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La pandemia con toda su carga de tristeza y angustia ha dejado a muchas personas sumidas en una depresión, en una tristeza vital. Junto con los daños físicos están los psicológicos y existenciales de unas poblaciones confinadas durante meses en sus casas, aislando a padres de hijos y a amigos de vecinos. El tiempo que se nos regaló a las bravas, fue un espacio de libertad también para algunas personas y aunque parezca una contradicción, el lecho para el renacimiento personal. Frente al abismo de las horas en casa apareció la posibilidad de vivir y de ser nosotros mismos, aficiones, gustos y placeres que están normalmente alejados de la jornada cotidiana laboral y social. Apareció el silencio, que en las antiguas imágenes aparece representado mediante la figura de un lector abstraído sobre un montón de libros.

El silencio y los espacios de creación van unidos de la mano siempre, ya Juan Bermudo en el s. XVI escribió ( como nos cuenta Ramón Andrés), “que la profundidad, anchura y largueza de la música no está encerrada toda en los pequeños arroyos de los instrumentos”. La música, como el resto de las artes se desarrolla en el silencio, al posibilitar la escucha de la conciencia, ya sea racional o inconsciente.

Posiblemente si estos días no me hubieran dejado en el dique seco de mis actividades cotidianas, no hubiera transitado por estos espacios de silencio, que se abre paso entre tanto sonido que lo tiene prisionero. Para volver al equilibrio interior busqué aquello que siempre me centra en mi misma, volví a la música de Bach, que aunque nunca la había dejado, en este tiempo la he vivido en sus silencios, encontrándome en ellos con el músico que creó tanta belleza.

Bach es el equilibrio sonoro y vital, el que asienta nuestro interior volviendo de manera ancestral a nosotros mismos. Esta actitud y actividad musical y vital sólo se comprende cuando se oyen también sus silencios que vienen a configurar los nuestros, a entender un poco al maestro, su percepción de lo cotidiano, lo eterno, el cielo y el suelo, las clases, los cafés y los conciertos, los alumnos, los hijos y las preocupaciones económicas de llegar a fin de mes.

La música tiene una barrera que limita dos espacios, el de la audición de las composiciones, abriéndose otra diferencia radical entre la música en directo y la enlatadaen las grabaciones, y el espacio de la interpretación. En todas estas esferas entramos en un mundo efímero que nace y desaparece para nuestros oídos, y que nos introduce en su increible espectro de belleza y sonoridad. Un ámbito donde lo radical comienza en el momento, que desaparece en segundos y va a poblar ya el silencio de nuevos contenidos sonoros y vitales. La música, si dejamos abiertos los oídos, entra hasta lo mas profundo del ser, y a veces nos conmueve.

Bach convirtió el silencio en un estado interior, buscando de manera continua la concentración en medio de tantos ajetreos, y con su obra abre para todos los oyentes y los interpretes un nuevo mundo que sigue abierto de manera ininterrumpida desde el s.XVIII. Un mundo al que podemos acudir cuando lo necesitemos, para disfrutar, crear y renacer musicalmente, porque la enseñanza que nos brinda en cada pieza lleva la semilla de un nuevo camino estético y musical, un sendero para comenzar a caminar.

Hay por tanto alrededor de la música distintos espacios, y sin duda el ámbito de la música compartida es el mas emotivo sin duda. Sentir que una oleada de sonidos, matices, tempos y modulaciones entran por los oídos en un momento y que lo que sientes también está llegando a otras personas en ese mismo instante, hace que la música se expanda y su poder se haga ya imparable, mas allá del techo del auditorio o del salón está el interior de cientos, miles de personas.

Este nuevo momento en el que podemos ir a conciertos en directo, nos empuja aun mas, nos estrecha interiormente, creando vínculos profundos entre nosotros. El concierto de órgano de Monserrat Torrenten la catedral abrió una nueva vidriera dentro de la catedral del alma.