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En medio de toda la preocupación mundial por el avance del coronavirus nos fuimos una mañana  de finales de febrero a visitar la Cueva del Castillo en Puente Viesgo, Cantabria.  Los cucos comenzaron a cantar a lo lejos. Pasamos en un momento a otro viaje lleno de emoción, aquel que nos lleva a encontrarnos con los hombres que vivieron en estos lugares nada menos que 150.000 años.

Pasar dentro de una cueva prehistórica supone entrar en un reino de oscuridades que desde tiempos remotos sorprendian a los hombres que allí llegaban como nos impresionan ahora. Cada grieta o protuberancia tomaba vida con el movimiento oscilante del fuego, llevando al grupo a encontrarse con el corazón de la tierra, allí donde fundirse con lo creado, al propio centro de todo.

No sólo vivían bajo la protuberancia de la entrada que a modo de techado de roca protegía sus asentamientos, sino que cazan por todos los contornos, mariscaban, se dedicaban largos ratos a despiezar el botín, a sacar el máximo rendimiento de cada parte de sus presas con la industria lítica y ósea tallada que encontramos en las excavaciones, buriles, raspadores o azagallas.

El grupo estaba también organizado de manera ritual, las creencias compartidas por todos daban cohesión. El concepto de libertad de expresión no entraba en sus parámetros vitales, todo estaba dominado por el grupo y las practicas comunales y rituales los constituían como tribu.

Aunque hayan pasado tantos miles de años, y nuestras sociedades nada tienen que ver con estas tan antiguas, hay de repente cosas que nos llevan a sentir que somos los mismos hombres, que estos grupos de homosapiens son nuestros antepasados. Que nos podemos dar con ellos la mano, como siento al ver las manos pintadas en las paredes de la cueva.

Todavía hoy en día usamos las manos para expresar tantas cosas. Saludarnos, fijar algo entre nosotros, para expresar nuestro apoyo unánime a algo como ocurrió con las manos blancas en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, un momento que supuso el principio del fin del apoyo social a los atentados terroristas de ETA.

Manos para recorrer las grietas de la cueva en sus galerías mas ocultas, donde tenían que avanzar muchas veces reptando como internándose de manera valiente en las entrañas del mundo conocido.  Las manos de los hombres de hoy en día que se unen para sentir el apoyo de unos para con otros, como símbolo de los que nos une. Lo que nos une hoy en día y con nuestro pasado mas remoto.

El coronavirus nos tiene a todos muy preocupados. El ritmo mundial, la economía, los transportes se van paralizando, el miedo comienza a reinar recordándonos los momentos de pánico por las pestes que recorrieron Europa durante siglos. El mundo intercomunicado en el que vivimos tiene estas consecuencias.

Los hombres que vivían en Puente Viesgo también se sentían amenazados, la ansiedad debía ser también algo habitual en aquel momento. La necesidad de buscar alimentos y de rogar para no se extinguieran los animales, las plantas, los peces que mantenían al grupo. Pedir ayuda a las fuerzas ocultas de la naturaleza mediante ritos, mediante chamanes que llevaran a cabo las ceremonias.

En estas celebraciones podemos leer el arte rupestre que admiramos en las cuevas. Para ellos entrar en las profundidades de las cuevas era un verdadero viaje al mas allá, donde las protuberancias de las paredes iluminadas por el fuego daban vida a los animales que pintaban, en una especie de imágenes con vida propia, al movimiento de la luz, del aire, del propio deambular del grupo. Como se ve en el bisonte pintado en el Castillo aprovechando una protuberancia natural de la roca, como también aparece en la cueva de Niaux en Francia. El hombre no sólo buscó y encontró la figura del animal, sino que contribuyó de manera decisiva a hacer que el grupo y ahora nosotros lo podamos contemplar.

La mañana parecía primaveral, la música de Frederick Delius (1912) con su juego de cucos, con los oboes, los violines y el clarinete parecía describir el campo. Primavera que se va intuyendo, saliendo del fondo de la caverna, reinando en un mundo que aun hoy en pleno s. XXI está lleno de ansiedad, como hace milenios.