UN CANTO QUE LLEVA UNA CUMBRE FLORECIDA ENTRE SUS MANOS
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Desde hace un tiempo tengo un deseo profundo de cantar. Mas allá de hacerlo en el coche, para ir despistando los atascos y el tráfico, quiero hacerlo en la intimidad de mi vida.
El campo está en primavera reinventándose de tal forma que crees que ya no puede ser mas bello y al día siguiente, al mes, al año vuelve a dejarte impresionado. Siento al ver el verde de los prados que es tan profundo como un mar, y que no puede algo ser mas fresco y tener en si un espíritu mas bello y sublime, cada brizna de hierba, cada pequeña flor, el cardo, la zarzamora, el pétalo de una flor de membrillo que volando sobre el tapiz del verde se relaja.
Y quiero dar las gracias por todo, de una manera diferente, donde cada palabra, suspiro, pensamiento, deseo se quede ahí, flotando encima de un sonido dilatado que corra sin pausa hasta el horizonte. Un sonido dilatado que haga que todo tenga un momento mas tranquilo, donde pueda descansar cada palabra, donde las deje flotar hasta el infinito, en un viaje que hacia allí también a mi me lleva.
Estaba estos días en casa refugiada del frío primaveral que ataca Castilla, y sobre el escritorio abrí las Poesías completas de T.S. ELIOT, en la cuidada edición de la Colección Visor de Poesía.
Y allí encontré este poema, frente a él me sitúe de una manera distinta, supe que en sus palabras, imágenes y sonidos quería estar largo rato, que era un canto, como así él lo llama, y que no sólo era suyo, sino que era mío también y que al lanzarlo hacia el infinito sentía que era también vuestro, de todo los lectores. Supe y sé al releerlo, que voy a volver muchas veces por aquí.
CANTO PARA SIMEON
Señor, los jacintos romanos ya florecen en los jarrones y
el sol del invierno baja por las cimas nevadas;
es la terca estación lo que perdura.
Y mi vida es ligera, aguardando aquí el viento de la muerte,
como pluma en el dorso de mi mano.
Polvo en la luz del sol y el recuerdo en rincones
aguardan este viento que sopla en tierra muerta.
Cóncedenos tu paz.
Ya hace muchos años que recorro estas calles,
me he mantenido fiel, he ayudado a los pobres,
he dado y recibido honores y descanso.
A nadie rechacé desde mi umbral.
¿Quien ha de recordar este hogar mío,
y dónde vivirán los hijos de mis hijos
cuando llegue el momento del dolor?
Huirán por un camino de cabras, hacia el hogar del zorro,
Evitando la espada, los rostros extranjeros.
Antes que llegue el tiempo del lamento y azote
concédenos tu paz.
Antes de que escalemos la montaña de la desolación,
antes de la hora exacta del dolor maternal,
en este nacimiento que precede a la muerte,
permite que tu Hijo, la Palabra no dicha y silenciosa,
Le conceda el consuelo de Israel
a un viejo octogenario sin futuro.
Cúmplase tu palabra.
A Ti te alabarán y quedará marcada
cada generación por la gloria y escarnio,
oh luz sobre la luz, subiendo la escalera de los santos.
No sea para mi este martirio, éxtasis del pensar y del rezar,
no para mi la última visión.
Concédeme tu paz
( La espada se hundirá en tu corazón,
En el tuyo también)
Me cansa ya mi vida y las vidas de todos los que vienen por detrás.
Me muero por mi muerte, por las muertes de todos los que vienen detrás.
Deja ir a tu siervo,
Habiendo visto ya tu salvación.
T. S. Eliot.
En los comentarios de la edición, nos recuerdan que este canto recoge el momento de la presentación del Niño en el templo para su circuncisión tal y como nos lo muestra el evangelista Lucas 2: 25-34. El anciano Simeon repasa su vida y como canto lo ofrece en las palabras y los bellos versos de Eliot. En ese momento que revisa su vida, donde mira y de deja mirar, donde presiente los dolores como de parto y los ecos de su propio funeral.
Un canto para leer en su partitura original de siglos que vuelan sobre nosotros, para volver a dejar abierto el espíritu a lo que cada momento de la vida nos regala, a sentir la belleza, la paz, el amor, la compasión.
Un canto que arranque desde dentro, nuestra garganta profunda, aquella en la que cada palabra y sonido viene con un girón de piel de nuestro propio interior.
Un canto helado en el tiempo, congelado desde hace milenios, que milagrosamente a veces se va deshaciendo entre los ojos y vuelve a tomar vida, como cada primavera en sus praderas de hierbas y en todo su reino de flores, mariposas, crías de ranas, hojas de higuera naciendo y rayos de luz.
Un canto para sostenerlo un poco mas de tiempo que lo que lo sostienen los sonidos al pronunciarlo, para que pueda concedernos la paz, para que vaya construyendo moradas y casas en nuestro interior. Castillos en el aire, que cada primavera vuelven a levantarse, entre hojas y brotes y soledad.
Un canto hecho de lamentos y de azotes, hecho de rasgones y de cicatrices, ramas resecas, humos que quemaba los montes, fuego que arrasaba el corazón.
Un canto que lleva una cumbre florecida entre sus manos, una palabra que corta la respiración, que quita escamas, que hace rebrotar la savia del interior.
Un canto hecho de palabras, donde empiezan a hacer ejercicio como en un gimnasio. Palabras que quieren aprender a ser mas flexibles, enteras, a flotar mas, a ser mas sutiles, menos tajantes, mas llenas de matices.
Un canto que abra el camino hacia la unión, esa profunda que emprende el cielo con cada hierba y cada flor, rodeándola de si mismo, llevándola por momentos en sus ojos, dejando que se moje con las lagrimas de su amor.
La musica de todo este paseo primaveral es esta de Listz, en esta genial interpretación del gran pianista Lang Lang.
Una bellísima pieza para piano, donde las manos se van moviendo, cruzándose sobre las teclas, con una melodía que ya parece plenamente impresionista. Forma parte de un conjunto de tres estudios de concierto S. 144, también conocidos como estudios poéticos. Compuestos entre 1845 – 1849.