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El Homenaje a fray Victorino Terradillos en Arenas de San Pedro.

 

La tarde del 17 de enero de 2025 estaba muy fría en Arenas. Cogimos el coche y cuando entrabamos por el túnel de vegetación que envuelve el Santuario de San Pedro de Alcántara sentí una cierta nostalgia, un sentimiento cálido y triste a la vez, recordando otros momentos en los que iba a este templo a estar un rato a solas con la naturaleza maravillosa que se nos regala, con el Santo Pedro de Alcántara que tan amigo fue de Santa Teresa y a encontrarme con un fraile muy cercano y cordial, el padre Victorino Terradillos.

La fraternidad del Monasterio y los amigos del fray Victorino habían preparado un encuentro muy especial, con la presentación de dos libros dedicados a él, con unas bellas interpretaciones de música que nos ofrecieron las hermanas alcantarinas y con la recitación de versos de Antonio Pascual Pareja.

A los lados del altar había dos grandes carteles presentando el acto y uno de ellos me impresionó mucho porque era una fotografía de Victorino de tamaño real, con ese semblante risueño y lleno de bondad con el que siempre me recibía en esta capilla tan bella.

Todos los que estábamos allí tuvimos cosas que decir de Fraidio, como a él le gustaba poner en sus escritos. Desde el alcalde de Arenas Carlos García que recordaba la simpatía y la dedicación a las artes de Victorino, hasta los dos autores de los libros que a él se dedican: María Victoria Triviño y el fraile Julio Herranz, Guardián del Monasterio. Dos libros interesantísimos porque recogen dos materias que para Victorino eran muy importantes, su trabajo como mistagogo, ayudando y acompañando a tantas personas en el camino de la vida. Y la otra se centra en la figura de San Pedro de Alcántara al que dedicó tantos años y estudios. Todas las investigaciones quedaron recogidas en las actas del Congreso que se celebró en el 2022 y al que nuestro amigo dedicó tanto trabajo y entusiasmo.

Decía la hermana clarisa María Victoria Triviño que había elegido la foto que ilustra el libro con un río de montaña para hablarnos de la figura de Victorino y de cómo sus escritos, que salieron directamente de lo más hondo de su espiritualidad y de su interior son pepitas de oro para todos los que buscamos un sentido a la vida. María Victoria que ya presentó otro libro con los escritos de Victorino justo hace un año: “Fraidio. Semblanzas y escritos”. Son pepitas que hay que buscar y buscar, en ese ejercicio diario que es la meditación y que nos va ayudando tanto en nuestro día a día. Dijo algo que yo siempre he sentido al pensar en Victorino, que es un místico de nuestro tiempo y que su legado está ahí para que podamos hacerlo nuestro al leer sus escritos que son parte de su vida.

El libro que presentó fray Julio Herraez: “La ermita de San Andrés atrio de la gloria”. Las actas del Congreso Nacional en el IV Centenario de su beatificación y patronazgo, es muy interesante y va a ocupar un lugar importante en mi biblioteca porque la figura de San Pedro de Alcántara me interesa muchísimo, su relación con la Santa, sus escritos, su vida y todo está recogido en estudios muy profundos que nos van revelando muchos aspectos de la vida y el pensamiento de este gran santo. Con un bello apéndice final que hizo Victorino recogiendo muchas poesías dedicadas a San Pedro.

¡Qué gusto sientes cuando se hace un homenaje a un amigo! Y qué agradecimiento tan hondo, queridos hermanos de ese Santuario, por este momento.

Ahora en Ávila, leyendo los dos libros estoy de nuevo en ese mágico lugar. Gracias de corazón.

 

A veces en la vida encontramos personas que nos impresiona conocer. Aquellas que nos hablan en nuestro propio idioma interior, sintiendo una empatía inmediata. Mas allá de las palabras, la experiencia y la vida parece que se unen en un choque de trenes de alta velocidad, y ya nada vuelve a ser como antes. Nos reconocemos entonces con los ojos interiores, los del corazón, sintiendo que la soledad y la incomprensión que nos atenaza, comienza a volar y a marcharse como una manada de grullas sobre el horizonte.
Corría el año 1560 y en medio de un calor sofocante de agosto, en la fresca sala del palacio de Doña Guiomar de Ulloa en Ávila se conocieron Teresa de Jesús y Pedro de Alcántara. Dos personas inmersas en ese momento en un mar de emociones y expectativas. Dos personas que soñaban, cada una en su propio convento, con una vida religiosa más auténtica donde la experiencia y el amor de Dios pudiera construir un nuevo mundo, abriendo nuevas expectativas a la fe, a la caridad y al amor. Dos personas que sentían sobre sus espaldas la fiscalización social y religiosa, aunque en este momento a Pedro ya se le consideraba un verdadero santo y su opinión sobre la monja abulense Teresa era tenida en consideración.
Frente a la sintonía que Teresa sintió con Pedro al comenzar a hablar, se asentaba todo un panorama vital dominado por unos confesores que fiscalizaban sin piedad su vida, poniendo al lado de su experiencia mística la sombra del Maligno. Hombres que miraban la vida mística de las mujeres siempre bajo la censura y la crítica, en un momento en el que la Inquisición y su hoguera estaban al acecho.
La familia de Guiomar era  amiga del santo, su esposo Francisco Dávila señor de Salobralejo había estado siempre al lado de Pedro ayudándole en la fundación de un convento alcantarino en sus propiedades zamoranas de la Aldea del Palo. En este año de 1560, ya viuda, Guiomar solía preparar en su palacio reuniones con amigos espirituales donde comenzaban a dejar que el espíritu les uniera, planeando nuevos panoramas, llenando todo de entusiasmo y ánimo, queriendo transformar todo aquello que interiormente veían como caduco y viejo por nuevos aires místicos y espirituales. Era la continuación de otras conversaciones que habían empezado en la celda de Teresa de Jesús en la Encarnación, donde con amigas, parientes y otras monjas amigas, se sentaban en círculo, rezaban y pedían luz para transformar todo aquello que veían ya pasado, soñando con un cambio profundo al que luego se le dio el nombre de reforma de la orden del Carmelo.
Guiomar era para Teresa su amiga del alma, aquella que siempre estuvo a su lado, ayudándola en todo. Al hacer posible el encuentro con el santo alcantarino, puso en manos de su amiga las claves de su propia vida espiritual, porque desde ese momento Pedro se convirtió para Teresa en un aliado, el que llevaba las riendas de ese caballo desbocado que era su espíritu, tan encadenado y juzgado por tanta gente.
Teresa tenía una capacidad de percepción psicológica de las personas espectacular, algo que fue vital en toda su futura vida como fundadora, tal y como podemos ver de manera clara en todas sus cartas, donde aparece su propia personalidad y estas pinceladas psicológicas de las personas que la rodeaban están presentes. Así cuando conoció a Pedro, pudo ver su interior profundamente y describió su alma como construida a base de raíces de árboles. Una bella comparación de naturaleza poética que nos habla de la mirada contemplativa de nuestra Santa y de la personalidad enraizada y fuerte de su nuevo amigo Pedro.
Cuando te montas en el coche y te vas adentrando en el espeso bosque que conduce al Monasterio de San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro, Ávila, tienes la sensación de volver a oír a Teresa hablar de las raíces de esos árboles que te dejan tan pequeño y maravillado. Las raíces de Pedro que inmortal permanece en su espíritu con nosotros. Un santo que hacía enraizar los sueños espirituales de sus amigos porque reconocía el ambiente y la niebla, las lluvias y las sequedades del bosque en el que vivía su alma. Un santo que aún hoy en día sigue llamando a miles de personas a ir a su encuentro en este bello rincón abulense y que es el santo para un pueblo que le venera, el de Arenas De San Pedro.
Subía y bajaba los puertos de Menga y del Pico andando con calores y nevadas para ir a ver y a hablar con Teresa y sus amigos, en medio de una vida ascética llena de rigor y enfermedades. Pero el ímpetu de ayudar a los demás era más grande que sus dolencias y podía dejar la camilla del Hospital de San Andrés en Mombeltrán para emprender otra caminata. Entre Pedro y Teresa construyeron nuevos panoramas espirituales, escribiendo y dando testimonios de vida y de fe que aún hoy nos conmueven, y las cartas que se mandaban llevan entre las letras escritas mucha amistad y ternura, comprensión y vida compartida que como aire sentimos que fluye entre nosotros al leerlas. Un Santo hecho de raíces y una Santa que construía castillos de cristal en el aire, viviendo aquí entre nosotros.

 

En este comienzo de año recojo todos mis propósitos, ideas y proyectos para los meses que se avecinan y me siento tranquilamente debajo de un árbol en medio del bosque. No conozco nada que tenga, al menos para mi, mas potencia que estos momentos, sintiendo que no sólo las ramas me abrazan en el cielo que en ellas se recorta, sino que las raíces me introducen en un submundo real y lleno de energía. Nos cuentan los naturalistas como Peter Wohlleben que las raíces de los árboles de un bosque se interrelacionan formando una red tupida por la que fluye energía, y donde se comunican información sobre las amenazas y las distintas peculiaridades del momento. Así entiendo ese poder de envolvernos y de cobijo cuando nos sentamos como yo ahora, a principios de 2022 en la base de su tronco.

La niebla se va levantando como puede, quedándose enganchada a veces en las ramas de los árboles cargados de líquenes en el camino umbroso que conduce al Santuario de San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro. La vista parece abrigada por la filigrana de ramas plateadas envueltas en niebla, en un espectáculo que parece salido de un cuento navideño, mostrándome árboles que parecen cantar y susurrar cosas, palabras, pensamientos y canciones, con el paso del viento.

El árbol ha fascinado a todos los hombres desde la más remota antigüedad siendo adorados como dioses, sintiendo su poder al conectar el cielo con lo mas profundo de la tierra, viendo que eran el canal que comunica el sol sanador y fuente de vida con la tierra que por él se engendra rociada de semillas. Se junta así el árbol cósmico y el árbol del conocimiento que nos conecta con el inframundo. Un árbol que nos invita a un viaje hasta lo más hondo de nosotros mismos, meditando en sus profundidades y encontrando cómo dice nuestra Santa la fuente del conocimiento de la verdad del ser y de la naturaleza amorosa del Creador. Sentados bajo sus ramas, en esta mañana de enero, cuajadas de frío y líquenes, aprendemos de manera inmediata algo sobre nosotros, el futuro que se avecina y las raíces de lo vivido.

En este mágico lugar al sur de Gredos, me encuentro con el gran amigo de Teresa, san Pedro de Alcántara, que también se sentó como yo por aquí, maravillado por las cortezas secas, retorcidas y plateadas que le recordaban su propio camino en la fe, su personalidad austera y brillante, la humildad, la pobreza en el escenario más rico en belleza natural que podamos admirar.

En todo este vértigo de comenzar un nuevo año, donde la reflexión sobre lo vivido, los logros y patinazos, las pérdidas de amigos entrañables, y el empuje hacia delante,  parece que me va enseñando, tengo esa necesidad de escribir todas estas palabras que los árboles me regalan. Poder compartirlas como parte del paisaje gélido de esta mañana, junto con los líquenes y la niebla. La palabra hace en un momento vivir lo que existía solo en mi mente, y al tomar cuerpo en el papel parece que comienza una nueva andadura en mi vida y en la de los que las van haciendo suyas.

Vivimos un tiempo muy convulso, la pandemia del COVID ha trastocado nuestra existencia y por lo menos en estos días, nada es como ha sido siempre, durante siglos. La parte más dura y cruel es la que tiene que ver con las relaciones interpersonales. Las limitaciones para encontrarnos, abrazarnos y conversar en privado, nos ha empujado a lugares virtuales, con las series, películas, y chats que nos aíslan aún más de los demás y también del entorno donde habitamos. Todo parece sacado de una pesadilla, los paseantes y peregrinos que suben al santuario andando bajo la bóveda de ramas y musgos, llevan sus mascarillas como una especie de escudo frente al aire, la brisa, los aromas del bosque. Pero el bosque ejerce incluso frente a esa armadura de las mascarillas, su influjo, dándonos paz y serenidad, conectándonos con la tierra en un paseo por nuestro pasado que nos empuja a vivir este nuevo tiempo que comienza de manera sencilla.

El bosque constituye ese lugar que los hombres hemos llamado casa desde milenios, aunque, como en algunas reformas de nuestra casa, hayamos metido la pata al elegir qué introducir, las plantaciones y las acciones que llevamos a cabo. El hombre se siente por encima de la creación, con un deseo de perfeccionarla para su propio interés económico, de disfrute, de apreciaciones vitales. Más que sentirse un ser más que vive entre sus árboles, matas y ramas, se erige como director de operaciones en medio del bosque, provocando dolor a  los habitantes, a los árboles, las plantas, con la contaminación, las talas despiadadas, el fuego devastador, la planificación de sus recursos con fines puramente económicos.

Bosques llenos de belleza, que nos enseñan lecciones de humildad y cooperación, mientas entramos en sus reinos llenos de admiración y profundo respeto. Árboles que nos regalan palabras cargadas de sosiego, belleza , paz y esperanza. Feliz año 2022