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POR DÓNDE VAGARÉ

Cuando me enteré de la muerte en septiembre del poeta norteamericano John Ashbery, (1927-2017) tuve la sensación de no haberle nunca entendido, de que por donde el “vagaba” yo nunca había vagado. Conocer las Consolaciones de Listz por él me había enganchado a sus cosas: yo tampoco me he consolado mucho con ellas, quizá un poco con las de tono menor. Considerado como uno de los poetas más grandes de la literatura actual, comparándole con Wallace y con Whitman, sus poemas me producían un torbellino del que me sentía fuera al finalizar los versos. Sabía que era un camino poético diferente, sentía que era también mío pero que algo me lanzaba fuera inexorablemente.

El otro día me comunicaron que los chicos de la Casa Grande de Martiherrero querían hacerme su embajadora. La impresión y la responsabilidad me ha lanzado de manera increíble a los brazos poéticos de Ashbery. Es como si ese “¿por dónde vagaré?” se hubiera convertido en mi interior en una especie de mantra.

Tengo esa sensación de que la maraña de palabras que de los versos se lanzan y que sentía como un vendaval sobre mí, ahora como ligera nieve van cuajando, levantándose y mostrándome su belleza y lo radiante de su verdad.

“Sigue una cosa a otro toldo en el horizonte de acontecimientos. Al marchar cambia una vida de tema. Tenían sentido unas cosas, otras no. No esperaba morir tan pronto. En fin, supongo que tenía que haberme tabulado de algún modo. Había hablado de escribir en tu pierna ,…” Heavy home, 2005.

La llegada a la Casa Grande de Martiherrero te traslada en un momento a otra época cuando era sanatorio para la tuberculosis. Esperas ver por allí enfermeras con cofias blancas y largas tertulias de enfermos en los miradores. El jardín con sus altos árboles, que dejan en el verde un montón de caminos laberínticos por donde vagar. Pero cuando traspasas de veras su puerta, comienzas a hablar con los cuidadores, monitores y los chicos, sientes que eso es lo grande que como adjetivo va a las espaldas de su nombre. De ser una casa de reposo y curación se ha transformado en algo grande, lleno de humanidad que palpita, porque los que por allí viven, los que trabajan cada día en estos largos salones, se quieren.

Hablamos en estos días mucho de amor. Una palabra que queremos que ocupe, como decía Wallace Stevens el lugar de una montaña. Allí la ponemos, y estos días prenavideños la decoramos con luces, la vestimos de regalos. Me pegunto qué es el amor, y en qué consiste.

Creo que podría escribir con todo en estos días de descanso navideño un poema al estilo de Ashbery. Usando imágenes impactantes, como piernas escritas con amor en cada sala de fisioterapia. Diciendo que los toldos que vemos desde la carretera son realmente tejados fuertemente construidos para proteger a este lugar de la inclemencia del tiempo, de la crítica, el egoísmo y la indiferencia. Expresaría de algún modo poético que muchas cosas no tienen sentido en mi vida pero que habitan junto a otras que poco a poco se van levantando como casas robustas: estar al lado de los más sencillos y necesitados tiene cada día más sentido y verdad.

 

Dice Andrés Ibañez que no se lee un poema como otro texto, novela o artículo. Un poema se lee, soñando. Pasan entonces las palabras a ese lugar de penumbra entre la luz y la ensoñación, un lugar que cuando lees así de manera profunda y dormida, se queda dentro hasta que un buen día algo los hace resurgir y tienes la certeza de que siempre han estado allí. Los títulos de los poemas de Asberry pertenecen a ese tesoro que se esconde en lo hipnótico de mi ser, como este “por dónde vagaré”. Leer un poema es ajustar los ojos a la profundidad a la que queramos mirar.

El otro día recorriendo el centro con su directora Pura Alarcón y con Esther Martín, viendo con sus ojos todo aquello, dejando que sus palabras y sus gestos tan llenos de amor me salpicaran, sentí que por estos pedregosos lugares de la sierra de Ávila, lo que la lectura de la vida nos deja es algo cercano al granito, a sus musgos y a la luz. A la verdad en palabras de Teresa de Jesús, que da también el nombre a todo. Y es que ella parece también vagar por estos lugares, como de la mano de estas amigas. Granito que brilla al sol más que un fino diamante, lleno de durezas y de belleza. Parece que sus palabras sobre esto aún nos salpican, la belleza de los seres humanos está en nuestro interior, y allí somos tesoros y hermosura. La de los que levantan este centro con su trabajo, apoyo y tesón. Los que ayudan económicamente, los que se acuerdan de ellos, lo que por ellos oran, los que trabajan en definitiva por la paz. Creo que todo lo que la realidad de este lugar nos envuelve, se queda vagando en el interior. Podremos escribir un día un largo poema lleno de inconexas palabras que como copos de nieve formarán una silueta. Una roca brillante de hielos en forma de corazón.

Articulo publicado en el Diario de Ávila el día 14 de Diciembre. 2017