fósforos de Hans Christian Andersen que me contaba mi madre y yo leía también en un libro ilustrado precioso que teníamos en casa.

En aquellas épocas, los niños sabíamos que los cuentos a veces eran crueles, la endulzada saga de Disney no había comenzado. Que el soldadito de plomo y su bailarina morían en una lumbre y que esta pequeña niña de largos cabellos rubios del cuento, terminaba por fallecer de frio la Nochebuena, congelada en un recodo a la intemperie entre dos casas, descalza, en la heladora Dinamarca del s. XIX.

La lectura de los cuentos de Andersen, la que se basa en los originales y no en las retocadas versiones que aparecen hoy en día, tienen algo que a mi me engancha y conmueve, hablan de la verdad. Cruda, dura y cruel pero así es la vida, y así es la verdadera Navidad para miles de personas en todo el mundo. Las imágenes de los cortes de luz y calefacción en Ucrania, usando estos recursos necesarios para la supervivencia como armas bélicas, nos vuelve otra vez a esta calle helada, y a esta pequeña niña que no puede vender sus fósforos y tiene miedo de volver a su casa, a recibir el castigo por ello, y con una pequeña cerilla encendida, puede soñar con una Navidad llena de calor, de vida familiar, con una mesa repleta de comida caliente.

Y es que la verdadera Navidad está llena de contrastes, de claroscuros. Mientras disfrutamos de reunirnos con la familia, echamos tanto de menos a los seres queridos que no están que muchas veces sentimos el corazón helado y triste. Vemos cuanta gente está sola, ancianos recluidos en sus casas, mendigos en centros de acogida o en medio de la calle muertos de frio. Familias desunidas con escenas de desencuentro en sus salones. Gente triste que no sabe el motivo pero que vive estos días como en esta calle helada, con un pequeño fosforo en su corazón para calentarse.

La vida de Andersen es tan apasionante como sus cuentos, sus poemas y novelas que le llevaron a ser una persona admirada en su época, y que salvaron a aquel niño delgaducho y alto, con una gran nariz, de vivir como esta vendedora de nuestro cuento. Con una madre mendiga, que nos recuerda a esta pequeña niña de los fósforos y un padre zapatero y ausente, que veía en los libros el mundo mágico del que escapar de la miseria, creía que su hijo sólo podría salir de esta situación vital si se educaba. Y así ocurrió, y aunque nunca tuvo una educación esmerada, fue un hombre culto y curioso, que viajó por media Europa, incluida España, pasando un frio terrible en Castilla. Él, como Dickens, relata la vida, y sus cuentos son bellos en sus descripciones porque nos introducen en un mundo real, lleno de estos claroscuros que definen la existencia.

Hoy en día se critica mucho a Andersen y a Dickens, se le da la vuelta a libros, películas e historias para que sean políticamente correctos. Para que no haya nada que pueda ser agresivo para nadie, y esto desde mi punto de vista es algo realmente hipócrita y falto de verdad. A los niños hay que tratarlos como lo que son, seres con inteligencia, y no hay que ocultarles la verdad, la muerte, el dolor, el sufrimiento, sino que hay que presentar todo esto como parte de la vida, sus claroscuros y su belleza oculta.

Cuando estos días nos juntemos en familia y  esté en la cocina preparando el menú, decorando el árbol,  poniendo el belén, me voy a acordar de esta niña, de tantos seres que como ella pasan necesidad, de tantas personas con frio y hambre, solas y enfermas y voy a encender en mi interior una cerilla, una luz de esperanza basada en mis mas profundas creencias sobre la vida que renace cada año en un niño, y que nos hace sentir que podemos construir un mundo mas justo y compasivo en el año nuevo que se inaugura estos días.

Una cerilla se enciende esta Navidad en lo mas hondo, mostrándome el cuento de mi vida, empujando mi corazón hacia delante.

 Mujeres medievales y místicas

 

La Edad Media es una época fascinante, tan alejada de nuestra mentalidad que nos resulta un enigma. Siempre hemos estudiado esta época como un lugar oscuro del que nació el Humanismo como un resurgimiento del pensamiento, las artes y la sociedad renacentista. Y creo que esta simplificación es realmente un gran error que no nos deja adentrarnos en el medievo de manera sensata.

Mi interés por esta parte de la historia tan larga y enigmática creo que tiene que ver con haber nacido en una ciudad como Ávila, haber jugado en las cortantes de la muralla, paseando por las calles adoquinadas, orando en las iglesias de piedra esculpida.

Este verano mientras la ola de calor iba atormentándonos con su lengua de sopor y destrucción comencé a leer unas obras escritas por mujeres medievales que eran como un soplo de aire fresco, tan actuales que parecían recién escritas y tenía que pellizcarme para sentir que eran de verdad medievales, de esa época tan remota.

La belleza de su expresión y la libertad de sus palabras y pensamiento me sorprendían tanto cuando comparaba estos textos con los capiteles románicos de los ábsides de la Iglesias tan pétreos y duros, con las imágenes hieráticas de las Vírgenes y los Cristos exentos de los altares tan faltos de cualquier expresión, con una belleza difícil y rígida.

Aparecía en mi lectura la voz de unas mujeres de los s. XII, XIII,  XIV, que nos sorprenden y que son además unos de los primeros textos en sus lugares de origen, en Alemania, los Países Bajos, Francia… escribiendo en las lenguas vernáculas de su época, sobre pergamino con letra carolingia,  en maravillosos códices muchos de ellos miniados que hay que ir a rescatar a los monasterios, restaurando sus partes y desglosando la nomenclatura medieval para traducirlos y llegar a entenderlos en su amplitud.

Unas voces que ponen de manifiesto que había mujeres cultivadas en el ámbito de los castillos y las cortes medievales, en las familias burguesas que en las ciudades comenzaban su andadura mercantil y comercial. Comenzando con la gran mística alemana Hildegarda de Bingen que en pleno s. XII escribió con absoluta libertad sus visiones y toda su experiencia mística junto con un corpus de escritos sobre música, medicina, astronomía, botánica, filosofía, mineralogía. Y con un grupo de mujeres, las beguinas, que pusieron la libertad de su experiencia religiosa por encima de todo, consagrándose de manera personal en votos anuales, viviendo fuera de los castillos y de la potestad de los hombres y padres, en casitas independientes o formando parte de barrios donde habitaba un grupo más grande de mujeres y que se defendían juntas, apoyándose y desarrollando sus actividades encaminadas a la educación de los más pobres, a la atención médica de los necesitados, realizando actividades artesanales con tanto primor y cuidado que pusieron en su contra a las todo poderosas cofradías gremiales que controlaban las ciudades.

Hadewich de Amberes con sus maravillosas cartas tan llenas de consejos y de vida compartida que me recuerda mucho a nuestra Santa, que tal vez llegó a leer sus cosas que circularon por toda Europa de manera anónima en libros de espiritualidad. Beatriz de De Nazaret, Ángela Foligno, Matilde de Magdenburgo, Margarita Oíngt, Margarita Porete y Juliana de Norwich.

Cuando me puse a leer la obra de Matilde de Magdenburgo “La luz que fluye de la divinidad”  sentí un verdadero torbellino interior. Me parecía increible que quien se expresaba con esa libertad y belleza era una mujer de la Alta Edad Media.

Comencé a ver el medievo de una manera distinta a lo aprendido en la universidad, aparecía la vida, la frescura de este amplio espejo medieval en el que nos miramos en sus manifestaciones culturales y artísticas.

“Las montañas mas elevadas de la tierra no quieren

recibir las revelaciones de mis gracias. 

Por naturaleza el flujo de mi espíritu santo

fluye a los valles

Esto nos dice Matilde  en esta luz que fluia a mediados del s. XIII ,cuando siendo beguina se dedicaba a indagar por la parte espiritual de su ser, lejos de la familia y del convento, viviendo una verdadera vida de naturaleza evangélica, curando, enseñando, y dando testimonio de la verdad que habitaba en su interior. Levantando un monasterio alternativo, el monasterio interior, lejos de las sumisiones a una orden religiosa, al papado, al príncipe, al padre o al marido.

Y estaba convencida ya en el s. XIII de algo que hoy en día nos abre las puertas de nuestra propia existencia, poniendo el lugar por donde vaga y recorre el espíritu: los valles abiertos y transitados. Un lugar alejado de las cimas de las montañas donde sólo  unos cuantos ilustrados reciben el soplo, la nube y la fe. Un lugar para los caminantes de a pie, un valle.

Leer a estas mujeres es una aventura increible que nos lleva a lugares tan vivos y llenos de luz que nos muestran algo mas de ese mundo oscuro y enigmático de la Edad Media, que con todo este predicamento femenino y liberador se abre por la mitad, como ese valle de Matilde, por donde sopla el espíritu y la vida.

 

 

 

A veces en la vida encontramos personas que nos impresiona conocer. Aquellas que nos hablan en nuestro propio idioma interior, sintiendo una empatía inmediata. Mas allá de las palabras, la experiencia y la vida parece que se unen en un choque de trenes de alta velocidad, y ya nada vuelve a ser como antes. Nos reconocemos entonces con los ojos interiores, los del corazón, sintiendo que la soledad y la incomprensión que nos atenaza, comienza a volar y a marcharse como una manada de grullas sobre el horizonte.
Corría el año 1560 y en medio de un calor sofocante de agosto, en la fresca sala del palacio de Doña Guiomar de Ulloa en Ávila se conocieron Teresa de Jesús y Pedro de Alcántara. Dos personas inmersas en ese momento en un mar de emociones y expectativas. Dos personas que soñaban, cada una en su propio convento, con una vida religiosa más auténtica donde la experiencia y el amor de Dios pudiera construir un nuevo mundo, abriendo nuevas expectativas a la fe, a la caridad y al amor. Dos personas que sentían sobre sus espaldas la fiscalización social y religiosa, aunque en este momento a Pedro ya se le consideraba un verdadero santo y su opinión sobre la monja abulense Teresa era tenida en consideración.
Frente a la sintonía que Teresa sintió con Pedro al comenzar a hablar, se asentaba todo un panorama vital dominado por unos confesores que fiscalizaban sin piedad su vida, poniendo al lado de su experiencia mística la sombra del Maligno. Hombres que miraban la vida mística de las mujeres siempre bajo la censura y la crítica, en un momento en el que la Inquisición y su hoguera estaban al acecho.
La familia de Guiomar era  amiga del santo, su esposo Francisco Dávila señor de Salobralejo había estado siempre al lado de Pedro ayudándole en la fundación de un convento alcantarino en sus propiedades zamoranas de la Aldea del Palo. En este año de 1560, ya viuda, Guiomar solía preparar en su palacio reuniones con amigos espirituales donde comenzaban a dejar que el espíritu les uniera, planeando nuevos panoramas, llenando todo de entusiasmo y ánimo, queriendo transformar todo aquello que interiormente veían como caduco y viejo por nuevos aires místicos y espirituales. Era la continuación de otras conversaciones que habían empezado en la celda de Teresa de Jesús en la Encarnación, donde con amigas, parientes y otras monjas amigas, se sentaban en círculo, rezaban y pedían luz para transformar todo aquello que veían ya pasado, soñando con un cambio profundo al que luego se le dio el nombre de reforma de la orden del Carmelo.
Guiomar era para Teresa su amiga del alma, aquella que siempre estuvo a su lado, ayudándola en todo. Al hacer posible el encuentro con el santo alcantarino, puso en manos de su amiga las claves de su propia vida espiritual, porque desde ese momento Pedro se convirtió para Teresa en un aliado, el que llevaba las riendas de ese caballo desbocado que era su espíritu, tan encadenado y juzgado por tanta gente.
Teresa tenía una capacidad de percepción psicológica de las personas espectacular, algo que fue vital en toda su futura vida como fundadora, tal y como podemos ver de manera clara en todas sus cartas, donde aparece su propia personalidad y estas pinceladas psicológicas de las personas que la rodeaban están presentes. Así cuando conoció a Pedro, pudo ver su interior profundamente y describió su alma como construida a base de raíces de árboles. Una bella comparación de naturaleza poética que nos habla de la mirada contemplativa de nuestra Santa y de la personalidad enraizada y fuerte de su nuevo amigo Pedro.
Cuando te montas en el coche y te vas adentrando en el espeso bosque que conduce al Monasterio de San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro, Ávila, tienes la sensación de volver a oír a Teresa hablar de las raíces de esos árboles que te dejan tan pequeño y maravillado. Las raíces de Pedro que inmortal permanece en su espíritu con nosotros. Un santo que hacía enraizar los sueños espirituales de sus amigos porque reconocía el ambiente y la niebla, las lluvias y las sequedades del bosque en el que vivía su alma. Un santo que aún hoy en día sigue llamando a miles de personas a ir a su encuentro en este bello rincón abulense y que es el santo para un pueblo que le venera, el de Arenas De San Pedro.
Subía y bajaba los puertos de Menga y del Pico andando con calores y nevadas para ir a ver y a hablar con Teresa y sus amigos, en medio de una vida ascética llena de rigor y enfermedades. Pero el ímpetu de ayudar a los demás era más grande que sus dolencias y podía dejar la camilla del Hospital de San Andrés en Mombeltrán para emprender otra caminata. Entre Pedro y Teresa construyeron nuevos panoramas espirituales, escribiendo y dando testimonios de vida y de fe que aún hoy nos conmueven, y las cartas que se mandaban llevan entre las letras escritas mucha amistad y ternura, comprensión y vida compartida que como aire sentimos que fluye entre nosotros al leerlas. Un Santo hecho de raíces y una Santa que construía castillos de cristal en el aire, viviendo aquí entre nosotros.