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En estos días se juntan en mi escritorio y en mi invernadero un montón de libros relacionados con la jardinería. Los árboles están ya mostrando sus yemas y siempre a finales de febrero me pongo a pensar en cómo me gustaría tener el jardín en primavera y comienzo a planificar y a hacer semilleros de todas las plantas y flores que amo. He descubierto, con el paso de los años y las estaciones, que este amor es selectivo, todas las flores me gustan pero hay algunas que para mí, son piezas de un museo. Sigo en este pensamiento a la gran novelistas Vita Sackville-West, una gran jardinera y amiga íntima de Virginia Woolf,cuya relación quedó reflejada en ese libro mágico y lleno de imaginación que es Orlando.

Estoy enfrascada en la lectura de las cosas de Virginia en estos días que celebramos los cien años de la publicación de Mrs. Dalloway. Estoy disfrutando con las cartas recogidas en un delicioso libro de Páginas de Espuma llamado Una carta sin pedirla. En ellas me encuentro con la mujer que estaba detrás de sus libros, en donde hablaba de decoración, de jardinería, de comidas al aire libre, de amigos y tardes con una taza de té, de las dificultades de la escritura, sus entradas y salidas del sanatorio, la crítica despiadada y de las cosas de la imprenta de Hogarth Press. Entre ellas están las cartas a esta amiga tan especial junto a otros grandes escritores como Lytton Strachey, Thomas Hardy, Gerard Brenan, T.S. Eliot. Así como a su hermana Vanessa y su marido Leonard en unas cartas llenas de complicidad y ternura.

Vita Sackeville-West creó un espacio único en los jardines de su castillo Sissinghurts, en el condado de Ken y escribió un libro delicioso que está siempre presente en mi biblioteca, Mis flores, donde elige unas venticinco flores que para ella son especiales, no por ser las más bonitas por sus colores, aromas o porte sino porque ella al tenerlas y cultivarlas descubría su belleza más sutil, aquella que sólo los muy pegados a la tierra de nuestras macetas y jardines podemos tener. Cuenta algo que comparto completamente, esa imposibilidad de describir la belleza de las flores sin caer en frases e ideas tan manidas como insulsas. Ella llama a sus elegidas, las flores de mi museo, y así considero yo también a las mías en estos gélidos días de febrero aquí en Ávila.

La otra tarde me acerqué con mis hijas al Museo del Prado para disfrutar de una visita que es realmente un paseo botánico. En una selección de cuadros diseminados por todas las salas del enorme edificio, mientras vas paseando por ellas y disfrutando con la vista, comienzas a ver estas flores de museo, que están formando parte de grandes obras de arte y que muchas veces pasan desapercibidas. Me sentí como una niña jugando al escondite, buscando el tesoro escondido, que aparecía en cuadros tan fantásticos como el de Joachin Patinir, Descanso en la huida a Egipto, con un gordolobo grande pintado a la derecha de la Virgen y que es una planta que se utilizaba quemándola en las ceremonias funerarias en alusión a la muerte de Jesús, y a la luz de su Resurrección. Vas en el paseo, basado en el genial libro de Eduardo Barba Gómez, pasando de una belleza botánica a otra, muchas veces miniaturas que aportan sentido al cuadro, como las hierbas de San Benito del Descendimiento de Rogier van der Weyden, unas flores que repelen con su fuerte olor a los bichos peligrosos, y que son capaces de aferrarse a los pelos de los animales que se acercan a su corola, propagando su especie más allá de la planta madre.

Siguiendo a Vita, una de mis flores favoritas y que deseo cultivar aquí en Ávila es la Fritiliaria meleagris, conocida como tablero de damas, que también está en el Prado en un tablero de piedras semipreciosas del Bufete de don Rodrigo Calderón.

Las flores son pequeños seres vivos que viven a la altura de nuestros pies, amigas que nos mandan mensajes, pequeñas cartas sin pedirlas, donde nos hablan de cosas sensibles y delicadas. Las cosas de las que se compone lo mas bello de la vida. Libros de Virginia y de Vita con sus flores amadas, tomando té con mis amigas y mis hijas aquí en el jardín, hablando de la belleza de la Exposición del Prado, viendo cómo avanza la estación y se abre lentamente la primavera, aunque los charcos aún estén tapados de hielos espesos.

ANHELO DE RAICES

Leyendo a May Sarton en el jardín de casa

En aquel primer fin de semana establecí el rito de la cena. Cuando me sentara a la mesa, tenía que haber flores; debía haber una botella de vino y que la mesa estuviera puesta con esmero, como por el mejor sirviente. Un libro abierto para poder leer, el equivalente a la conversación civilizada para un solitario. Todo estaba preparado como para recibir a un invitado y el invitado de la casa iba a ser yo.

May Sarton.

 

Vivimos en una sociedad liquida tal y como nos explica Zygmunt Bauman. Muchas cosas y aspectos de nuestra vida parece que se volatilizan, dejándonos flotar en el vacío tanto a nivel social como existencial. El relativismo sobre las cuestiones cotidianas, formas de vida, valores, anhelos, sensaciones acampa cada día de manera mas rotunda.

La introspección sobre lo esencial requiere de un lugar interior, una habitación propiaen la que proceder, tomando la expresión de Virginia Woolf. Requiere por tanto de un lugar en el que, a modo de un jardín, echemos raíces. Así lo refiere de manera muy bella y poética, la poeta norteamericana May Sarton(1912-1995), amiga de Virginia Woolf y de Elisabeth Bowen.  Echar raíces supone tomar posesión de lo que es nuestro y sobre lo que estamos perdiendo el dominio, cuando ya no somos conscientes de nuestros sentimientos, sensaciones, ideales, precepciones para sumergir todo en un magma común dominado por las opiniones manidas y comunes que nos envuelven con sus cantos de sirena.

Este lugar propio requiere para poder habitarlo, de momentos de silencio y de contemplación, como vamos leyendo en el libro de Sarton Anhelo de raíces. Después de una vida como poeta y profesora universitaria completamente transhumante por toda norteamerica, May mirando las pertenencias y enseres de sus padres provenientes de Gantes en Bélgica, decide pararse y buscar un lugar donde colocarlos para que constituyan físicamente el espacio que ella necesitaba para avanzar existencialmente, para constituir su propia casa. Y es que en nuestro interior tenemos también que dejar que echen raíces los recuerdos, las vivencias, las percepciones de toda nuestra vida.

Y comienza a desembalar su interior mediante los pequeños aspectos y actividades cotidianas como elegir las paredes para colgar los cuadros, el trabajo sobre un terreno de jardín pedregoso, la poda de un árbol, el canto de las bandadas de los colibríes. Y desde ahí, comienza a construir su propia vida, la verdadera, la que tiene que ver con su manera de ser, sentir y vivir, todo estaba preparado para recibir a un invitado, y el invitado de la casa iba a ser yo.

Compró una vieja granja del s. XVIII en un pequeño pueblo llamado Nelson en Nuevo Hampshire. Y poco a poco fue rehabilitándola y construyendo allí su vida y nos describe este intenso proceso cotidiano, mientras pinta paredes de blanco para captar la luz y elige el tono preciso para el suelo de la cocina. Unas bellas reflexiones sobre la amistad y el amor, la presencia real y vivida de las personas amadas que con sus visitas a nuestra casa se quedan viviendo en ella, llenando nuestra vida con su presencia. Sobre la naturaleza, en una relación con ella activa y recreadora de belleza y de vida, mientras se agrieta las manos plantando iris y moldeando parterres de flores. Y nos habla también de manera precisa, sobre el proceso creativo, cómo se desarrolla en medio de los quehaceres dando la vuelta a la existencia por momentos y asombrando en su proceder.

May escribe desde ella misma y retrata de manera exquisita el alma femenina. Al ir leyéndola he vuelto muchas veces a Virginia Woolf, a ese monólogo interior, al flujo de la consciencia que también me acerca a Marcel Proust. Escribiendo sobre lo interior, dando vida en lo relatado a las emociones e interpretaciones sociales y sobre todo las cotidianas de las que tan poco se escribe, incluso hoy en día.  En ese flujo de percepciones aparece la feminidad verdadera que voy compartiendo con la lectura. Lo femenino que lejos de estar sometido exclusivamente a la sexualidad que se mueve entre la heterosexualidad y la homosexualidad, es lo que describe el mundo y lo construye.

En estos días de principios de primavera avanzo por las horas al modo de May, plantando semillas y dejando que mis plantas echen raíces, viendo pasar el tiempo en el invernadero del jardín de la familia.

 

En estos días pesa en el ánimo y el corazón de todos tanta violencia sin sentido, en las muertes de mujeres que van a correr, que salen a disfrutar una noche con sus amigos, o simplemente están en casa preparando la cena y tomando las lecciones a sus hijos.

Entra en nuestras familias como un berbiquí que taladra, nos plantea cuestiones e interrogantes que tienen que ver con el amor, el cariño, la integridad, la libertad y nuestro papel en medio de todo esto, la defensa, la protección, la ayuda.

Hablaba estos días con mis hijos de Virginia Woolf, animándolos a leer sus escritos. Una abanderada de la defensa de las mujeres en una sociedad que en muchos aspectos se parece a la nuestra, aunque hayan pasado ya mas de cien años.

Nació el 25 de enero de 1882 en Gran Bretaña en el seno de una familia acomodada dentro de los círculos académicos y culturales. Su padre Sir Leslie Stephen fue un destacado critico literario e historiador y la familia de su madre Julia Duckwoth se dedicaban al mundo editorial. Toda esta situación familiar privilegiada en una Europa con los latigazos del hambre y la miseria, no la libró de sufrir abusos sexuales de dos de sus hermanastros. Esta desgracia transformó su vida y no se fue ya nunca de dentro de su alma, su inestable personalidad se vio truncada y la sombra del suicidio del que terminó con su vida en el rio Ouse, estuvo siempre planeando.

Escribió cientos de artículos, relatos y libros algunos de los mas significativos de la literatura del s. XX. En todos ellos rastreo su extremada sensibilidad y sobre todo su mirada tan penetrante sobre la vida, las personas que la rodearon, los acontecimientos sociales y políticos.

Estos días de descanso he vuelto a leer el relato póstumo de Virginia, el que se quedó encima de su escritorio, buscando en él las huellas de la escritora: “El Balneario”. Un lugar donde el oleaje no se oye debido al choro de la cisterna del retrete de un aseo del local. Y es que frente al mar de incertidumbres y violencia que nos salpica y nos desgarra, a veces vivimos en medio de todo como una verdadera ostra, dentro de un caparazón. Caparazones de personas a las que se hubiera extraído su propio ser. Seres tan habladores, incapaces de oír, de sentir, de razonar, viviendo en una concha de ostra que las aísla de su propio mar y del de los demás. Tertulias de radio, televisiones llenas de opiniones manidas, ideas que salen de un sinfín de pensamientos, de dentro de la concha y la caracola.

Virginia me impresiona por su capacidad de ampliar sus perspectivas mas allá de la narración al uso, con hilos conductores guiados en un proceso mental, pensamientos, consciencia, visiones, deseos. Comparaciones y metáforas llenas de verdad, dolorosas en este caso al sentir que somos muchas veces conchas cerradas, vociferantes e incapaces de ver lo que sucede alrededor, en casa, el mercado, el trabajo, el bar de copas. Repitiendo a gritos las mismas ideas vacías de contenido, y sin mostrar una experiencia de vida y de amor, la educación comienza con esta escucha.

La educación que damos a nuestros hijos constituye parte fundamental de ese mar. No es ajeno, nace y se desarrolla en las familias, las mismas que estos días hemos celebrado la navidad. Violencia, vejaciones, humillaciones que aparecen en todos los ámbitos sociales y de vida, nacen en nuestro entorno a veces y ni nos percatamos.

En estos días que hemos pasado tantos ratos juntos, hemos recordado la historia de la familia, construyendo con estas charlas el sustrato de crecimiento de todos. Pero, como dice también Virginia en Orlando, “la memoria es costurera y caprichosa. Pasa su aguja de dentro a fuera, arriba y abajo, aquí y allá. No sabemos pues que viene después, ni lo que sigue”. La memoria estructura nuestra historia, no la dejemos libre porque podemos y pueden hacer con ella cualquier planteamiento ajeno a la conciencia, la dignidad y la verdad.

Virginia escribió “Un cuarto propio”, escrito que ha sido el suelo del movimiento feminista en todo el mundo. Me fijo en su rica aportación, su mirada de la que tanto tenemos que aprender, quitando caparazones y vendas, viendo que la vida, la sexualidad, el amor son algo mas complejo y rico de lo que aparece desde afuera cuando lo invocamos a base de gritos. La belleza de cada ser, su dignidad y el respeto a todos lleno de esa capacidad de escucha atenta. Dejando los instintos primarios, el gregarismo de las manadas, las ideas manidas de tantos foros de opinión. Y construyendo todo este nuevo mar en donde puede cambiar el mundo, en nuestra propia casa.

» A LO QUE SALGA»

Decidí hace ya bastantes días escribir sobre la lectura, la aventura, el placer, ese mundo que se abre cuando te sientas tranquilamente y comienzas a leer. Y poco a poco, mientras los días iban pasando tenía muchas cosas que recoger y sobre todo en mi mente como si de una biblioteca se tratara, se iban poniendo libro sobre libro una pila muy alta, como esos rincones que vamos levantando al lado del escritorio.

Libros que mas que han sido, tengo que reconocer que son lugares a los que me arrimo a veces. Los leo y vuelvo a abrir sus páginas, buscando ediciones mas bellas, traducciones mas certeras, eligiendo en qué lugar y momento quiero volver a ellos. Algunos, como “Persuasión” de Jane Austen estuvieron en mi bolso durante años, hasta que en otra Semana Santa en medio de unos jardines de arte topiario de una Quinta de Oporto, encontré su lugar, y mientras mis hijos correteaban por allí, comenzó la lectura. Así que creo que comparto con muchos de vosotros esa sensación, que el lugar, influye y mucho en la aventura de leer. Las bibliotecas antiguas como la de la Universidad de Salamanca donde pasé media carrera de historia, me dejó la afición a los libros antiguos, con sus pastas de piel, y el papel ese tan fino que tienes a veces que mojar el dedo para pasar la página.

“ A lo que salga” tituló Miguel de Unamuno un ensayo que estoy leyendo estos días. Una reflexión sobre la lectura, que recalca algo que es vital para poder ponerla en su lugar, la escritura. En definitiva, ponerse a leer, y también a intentar escribir, en un circulo que nos va empujando. Cuando queremos contar una historia, un cuento, recrear una página del pasado, nos encontramos con la dificultad de cómo escribir. Algo así creo que pasa cuando me acerco a Proust, que me deja tan impresionada por su manera de escribir, que ya no necesito que cuente nada, sólo disfruto de sus largas descripciones, y de esas maravillosas frases que no terminan jamás. Me pasa algo con él que creo que es compartido por muchos, me pongo a leer su único libro, y a pesar de ser tan extenso y ocupar una balda muy larga de la biblioteca, no quiero que se termine jamás, y voy dosificando la lectura.

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Decía Dº Miguel, que nadie debería ponerse a leer poesía sin haber intentado escribir unos versos.

La pila de libros de los que quiero comentar cosas, va creciendo. Quizá, en un intento último de elegir a un autor que me sigue impresionando a cada lectura, me quedo con Virginia Woolf. Comenta su biógrafa Nadia Fusini, en el ensayo “ Poseo mi alma” que hubo un pensamiento decisivo en la vida de Virginia y que junto con su desorden psíquico de naturaleza bipolar, la llevó al suicidio. Durante su ultimo año de vida, Virginia conoció a una nueva amiga, una medio prima llamada Octavia. La amistad se fortaleció, y Octavia cuidaba un poco de la casita de los Woolf , le llevaba leche y mantequilla para que no parecieran como viejas gallinas, de lo demacrados que los veía. Un día animó a Virginia a escribir, y esta le preguntó qué debía escribir, una novela, o un cuento, un ensayo,… “ tengo muchos fragmentos de ideas en la cabeza, pero quiero saber qué es lo que quiere el público. Me siento como “ una mosca pegada al papel mosquicida, y no quiero caer en el pesebre de la desesperación”.

Justamente este laberinto de ideas que provienen de los sentidos y que revolotean sobre la cabeza, como mostrando la vida en primera instantánea, es lo que mas me impresiona de la obra de Virginia. Recuerdo la impresión al leer “ Las olas”, y cómo vuelvo muchas veces a sus páginas para aprender a ser mas receptiva, a tener los sentidos en la vida abiertos y ser capaz de comunicarlos, creando a su vez todo el mundo increíble que describen y que dibujan.

Creo que este titulo que he elegido tan de “ a lo que salga”, va muy bien con todo. Es la lectura un placer en el que hay que dejarse caer de manera placentera, y esto último creo que es lo mas importante, disfrutar a tope. No debemos ser en esto radicales, lo mejor que puedo hacer por mi si no me gusta un libro es cerrarlo. Pero, si queremos disfrutar de ello de manera total, debemos dejar de tener una actitud pasiva. El sillón de casa, la biblioteca, el banco en el jardín nos abren con la lectura un camino, el nuestro que tenemos que transitar. Cómo hacía Virginia con los sentidos abiertos, intentando ir en la palabras un poco mas allá.

Como dice Dº Miguel para terminar “ Y basta. Basta por ahora. Hay que dejar siempre suelto el cabo de la vida, ¡ Qué no acabe este escrito, que mi vida no acabe, Dios mio”.

Articulo publicado en el Diario de Ávila. 20 de abril. 2017