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CONCHAS, CARACOLAS Y MAR

En estos días pesa en el ánimo y el corazón de todos tanta violencia sin sentido, en las muertes de mujeres que van a correr, que salen a disfrutar una noche con sus amigos, o simplemente están en casa preparando la cena y tomando las lecciones a sus hijos.

Entra en nuestras familias como un berbiquí que taladra, nos plantea cuestiones e interrogantes que tienen que ver con el amor, el cariño, la integridad, la libertad y nuestro papel en medio de todo esto, la defensa, la protección, la ayuda.

Hablaba estos días con mis hijos de Virginia Woolf, animándolos a leer sus escritos. Una abanderada de la defensa de las mujeres en una sociedad que en muchos aspectos se parece a la nuestra, aunque hayan pasado ya mas de cien años.

Nació el 25 de enero de 1882 en Gran Bretaña en el seno de una familia acomodada dentro de los círculos académicos y culturales. Su padre Sir Leslie Stephen fue un destacado critico literario e historiador y la familia de su madre Julia Duckwoth se dedicaban al mundo editorial. Toda esta situación familiar privilegiada en una Europa con los latigazos del hambre y la miseria, no la libró de sufrir abusos sexuales de dos de sus hermanastros. Esta desgracia transformó su vida y no se fue ya nunca de dentro de su alma, su inestable personalidad se vio truncada y la sombra del suicidio del que terminó con su vida en el rio Ouse, estuvo siempre planeando.

Escribió cientos de artículos, relatos y libros algunos de los mas significativos de la literatura del s. XX. En todos ellos rastreo su extremada sensibilidad y sobre todo su mirada tan penetrante sobre la vida, las personas que la rodearon, los acontecimientos sociales y políticos.

Estos días de descanso he vuelto a leer el relato póstumo de Virginia, el que se quedó encima de su escritorio, buscando en él las huellas de la escritora: “El Balneario”. Un lugar donde el oleaje no se oye debido al choro de la cisterna del retrete de un aseo del local. Y es que frente al mar de incertidumbres y violencia que nos salpica y nos desgarra, a veces vivimos en medio de todo como una verdadera ostra, dentro de un caparazón. Caparazones de personas a las que se hubiera extraído su propio ser. Seres tan habladores, incapaces de oír, de sentir, de razonar, viviendo en una concha de ostra que las aísla de su propio mar y del de los demás. Tertulias de radio, televisiones llenas de opiniones manidas, ideas que salen de un sinfín de pensamientos, de dentro de la concha y la caracola.

Virginia me impresiona por su capacidad de ampliar sus perspectivas mas allá de la narración al uso, con hilos conductores guiados en un proceso mental, pensamientos, consciencia, visiones, deseos. Comparaciones y metáforas llenas de verdad, dolorosas en este caso al sentir que somos muchas veces conchas cerradas, vociferantes e incapaces de ver lo que sucede alrededor, en casa, el mercado, el trabajo, el bar de copas. Repitiendo a gritos las mismas ideas vacías de contenido, y sin mostrar una experiencia de vida y de amor, la educación comienza con esta escucha.

La educación que damos a nuestros hijos constituye parte fundamental de ese mar. No es ajeno, nace y se desarrolla en las familias, las mismas que estos días hemos celebrado la navidad. Violencia, vejaciones, humillaciones que aparecen en todos los ámbitos sociales y de vida, nacen en nuestro entorno a veces y ni nos percatamos.

En estos días que hemos pasado tantos ratos juntos, hemos recordado la historia de la familia, construyendo con estas charlas el sustrato de crecimiento de todos. Pero, como dice también Virginia en Orlando, “la memoria es costurera y caprichosa. Pasa su aguja de dentro a fuera, arriba y abajo, aquí y allá. No sabemos pues que viene después, ni lo que sigue”. La memoria estructura nuestra historia, no la dejemos libre porque podemos y pueden hacer con ella cualquier planteamiento ajeno a la conciencia, la dignidad y la verdad.

Virginia escribió “Un cuarto propio”, escrito que ha sido el suelo del movimiento feminista en todo el mundo. Me fijo en su rica aportación, su mirada de la que tanto tenemos que aprender, quitando caparazones y vendas, viendo que la vida, la sexualidad, el amor son algo mas complejo y rico de lo que aparece desde afuera cuando lo invocamos a base de gritos. La belleza de cada ser, su dignidad y el respeto a todos lleno de esa capacidad de escucha atenta. Dejando los instintos primarios, el gregarismo de las manadas, las ideas manidas de tantos foros de opinión. Y construyendo todo este nuevo mar en donde puede cambiar el mundo, en nuestra propia casa.

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