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Mensajes sanadores desde la nebulosa del tiem

 

Así comienza un poema escrito en el s.XIII por una mujer, beguina, llamada Hadewich de Amberes. Su nombre aparece en medio de una nebulosa que nos lleva a una época muy antigua pero fascinante. La lengua que utiliza para escribir sus textos es la propia del Ducado de Brabante, sus Cartas y Canciones nos muestran su elevada educación y el gran dominio de la lengua en un momento en el que estamos en los inicios de la literatura en los Países Bajos, expresando en ellos su vida interior, yendo por tanto un paso mas allá en la expresión que en el momento se centraba sobre todo en los textos sobre la vida cotidiana y caballeresca.

Lo que me hace leer una y muchas veces sus textos es la viveza de lo contado que al referirse a lo que nos acontece por dentro encuentra un puente perfecto con mi interior. Así nos entendemos profundamente, y llego a aprender muchas cosas de Hadewich, que se comporta conmigo como una mistagoga o maestra de vida espiritual al estilo de Teresa de Jesús.

Hacia finales del s. XII hubo un grupo de mujeres en distintos sitios de Europa que abandonaron sus vidas como señoras, viudas o solteras para ir a mendigar por las aldeas siguiendo el ideal radical y auténtico del Evangelio. Buscaron otra vía alternativa al matrimonio o la vida consagrada dentro de un convento. Algunas vivían errantes y otras se asentaron en casas individuales o en pequeñas comunidades de compañeras. Al principio este nombre, beguinas, tenía connotaciones heréticas como beatas dispersas pero luego poco a poco al ir conociéndolas esta apreciación cambió totalmente. Se dedicaban a enseñar, a curar enfermos, y a ayudar a todo el que estuviera a su alrededor también en el ámbito de la espiritualidad. Llevaban una vida de oración continua y debido a lo esmerado de su educación también interpretaban las Sagradas Escrituras lo que comenzó a levantar muchas sospechas sobre ellas, llevando a un gran número de estas mujeres a la hoguera.

Hadewich tiene un lugar de renombre entre las beguinas, por su propia vida y expresión de lo vivido en el alma, lo que llega acarrearle muchas incomprensiones incluso entre estas mujeres. Sus Cartas son documentos muy valiosos no sólo para sus discípulas de ese momento sino para todos y así a sido a lo largo de la historia. Su camino místico empujó a esta beguina a hablar sobre sus experiencias y a compartir todo esto con sus amigas para ayudarlas también a ellas en el camino de la vida.

En un tono apasionado nos habla del amor y de cómo cambia nuestra vida cuando nos hacemos súbditos de él. Pero lo que me engancha a su lectura son todas las apreciaciones sobre las adversidades, problemas, enfermedades que sufrimos. Sobre la falta de lealtad de los amigos, la inestabilidad interior y la búsqueda de Dios en el ritualismo que nos ata dolorosamente el espíritu cuando no va lleno de la verdad y el amor que nos habita. Sobre el abandono que sentimos, ese sentimiento de orfandad vital que nos empuja muchas veces a la tristeza y la depresión.

La literatura epistolar en la Edad Media tenía unos matices diferentes a los de hoy en día. Se escribía para ser leído en voz alta, ya que la escritura estaba sólo restringida a un grupo de privilegiados. Siempre utiliza la expresión “querida niña”, no porque sus destinatarias fueran jóvenes sino para introducir en sus palabras un gesto de cariño y cercanía que hoy llamamos empatía. Con sus consejos hallaban consuelo en la adversidad de una vida llena de riesgos y de dificultades.

Sus Canciones, a las que pertenece este verso que he utilizado para el título, expresan de manera poética la raíz experiencial de su vida. Nuevamente éste es el medio que utilizan los místicos para comunicarnos su vida interior. Para contarnos que aunque languidecen la estación y las aves, aunque la vida a veces se ponga difícil, es el amor lo que nos salva, rescatándonos como a estas mujeres del peligro, la incomprensión y la tristeza. Mujeres que desde la nebulosa del tiempo nos lanzan mensajes sanadores para seguir caminando.

 Mujeres medievales y místicas

 

La Edad Media es una época fascinante, tan alejada de nuestra mentalidad que nos resulta un enigma. Siempre hemos estudiado esta época como un lugar oscuro del que nació el Humanismo como un resurgimiento del pensamiento, las artes y la sociedad renacentista. Y creo que esta simplificación es realmente un gran error que no nos deja adentrarnos en el medievo de manera sensata.

Mi interés por esta parte de la historia tan larga y enigmática creo que tiene que ver con haber nacido en una ciudad como Ávila, haber jugado en las cortantes de la muralla, paseando por las calles adoquinadas, orando en las iglesias de piedra esculpida.

Este verano mientras la ola de calor iba atormentándonos con su lengua de sopor y destrucción comencé a leer unas obras escritas por mujeres medievales que eran como un soplo de aire fresco, tan actuales que parecían recién escritas y tenía que pellizcarme para sentir que eran de verdad medievales, de esa época tan remota.

La belleza de su expresión y la libertad de sus palabras y pensamiento me sorprendían tanto cuando comparaba estos textos con los capiteles románicos de los ábsides de la Iglesias tan pétreos y duros, con las imágenes hieráticas de las Vírgenes y los Cristos exentos de los altares tan faltos de cualquier expresión, con una belleza difícil y rígida.

Aparecía en mi lectura la voz de unas mujeres de los s. XII, XIII,  XIV, que nos sorprenden y que son además unos de los primeros textos en sus lugares de origen, en Alemania, los Países Bajos, Francia… escribiendo en las lenguas vernáculas de su época, sobre pergamino con letra carolingia,  en maravillosos códices muchos de ellos miniados que hay que ir a rescatar a los monasterios, restaurando sus partes y desglosando la nomenclatura medieval para traducirlos y llegar a entenderlos en su amplitud.

Unas voces que ponen de manifiesto que había mujeres cultivadas en el ámbito de los castillos y las cortes medievales, en las familias burguesas que en las ciudades comenzaban su andadura mercantil y comercial. Comenzando con la gran mística alemana Hildegarda de Bingen que en pleno s. XII escribió con absoluta libertad sus visiones y toda su experiencia mística junto con un corpus de escritos sobre música, medicina, astronomía, botánica, filosofía, mineralogía. Y con un grupo de mujeres, las beguinas, que pusieron la libertad de su experiencia religiosa por encima de todo, consagrándose de manera personal en votos anuales, viviendo fuera de los castillos y de la potestad de los hombres y padres, en casitas independientes o formando parte de barrios donde habitaba un grupo más grande de mujeres y que se defendían juntas, apoyándose y desarrollando sus actividades encaminadas a la educación de los más pobres, a la atención médica de los necesitados, realizando actividades artesanales con tanto primor y cuidado que pusieron en su contra a las todo poderosas cofradías gremiales que controlaban las ciudades.

Hadewich de Amberes con sus maravillosas cartas tan llenas de consejos y de vida compartida que me recuerda mucho a nuestra Santa, que tal vez llegó a leer sus cosas que circularon por toda Europa de manera anónima en libros de espiritualidad. Beatriz de De Nazaret, Ángela Foligno, Matilde de Magdenburgo, Margarita Oíngt, Margarita Porete y Juliana de Norwich.

Cuando me puse a leer la obra de Matilde de Magdenburgo “La luz que fluye de la divinidad”  sentí un verdadero torbellino interior. Me parecía increible que quien se expresaba con esa libertad y belleza era una mujer de la Alta Edad Media.

Comencé a ver el medievo de una manera distinta a lo aprendido en la universidad, aparecía la vida, la frescura de este amplio espejo medieval en el que nos miramos en sus manifestaciones culturales y artísticas.

“Las montañas mas elevadas de la tierra no quieren

recibir las revelaciones de mis gracias. 

Por naturaleza el flujo de mi espíritu santo

fluye a los valles

Esto nos dice Matilde  en esta luz que fluia a mediados del s. XIII ,cuando siendo beguina se dedicaba a indagar por la parte espiritual de su ser, lejos de la familia y del convento, viviendo una verdadera vida de naturaleza evangélica, curando, enseñando, y dando testimonio de la verdad que habitaba en su interior. Levantando un monasterio alternativo, el monasterio interior, lejos de las sumisiones a una orden religiosa, al papado, al príncipe, al padre o al marido.

Y estaba convencida ya en el s. XIII de algo que hoy en día nos abre las puertas de nuestra propia existencia, poniendo el lugar por donde vaga y recorre el espíritu: los valles abiertos y transitados. Un lugar alejado de las cimas de las montañas donde sólo  unos cuantos ilustrados reciben el soplo, la nube y la fe. Un lugar para los caminantes de a pie, un valle.

Leer a estas mujeres es una aventura increible que nos lleva a lugares tan vivos y llenos de luz que nos muestran algo mas de ese mundo oscuro y enigmático de la Edad Media, que con todo este predicamento femenino y liberador se abre por la mitad, como ese valle de Matilde, por donde sopla el espíritu y la vida.