El Homenaje a fray Victorino Terradillos en Arenas de San Pedro.

 

La tarde del 17 de enero de 2025 estaba muy fría en Arenas. Cogimos el coche y cuando entrabamos por el túnel de vegetación que envuelve el Santuario de San Pedro de Alcántara sentí una cierta nostalgia, un sentimiento cálido y triste a la vez, recordando otros momentos en los que iba a este templo a estar un rato a solas con la naturaleza maravillosa que se nos regala, con el Santo Pedro de Alcántara que tan amigo fue de Santa Teresa y a encontrarme con un fraile muy cercano y cordial, el padre Victorino Terradillos.

La fraternidad del Monasterio y los amigos del fray Victorino habían preparado un encuentro muy especial, con la presentación de dos libros dedicados a él, con unas bellas interpretaciones de música que nos ofrecieron las hermanas alcantarinas y con la recitación de versos de Antonio Pascual Pareja.

A los lados del altar había dos grandes carteles presentando el acto y uno de ellos me impresionó mucho porque era una fotografía de Victorino de tamaño real, con ese semblante risueño y lleno de bondad con el que siempre me recibía en esta capilla tan bella.

Todos los que estábamos allí tuvimos cosas que decir de Fraidio, como a él le gustaba poner en sus escritos. Desde el alcalde de Arenas Carlos García que recordaba la simpatía y la dedicación a las artes de Victorino, hasta los dos autores de los libros que a él se dedican: María Victoria Triviño y el fraile Julio Herranz, Guardián del Monasterio. Dos libros interesantísimos porque recogen dos materias que para Victorino eran muy importantes, su trabajo como mistagogo, ayudando y acompañando a tantas personas en el camino de la vida. Y la otra se centra en la figura de San Pedro de Alcántara al que dedicó tantos años y estudios. Todas las investigaciones quedaron recogidas en las actas del Congreso que se celebró en el 2022 y al que nuestro amigo dedicó tanto trabajo y entusiasmo.

Decía la hermana clarisa María Victoria Triviño que había elegido la foto que ilustra el libro con un río de montaña para hablarnos de la figura de Victorino y de cómo sus escritos, que salieron directamente de lo más hondo de su espiritualidad y de su interior son pepitas de oro para todos los que buscamos un sentido a la vida. María Victoria que ya presentó otro libro con los escritos de Victorino justo hace un año: “Fraidio. Semblanzas y escritos”. Son pepitas que hay que buscar y buscar, en ese ejercicio diario que es la meditación y que nos va ayudando tanto en nuestro día a día. Dijo algo que yo siempre he sentido al pensar en Victorino, que es un místico de nuestro tiempo y que su legado está ahí para que podamos hacerlo nuestro al leer sus escritos que son parte de su vida.

El libro que presentó fray Julio Herraez: “La ermita de San Andrés atrio de la gloria”. Las actas del Congreso Nacional en el IV Centenario de su beatificación y patronazgo, es muy interesante y va a ocupar un lugar importante en mi biblioteca porque la figura de San Pedro de Alcántara me interesa muchísimo, su relación con la Santa, sus escritos, su vida y todo está recogido en estudios muy profundos que nos van revelando muchos aspectos de la vida y el pensamiento de este gran santo. Con un bello apéndice final que hizo Victorino recogiendo muchas poesías dedicadas a San Pedro.

¡Qué gusto sientes cuando se hace un homenaje a un amigo! Y qué agradecimiento tan hondo, queridos hermanos de ese Santuario, por este momento.

Ahora en Ávila, leyendo los dos libros estoy de nuevo en ese mágico lugar. Gracias de corazón.

 

Desde hace años cuando llega la primavera suelo cumplir un ritual poético y me siento en medio de una pradera florida a leer el Cántico Espiritual de San Juan. La belleza de lo contemplado tiene un eco en los versos con los que parecen encajar a la perfección los árboles que se cimbrean, las violetas, las hierbas frescas, la luz que se columpia entre todo.

Mi Amado las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos

Este año mi lectura primaveral se ha visto envuelta en un manto de tierra. Me siento como un topo revolviéndose en sus corredores atrapada por una migraña cronificada que me deja fuera de la vida muchos días. Al dolor físico se une una pena profunda por vivir sólo a sorbos, mientras me siento atrapada en un escenario de oscuridad.

Cuando San Juan creó el poema más bello de la literatura en lengua castellana, se hallaba en una prisión toledana. Estaba como sepultado, en aquel pequeño cubículo, denominado por algunos estudiosos de su vida como sepultura, en una cárcel toledana dentro del Convento de los Carmelitas de Toledo. Le habían detenido en Ávila, en el Monasterio de la Encarnación la noche del 2 al 3 de diciembre de 1577, como si fuera un convicto.  Le montaron en un pollino con los ojos vendados y así llegó a Toledo para comenzar este cautiverio, en absoluta soledad y donde le imponían muchas “disciplinas” que hoy en día nos parecen inhumanas, como echarle la comida en el suelo del refectorio para que comiera como un animal, o no dejarle que se cambiase de habito y ropa, siendo atacado por un ejército de piojos.

Los cargos que se le imputaban tenían que ver con su fidelidad a Teresa de Jesús y a la reforma que había emprendido, y ambos eran definidos en Roma como descalzos desobedientes, rebeldes y contumaces.

Para poder escribir el poema, nuestro Santo no tenía nada. Su mini celda era el retrete del convento, no tenía luz, sólo una pequeña ventana dejaba entrar algún rayo de sol en algún momento del día, y no tenía papel ni pluma. Toda esa belleza donde él buscaba a su Amado estaba sólo en su cabeza, en su interior.

Me imagino las horas recitando por dentro todo, y viviendo, emocionándose con el amor que sentía en medio de la oscuridad más absoluta y del dolor físico y emocional.

Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras

y pasaré los fuertes y fronteras

 

Ahora que yo también recuerdo los versos en el eco que han dejado en mí tantas lecturas, en la oscuridad y la pena que el dolor me deja, entiendo todo y veo la vida de una manera más sensible y verdadera, con sus claroscuros. No hay en estos momentos difíciles que todos vivimos una oscuridad absoluta que nos deja fuera de la vida, aunque por momentos sentimos que es así y nos desesperamos. Nos dice el Santo que hay una especie de penumbra iluminada por lo vivido, por el amor recibido, por tanta belleza que se nos ha dado lo largo de nuestra vida, esas tardes y mañanas en la pradera llena de violetas con mis hijos alrededor. Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en purpura tendido, de paz edificado…

A Juan para insultarle le llamaban en el convento Lima sorda, porque no eran capaces de sacarle ninguna critica a Teresa renegando de su reforma. El síndrome de Estocolmo no le afectó en absoluto, todo el mecanismo de hablar sobre él como renegado de la causa, de su soledad siguiendo una cimera que ni Teresa ya seguía, no hicieron mella en su espíritu.  Estaba lleno de luz y amor, y esto bastaba para iluminar todo y llenar su existencia de belleza, consuelo y paz.

La lección que nos regala Juan dirigiendo su vida llena de dolor, oscuridad, incomprensión y sufrimiento es enorme. Esa noche que nos aplasta muchas veces no es tan radicalmente oscura, podemos volver a tantos momentos llenos de amor y belleza y reviviendo en ellos al modo de las moradas de Teresa, abrimos puertas y pequeñas ventanas en medio del sufrimiento.

He aprendido de Juan que cuando una migraña me azote, en esa mazmorra de mi cama, puedo volver a recitar como rumiando lentamente estas palabras tan bellas y llenas de verdad:

Más ¿cómo perseveras,

¡oh vida ¡, no viviendo donde vives,

y haciendo porque mueras,

las flechas que recibes

de lo que del Amado en ti concibes,?

Entonces toda esta lección de vida siento que me levanta el ánimo y me consuela, llenando de belleza tanto malestar.

Y el cerco sosegaba,

y la caballería

a vistas de las aguas descendía.

Un jardín

 

El próximo viernes 1 de diciembre presento en Ávila mi último poemario Un jardín amado donde descansar y ahora que tengo ya los ejemplares en mis manos vuelvo al momento de la escritura bajo los prunos de la entrada de casa. Eran esos días en que estábamos aún con la resaca del Covid teniendo miedo de nuestra propia sombra si se acercaba un poco más de la cuenta. El verano estaba siendo cruel, con temperaturas tan elevadas que muchos árboles centenarios se murieron, recuerdo unas nogalas majestuosas y cómo se iban secando desde dentro.

Durante los días del confinamiento mis plantas llenaron esas horas lentas llenas de presión y angustia, de buenas vibraciones y de paz. Mi relación con ellas cambió de manera sustancial, pasaron de ser seres bellos que dormitan en las terrazas, el invernadero y el jardín, a ser verdaderas doctoras de mi alma que en estos días estaba mustia y llena de tristeza. Comencé a relacionarme con ellas de manera más cercana, sintiendo por primera vez que también respiran, me acompañan y me ayudan en muchas cosas del día a día.

Abrirnos a lo natural de manera cercana, sintiéndonos un pequeño ser más de los que pueblan un jardín, es una experiencia llena de emoción que recomiendo a todos, y sobre todo cuando pasamos por malos momentos de tristeza por la pérdida de un ser querido, por tener una migraña pertinaz y dura o un estado anímico lleno de nubarrones.

El ser florista y empresaria en el sector de la jardinería me pone en contacto directo con mis clientes y su relación con las plantas, árboles, semillas y bulbos que adquieren. Muchas veces cuando lo único que mueve a la compra es un deseo de decoración de un determinado lugar de sus casas, me entristece un poco ver la cara de la plantita elegida para esa única función, que se llenará de polvo sobre una repisa encima de un radiador. Considerándolas sólo como elementos decorativos y bellos, que desde luego lo son de verdad, nos estamos perdiendo su verdadero valor en nuestras vidas como aliadas y amigas en nuestra casa.

Siento mucha ternura y una verdadera manta de compasión sobre mi cabeza cuando me pongo a cuidarlas, a cortar sus hojitas, a abonarlas y regarlas. Entro en un estadio de relación que me dice seriamente que estas plantas son seres vivos como yo, que son mis mascotas verdes, floridas y bellas. Me siento amada y comprendida, más allá de la contemplación avanzo por lugares mucho más etéreos, me permiten volar sobre los problemas y los dolores, dejando atrás la sombra de tanta ansiedad.

Abrí mi cuaderno rojo, y toda esa sensación de sentirme cobijada comenzó a reflejarse en los versos que iban saliendo lentamente, mientras las sombras de los árboles se iban moviendo como en un baile lento, con el cielo azul como escenario. Unos versos que quieren agradecer a todas mis plantitas la curación de tanto malestar, migrañas y angustias. A unos amigas llenas de hojas que son mis maestras de vida en muchas cosas, aportando sosiego, ternura y bienestar sólo a cambio de unos pocos cuidados, del riego, y del amor.

Descubrí, y ahora quiero compartirlo con todos vosotros mis lectores, que era la poesía la forma de expresar todo este mundo verde que me salva, porque es la expresión de estas plantas, de este jardín que tanto me aporta y donde puedo descansar sintiéndome amada, consolada y en paz. Es la palabra poética la que puede abrir espacios interiores donde encontrarnos con todo este mundo verde y florido, haciéndonos vivir por momentos en el jardín aún en los meses y días más fríos, tristes y duros. Un nuevo poemario que se llena también de mis acuarelas como expresión de los versos, ampliando  junto a ellos la estadía verde y tierna en un jardín amado donde verdaderamente siento que puedo descansar.

 

Mensajes sanadores desde la nebulosa del tiem

 

Así comienza un poema escrito en el s.XIII por una mujer, beguina, llamada Hadewich de Amberes. Su nombre aparece en medio de una nebulosa que nos lleva a una época muy antigua pero fascinante. La lengua que utiliza para escribir sus textos es la propia del Ducado de Brabante, sus Cartas y Canciones nos muestran su elevada educación y el gran dominio de la lengua en un momento en el que estamos en los inicios de la literatura en los Países Bajos, expresando en ellos su vida interior, yendo por tanto un paso mas allá en la expresión que en el momento se centraba sobre todo en los textos sobre la vida cotidiana y caballeresca.

Lo que me hace leer una y muchas veces sus textos es la viveza de lo contado que al referirse a lo que nos acontece por dentro encuentra un puente perfecto con mi interior. Así nos entendemos profundamente, y llego a aprender muchas cosas de Hadewich, que se comporta conmigo como una mistagoga o maestra de vida espiritual al estilo de Teresa de Jesús.

Hacia finales del s. XII hubo un grupo de mujeres en distintos sitios de Europa que abandonaron sus vidas como señoras, viudas o solteras para ir a mendigar por las aldeas siguiendo el ideal radical y auténtico del Evangelio. Buscaron otra vía alternativa al matrimonio o la vida consagrada dentro de un convento. Algunas vivían errantes y otras se asentaron en casas individuales o en pequeñas comunidades de compañeras. Al principio este nombre, beguinas, tenía connotaciones heréticas como beatas dispersas pero luego poco a poco al ir conociéndolas esta apreciación cambió totalmente. Se dedicaban a enseñar, a curar enfermos, y a ayudar a todo el que estuviera a su alrededor también en el ámbito de la espiritualidad. Llevaban una vida de oración continua y debido a lo esmerado de su educación también interpretaban las Sagradas Escrituras lo que comenzó a levantar muchas sospechas sobre ellas, llevando a un gran número de estas mujeres a la hoguera.

Hadewich tiene un lugar de renombre entre las beguinas, por su propia vida y expresión de lo vivido en el alma, lo que llega acarrearle muchas incomprensiones incluso entre estas mujeres. Sus Cartas son documentos muy valiosos no sólo para sus discípulas de ese momento sino para todos y así a sido a lo largo de la historia. Su camino místico empujó a esta beguina a hablar sobre sus experiencias y a compartir todo esto con sus amigas para ayudarlas también a ellas en el camino de la vida.

En un tono apasionado nos habla del amor y de cómo cambia nuestra vida cuando nos hacemos súbditos de él. Pero lo que me engancha a su lectura son todas las apreciaciones sobre las adversidades, problemas, enfermedades que sufrimos. Sobre la falta de lealtad de los amigos, la inestabilidad interior y la búsqueda de Dios en el ritualismo que nos ata dolorosamente el espíritu cuando no va lleno de la verdad y el amor que nos habita. Sobre el abandono que sentimos, ese sentimiento de orfandad vital que nos empuja muchas veces a la tristeza y la depresión.

La literatura epistolar en la Edad Media tenía unos matices diferentes a los de hoy en día. Se escribía para ser leído en voz alta, ya que la escritura estaba sólo restringida a un grupo de privilegiados. Siempre utiliza la expresión “querida niña”, no porque sus destinatarias fueran jóvenes sino para introducir en sus palabras un gesto de cariño y cercanía que hoy llamamos empatía. Con sus consejos hallaban consuelo en la adversidad de una vida llena de riesgos y de dificultades.

Sus Canciones, a las que pertenece este verso que he utilizado para el título, expresan de manera poética la raíz experiencial de su vida. Nuevamente éste es el medio que utilizan los místicos para comunicarnos su vida interior. Para contarnos que aunque languidecen la estación y las aves, aunque la vida a veces se ponga difícil, es el amor lo que nos salva, rescatándonos como a estas mujeres del peligro, la incomprensión y la tristeza. Mujeres que desde la nebulosa del tiempo nos lanzan mensajes sanadores para seguir caminando.

Durante el s.XIX en Inglaterra se desarrolló una verdadera pasión por los helechos. Una verdadera Pteridomanía.
Eran las plantas mas deseadas por los jardineros, sustituyendo flores y macizos y también eran la inspiración para muchos trabajos manuales decorativos.
Se enviaban hojas de helechos pegados para felicitar el día de san Valentín, para invitaciones de bodas, bautizos. Aparecieron decoradas las vajillas, cortinas, papeles pintados con hojas de helechos
La locura por los helechos llegó a tal punto que se llegaron a esquilmar algunas variedades. !Se llegó a hablar de la necesidad de legislar para protegerlos!.

En la segunda mitad del s. XIX,….! los padres elegían el nombre de Fer, helecho para sus hijas e hijos!, y también en  el nombre de sus casas: Fern House, Fern Lodge, Fern Ville.
Las hermanas Bronte, las reconocidas escritoras de novelas tan famosas como «Cumbres borrascosas» adoraban los helechos. Salian diariamente a dar largas caminatas, para admirarlos, y recolectar sus hojas. Les recordaban los poemas de poetas románticos como  Dorothy y William Wordsworth.

Dorothy , la hermana de Wordsworth recogía los helechos en los alrededores de su casa en Dove, los transplantaba en su jardín para que su hermano se inspirara y pudiera escribir sus poemas. Charlotte  Bronte se fue de luna de miel a ver helechos,…

 


Como los helechos nacían en lugares oscuros y en medio de bosques, en ruinas, tapias, árboles huecos, cercas, sirvieron como imagen de las ambientaciones de los poemas góticos, dentro de un Revival del estilo, en el arte, arquitectura y diseño. Hadas, duendes se reunían en los claros de los bosques llenos de helechos al caer la noche,…

El helecho se contemplaba como una emanación del alma de las personas, espíritu de artista, con una creatividad orgánica total. Ruskin creía que la mano de Dios podía hallarse en los espirales de los helechos florecidos.

En el lenguaje de las flores, una tarjeta con un helecho significaba fascinación

Esta ramita de helecho
te dirá, sin necesidad de palabras
que, gracias a los encantos de tu arte,
tu  semblante modesto,
tu corazón amante,
me tienes felizmente fascinado

 

¡Ten compasión, piedad, amor!… de John Keats

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,

amor de un sólo pensamiento, que no divagas,

que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.

Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!

Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer

del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos

ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,

incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas un átomo de un átomo o me muero,

o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,

¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,

los propósitos de la vida, el gusto de mi mente

perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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En medio del camino de la vida errante me encontré por selva oscura

Comienzo este articulo con el inicio de libro mas hermoso de la literatura universal de la mano de Dante Alighieri. Cuando lees estas palabras te sientes ya, en solo una frase en medio de esa oscuridad que todos vivimos y sobre la que reflexionamos al sentirnos en la plenitud de nuestra existencia.

La Divina Comedia es una obra que sigue fascinando a los lectores de todo el mundo, su atractivo es tan grande que parece escrita para ti y olvidas momentáneamente que la escribió un señor florentino nada mas y nada menos que en el s. XIV. Nuevamente la época medieval sale del cajón del oscurantismo en el que la hemos encorsetado en nuestros estudios y aparece llena de belleza, magnetismo y verdad interior.

Quizá una de las características que mas me enganchan a esa obra es este carácter de peregrino en busca de si mismo, esa vida errante llena de lirismo, aventuras y poesía.

El prestigioso medievalista italiano Alessandro Barbero, en un libro de la editorial Acantilado, afronta de manera rigurosa la figura de Dante y nos introduce en la sociedad de la época mediante una documentación exhaustiva, que nos abre de manera inmediata la puerta a la Florencia del medievo. Vemos la composición social y el papel de las familias, la suya dentro del partido güelfo.

Aparece así Dante, cuyo verdadero nombre debió ser Durante, como poeta y escritor que mas que estar recluido en su estudio, se movía en las aguas de la política, en un momento de crecimiento y desarrollo de la ciudad. Un político en activo con un alma de poeta, en busca de un sentido a la existencia.

También en estos días estoy leyendo un precioso poemario de una mujer del s. XIX, Elisabeth Siddal, que también se sintió en la orbita de admiración a Dante dentro del grupo de artistas británicos en la Hermandad Prerrafaelita. La historia de esta bellísima mujer de cabellera rojiza, musa y modelo de los pintores es increible. La poeta y traductora Eva Gallud a abordado su vida y personalidad para traducir su obra poética y nos muestra aspectos increíbles de su trayectoria.  Nació en una familia de ascendencia inglesa y galesa y su padre era comerciante de cuchillos. Se trasladaron a ese Londres que tan bien nos pinta Dickens, donde la miseria vivía por las calles y los niños vagaban por ahí. Debió de aprender a leer y escribir sin mas estudios, aunque desde joven sabemos que leía la poesía de Alfred Tennyson. Cuando con veinte años comenzó a trabajar en una sombrerería, fue descubierta como modelo por Walter Deverell.

Comenzó a posar como musa de una generación de pintores, en una época en la que esto era real, pasando horas en los estudios. Fue la modelo del famosísimo cuadro de Ofelia de John Everett Millais, y estuvo dentro de una bañera llena de agua con velas colocadas debajo para calentar el agua, en pleno invierno, y cuando se apagaron posó durante hora en un agua helada y terminó con una neumonía que será el desencadenante de su muerte.

Al leer su poesía nos encontramos con una mujer delicada, exquisita con un alma muy espiritual y bello, en la búsqueda, como su adorado Dante, del sentido último de la vida, lleno de la melancolía tan en boga en esos momentos. En vida errante, en medio de una selva oscura. Poeta y también pintora que fue algo mas que una celebridad de la época, y se codeaba con los artistas para los que posaba.

Su marido fue el gran pintor Dante Gabriel Rossetti, por cuyo nombre podemos intuir la devoción que su familia tenía por el autor florentino del medievo. Un artista tan brillante como disperso vitalmente.

La Divina Comedia no es sólo una obra clásica, es un texto de culto para muchos lectores porque habla de cosas, reflexiones, que compartimos. El amor a su amada Beatriz es tan mítico como bello, atravesando la realidad y tocando lo sublime a base de versos y palabras.

Buceando entre sus líneas disfrutamos, nos reencontramos y vivimos en espacios llenos de humanidad y belleza. Una lectura fantástica para comenzar este año nuevo que estamos estrenado.

 

 

 

Cada año cuando la primavera comienza a desabrocharse de tanto frío, de las heladas y los vientos, y todo el campo como un mar verde va descargando toda su energía sobre nosotros, siento nostalgia del tiempo pasado. Es una mezcla curiosa de emoción por la belleza que se me regala en cada momento, en cada paseo, el aroma, la suave sensación de que todo vuelve a nacer nuevo y de vértigo porque en primavera todo lo que soñaba que iba a nacer, ya está delante de mi.

Y en los últimos años recurro a encontrarme con otros jardineros, a conversar con ellos, en las lecturas de tratados sobre jardinería, las plantas, los invernaderos y la primavera silvestre. Y acaba de llegar a mi jardín abulense un pequeño librito muy antiguo que me ha sobrecogido porque viene a decir muchas cosas que comparto profundamente sobre el concepto de los jardines y de los espacios naturales como el lugar de la espiritualidad y el alma del hombre. Lugares que nos cuentan cosas, que nos hacen sentirnos a gusto como si fuera el escenario de nuestra propia casa y que ha sido así desde la Antigüedad. Ya los griegos y los romanos se encontraban con las deidades mágicas en los bosques, fuentes y jardines , los genius loci, y allí se sentían en lugares especiales imbuidos de emoción.

El jardín perdido del islandés de origen y británico de vida, Jorn de Précy, publicado en 1912 es un libro que recoge las percepciones y opiniones de un jardinero muy especial. Nacido en Reikiavik en 1837, abandona su isla camino de Europa, visitando Roma, la Toscana y Paris, para afincarse de manera definitiva en Gran Bretaña construyendo un jardín en Greystone en Oxfordside. Fueron sus paseos de niño por los bosques de abedules de Islandia, buscando los claros de vegetación que en redondo aparecían llenos de ciclamen y otras espacies, lo que cambió su vida, y le empujó durante toda su existencia a recrear esa atmósfera llena de emoción, disfrute, creatividad, donde parece que viven las divinidades de los bosques, donde encontrarse realmente en paz.

Cuenta que cuando estaba viendo casas de campo inglesas para comprar su jardín, pedía a las personas que se lo enseñaban que le dejaran irse solo un largo rato a estar por allí, para poder dejar libre el alma del lugar y ver qué era lo que le iba diciendo. En Greystone, los largos setos podados y las gritonas y multicolores begonias dejaban, en silencio y muy al fondo, oírse el sonido de un lugar mucho más auténtico y salvaje, y se dedicó a desmontar mucho de lo construido para liberar todo del peso de tanto diseño hecho en un estudio, alejado del campo, desde donde hay que empezar siempre a construir los jardines, en un diálogo botánico y vital con todo.

El jardinero como Jorn es siempre un ser parecido a un ermitaño, que parece tener sus raíces en el suelo fértil del jardín. Amigo de otra gran paisajista inglesa Gertrude Jekyll, fue filosofando, plantando, dejándose llevar por el jardín mientras descubría en él su lado más revolucionario, lo que le llevó a entrar durante unos años en el ámbito político, para poder desarrollar una revolución social basada en el respeto y amor por lo natural, un anticipo lleno de honda filosofía de los pensamientos ecologistas actuales.
En este planteamiento de cambio social ecológico, se encontró y comenzó a trabajar con William Morris padre del movimiento Arts & Crafts , en la época de construcción de la Red House, ladrillo a ladrillo. Un foco de reivindicación de la artesanía como reducto humano frente a los excesos de la industrialización. Un movimiento con un lado estético muy bello, en los diseños textiles y de otras artesanías de Morris que hoy en día admiramos.
Propugnaba Percy, que un jardinero lo mejor que puede hacer en su jardín es no hacer nada, dejando que la naturaleza vaya mostrando su verdadero mensaje.

Mientras paseo por el camino verde de Guimorcondo, me voy sorprendiendo por la belleza del campo, los grupos de retamas salpicando unos campos reverdecientes, con el aroma de los espliegos, las pequeñas matas de armerias y silenes, las santolinas en capullos y los espinos blancos en plena explosión bajo la copa de las encinas en floración, voy recordando todo lo leído en ese pequeño librito de Jorn. Qué bello sería crear un jardín solo con estos ingredientes, para que acogiera a la ciudad y su bella muralla. Poder construir jardines acordes con los muros de los palacios renacentistas con sus huertos medicinales, con mirtos y celindas y muros llenos de madreselvas, donde se pudiera oír el silencio místico que la envuelve.

Los jardines nos hacen entrar en lugares de nuestro interior y memoria que aún están vivos, y nos abren los sentidos para recoger tanta belleza natural que se nos ofrece. Jorn, me cautiva tu discurso, como le ocurrió a Monet que visitó Greystone y puso muchos de tus pensamientos en forma de flores y nenúfares en Gyverny. Como dicen algunos de los versos-canciones de Bob Dylan que también relee tus páginas de vez en cuanto. Y volver cuando el cansancio me ataca a coger la regadera y a descansar.

Tu libro Las hierbas.. me ha supuesto una gratísima sorpresa porque no te conocía como poeta. La edición, con tus elegantes y sencillas ilustraciones, invitan a su lectura, de la que uno no puede salir defraudado.

Me gusta tu lenguaje contenido y preciso, el silencio de naturaleza espiritual que has logrado preservar entre las palabras, elegidas una a una como esas flores con las que edificas tus universos florales. Me atrae la profunda simbología de tus palabras, a la vez sencillas y evocadoras, la elementalidad de esos conceptos, tan próximos a la naturaleza, que se nutren de toda la simbología de los textos sagrados y que, desde su humildad, adquieren toda la trascendencia de lo alto, de lo inaprensible, de lo que permanece al margen de nuestra comprensión.

La luz que abre nuestro entendimiento puede ser la misma que agosta los sembrados y las tierras de Ávila, porque es sobre la vocación del desierto sobre la que se trazan los caminos, inesperadamente fértiles, de la espiritualidad.

Me gusta mucho la valoración que de tu libro hace nuestro común amigo Álvaro Valverde. Es poesía de la compasión y del consuelo, de la amistad y del amor. Una poesía basada, como comenté yo mismo hace unos días (y que también recoge tu cita de Whitman), sobre la imagen, que es sobre la que se ha construido la mejor poesía de todos los tiempos.

Escribir desde la verdad es un riesgo en estos tiempos que corren. Es más, escribir desde la sinceridad y la honradez es sin duda un acto subversivo en medio de tanta impostura literaria. Por eso me alegra descubrir a una poeta que, ahondando en sí misma, y sin renunciar a la herencia de nuestra mejor tradición literaria, ha sido capaz de recoger lo mejor de sí misma.

Enhorabuena, amiga María Ángeles, gracias por hacerme partícipe de tu hospitalidad y de tu rico universo personal, tan próximo al mío.

 

En medio de la preparación de la Navidad, justo las horas previas, ha fallecido mi querido amigo Rómulo Cuartas y por momentos sentí que todo se iba esfumando teñido con mi dolor. Ya no había decoraciones, villancicos, belenes que me interesaran, una nube de pena atenazaba el corazón.

Cojo mi citara salterio  a primera hora de la mañana y comienzo a tocar algo que sale de lo profundo y me sorprendo porque es algo asi como un villancico, una música que expresa todo el encanto de la Navidad, la alegría, el amor y la esperanza. A veces estas cosas ocurren, todo se mezcla de una manera profunda, el dolor y el amor, la caída en el sufrimiento y la estrella del portal que parece sacarnos de lo hondo y oscuro.

Recuerdo ahora a mi querido amigo Rómulo con ternura, parece que el Niño que nació ayer en medio de tanta algarabía familiar comienza a ejercer todo su influjo sobre mí, la paz y la naturaleza amorosa que me regala.

Mirando las plantas que con tanto cariño cuido por todos los rincones de casa, siento que entro en el mundo de la verdad, donde habita el Señor que nos ama siempre, y que nos rescata en el dolor. Y me uno aun mas con Rómulo que también adora las plantitas y ver cómo sale cada hoja, los tallos y su floración.

Hace muchos años, a mediados del s. XV, una reina, Ana de Bretaña, pidió a un artista de la miniatura ,Jean de Bourdichon, que pintara y decorara su libro de Horas. Y junto con las maravillosas cincuenta escenas de la Biblia, el Evangelio y la vida de los Santos, le pidió que las decoraciones fueran todas botánicas, mostrando cientos de especies de flores, hojas, frutos, con sus colores y texturas incluso con los insectos y mariposas que suelen vivir entre sus ramas. La escena de la Natividad, en donde hoy me sumerjo, es impresionante, porque sale pintada la noche donde nació Jesús y el Belén se ilumina de manera mágica, mostrando así la noche y el día, toda bordeada de unas preciosas matas de Papaver rojo, con insectos y mariposas. Naturaleza, música, palabra y fe parecen juntarse desde hace siglos en una rueda que continúa hasta hoy, aplastándonos con su belleza y amor.

Todo se junta en Navidad, y este año esta afirmación la vivo de manera mas rotunda. Todo en la verdadera Navidad está lleno de esperanza, una noche llena de dolor que nos atenaza el alma sabemos que se llenará de luz a las pocas horas, y que volverá a girar sobre nuestras vidas, en luces y sombras, alegrías y penas. Una Navidad que  tiene para mi otro color, y está llena de naturaleza y vida, mientras me acuerdo mucho de ti amigo, y sé que juntos estaremos ya para siempre, en cada matita y en cada flor.

Feliz Navidad


La sierra de Ávila estaba ardiendo mientras leía “Las hierbas de los regatos están blancas. Crónica poética de un agosto en llamas”. El fuego se extendía sobre las laderas y cercaba mi pueblo. Algunos animales murieron en las fincas de las afueras. Y no pude evitar sentir una profunda pena por ese paisaje tan conocido y, al mismo tiempo, tan poco observado, que ya no estaría. El incendio llegó en las últimas páginas del libro, y la poesía de MaríaÁngeles Álvarez me reconfortó como consuela mirar postales antiguas: son sus poemas una imagen detenida enlo pequeño de la naturaleza. De aquello que no se admirahabitualmente.

Porque, ¿quién puede decir que se para a observar el color de las hierbas en los riachuelos? En este nuevo libro (y su segundo poemario) María Ángeles Álvarez detienesu mirada y su palabra (“La hierba de los regatos/están blancas/de tanto sol”) para ofrecernos una pausa muy cercana a la mística. Y hace que el mundo gire en torno a esas briznas de pasto, al dibujo de las lajas de granito, a las sombras duras que forma el verano en la tierra.

El campo abrasado/está lleno de costras/ vivas”. Sentimos la pesadez de las horas en las que el sol pega fuerte. La fragilidad frente a lo insondable. Y sin embargo, según avanzamos en la lectura, ese estío opresivo se convierte un páramo lleno de amor. El libro tiene una ascensión en espiral, como el viento que mueve el polvo. La voz de la autora pasa de un tono contemplativo y acompasado a un diálogo incendiario con el amado que inunda los poemas finales. “Eres/ el incendio/y la cerilla que lo prende”. El amor, los árboles, la lluvia, las gotas.

Destaca también la cuidadísima edición del libro. Cuadernos del Laberinto se caracteriza por la atención a los detalles y en este libro esto se plasma hasta en la elección del papel, en el que destacan, brillantes y llenas de fuego, las acuarelas también realizadas por la poeta. Me pregunto que habrá llegado antes, si el trazo o la palabra. En cualquier caso,  en todas esas líneas quedan atrapados el calor y la reflexión de esos treinta y un días de agosto.

Yo me quedo esperando el próximo libro de la poeta, como estos poemas (y el campo abulense) se quedan esperando a que la lluvia calme lo quemado.