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En el s.XII vivió una mujer muy sensible y llena de luz llamada Hildegarda de Bingen. Ella, que estaba arraigada a la vida por unas raíces que avanzaban hasta lo más hondo de la existencia, siempre que quería expresarse musicalmente comenzaba cantando un Ohhhhh largo lleno de las modulaciones de los pneumas medievales. Un largo canto que era una mezcla de grito y de sonido bellísimo que parecía encender como un fósforo lo más oscuro, lo más claro, los contrastes de la vida y su belleza múltiple que va más allá de lo obvio.

Y es que lo que nos acontece cada día está lleno de muchas más cosas de lo que en apariencia sentimos y vivimos. En estos días de vacaciones nos vamos acercando a las playas buscando paz y armonía dejando que la vista se pierda y descanse en lo infinito del mar. La belleza de las rocas, todo el mágico mundo de lo que debajo de cada ola se mueve. Pero si nos emocionamos en este momento de paz y descanso y lanzamos interiormente un largo sonido al estilo de Hildegarda, éste sin duda se puede abrir y se va a transformar en un grito desgarrador que nos parte por medio el corazón, porque el escenario del mar y su belleza contiene también matices y colores de desolación muerte y abandono.

El mar Mediterráneo, nos cuenta la gran poeta salmantina María Ángeles Pérez López es también el mar de los muertos. Hay seres que a veces se ven como un flotador en lo más lejano de la mirada, como fajos de tela en las playas, donde parece residir por momentos la nada y es como un escenario desolado del más allá, donde Brama el mar en su nombre y en el tuyo .Tenemos una tendencia a ver sólo el paisaje de nuestra propia respiración y lo que les ocurra a otros seres venidos de tierras lejanas, lo consideramos ajeno, lejano, buscando en los organismos internacionales y en otros grupos y personas la solución a tanto horror y muerte.

La poesía aparece en forma de aullido y nos desgarra por dentro, dando a nuestra mirada y existencia un montón de matices y colores distintos basados en la verdad, aquella que tantas veces no queremos ver. La belleza innata de la palabra poética llena de ritmo, color, sutilezas y rotundidades es el camino para abrirnos el interior en medio de la vida, en esta playa, donde los muertos parecen integrarse con las dunas y las arenas configurando paisajes de muerte y desolación. Aullidos llenos de belleza como los de María Ángeles, imaginación en imágenes y metáforas tan brillantes como incisivas y un perfecto dominio de las palabras para como con una cuarcita cortante abrirte en dos al ir leyendo, al ir recitando pausadamente tantas palabras bellas llenas de dolor por dentro, rocas que al respirar nos dicen entre susurros que también podemos nosotros respirar.

Cuando nos referimos a estos hechos crueles y dolorosos, en el año 2022 el número de víctimas llegó a más de 2.400, siempre usamos como canal de comunicación las noticias periodísticas que llenas de datos, entrevistas y opiniones se van volando en los aires de la actualidad. Pero si además de leer, oír noticias,abrimos un poemario como el de Pérez López, Libro mediterráneo de los muertos, ganador del VI Premio de Poesía Margarita Hierro, todo lo efímero se va como las gaviotas volando y nos quedan los cantos , respirando a nuestro lado en forma de libro.

Abrimos así en dos nuestra vida con la mirada de una gran poeta y comenzamos a gritar con ella al modo de Hildegarda, sintiendo que nada de lo que nos rodea nos es ajeno, porque todo está recitándose en nuestro interior sólo para nosotros. Y la poesía se convierte al ser leída, en un arma poderosa en nuestra vida cotidiana, rompiéndonos las entrañas en cada palabra e imagen, envolviéndonos también en toda la belleza del ritmo, que va desatándose en cada verso, en cada párrafo, en cada silencio lleno de sal.

Caminos de valentía que os animo a emprender leyendo este poemario bellísimo, donde el lenguaje se rompe como nuestra respiración. Aprendiendo con María Ángeles Pérez López a aullar, gritando, cantando un Ohhhhh lleno de pneumas y matices al estilo medieval como Hildegarda pero en pleno s. XXI.

Toglietemi la vita ancor 

 

Estaba el otro día en un recital de la mezzosoprano Joyce Didonato en el Teatro Real de Madrid. El nombre de Edén encajaba a la perfección con la orquesta barroca, el coro de niños y la soberbia interpretación de la cantante. Rompiendo todos los moldes de un recital tradicional, la diva norteamericana nos introdujo en un lugar al que sólo con la música podemos llegar si la dejamos explotar en nuestro interior con toda su grandeza y potencia. En un viaje que arrancando del paisaje mas remoto de la humanidad se va poco a poco transformando por la Belleza de lo natural y a la vez se va doliendo por todo el daño que vamos infringiendo con nuestras acciones y omisiones. La música se fundía como si fuera una sola sinfonía con obras que arrancaban desde el Barroco con Giovanni Valentini (1582-1679), Biagio Marini (1594-1663), Francesco Cavalli (1602-1676) o G. Friederich Händel (1685-1759) hasta Aron Coopland (1900-1990), con el Poema de Eight Poems of Emily Dickinson, titulado Nature, the gentlest mother.

De repente sentí que volvía a un estadio perdido que también se dolía. Volvía a la Belleza con mayúsculas, a aquella que es mía y dónde siempre quiero vivir. La naturaleza como madre que nos sostiene no siempre me produce una sensación de paz y de belleza, a veces sufro al ver cómo la machacamos sin piedad: basureros al borde de un camino, urbanizaciones estandarizadas que rompen el paisaje apacible, vertidos putrefactos en las aguas, venenos en convivencia con miles de toneladas de sal. ¿Dónde queda la Belleza del vuelo de las cigüeñas sobre los campos encharcados de las tormentas de un junio desatado?

Estoy leyendo a Raffaele La Capria, Nostalgia de la belleza, uniendo la Sierra de Gredos a los atardeceres de Capri, sintiendo ese aire fresco que provoca lo bello cuando vivimos con él, cuando es parte de nuestra existencia, lejos de teorías de manuales de arte, de las selecciones arbitrarias de los expertos en todo, que opinan sobre la naturaleza, lo artístico o la vida. Y es que como dice esta aria de Alesandro Scarlatti de su ópera “ Il Pompeo”, Toglietemi la vita ancor ,

Quitadme la vida cielos crueles,

si queréis robarme el corazón,

quitadme la vida…

Algo así nos explicó el gran poeta Antonio Colinas en el solemne y bellísimo acto de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca. El encuentro vital con la Belleza de un niño al que mandaban sus padres a un pueblo de la Bañeza a pasar los veranos y cómo iba viendo como yo ahora mismo, las praderas llenas de cigüeñas y las nubes mordiendo y durmiendo en las cumbres. Algo tan propio, una búsqueda en la que el poeta invierte su vida, buscando palabras y rimas para que sus lectores volvamos con ellas a esos espacios tan reales como efímeros.

La Belleza se compone de mucho mas que lo reunido en un manual. Con la música, la pintura y el pensamiento aparece la naturaleza, los árboles a los que agarrarnos para sobrevivir, las palabras que nos sostienen en los momentos de tristeza y nos aúpan al cielo cuando sentimos que lo que recitamos o escribimos es el verdadero predicado de nuestra vida.

Decía Emily Dickinson en estos versos que Coopland musicalizó y Joyce canta:

La naturaleza, la madre mas amable

vino un viento como una corneja

¿por qué me excluyen del cielo?

El mundo se siente polvoriento…

Las cigüeñas continúan volando incluso sobre basuras, dolor y suciedad. Las nubes sobre los cuadros de Turner, las arias de Haendel y Scarlatti, el suave terciopelo de una rosa que en junio se llena de rocío cada amanecer. La Belleza a la que a veces puedo atrapar y dónde vivir lo que realmente soy.

La búsqueda de la Belleza nos empuja a lo mas íntimo de nosotros mismos y es el motor para poder sobrevivir a tanto ajetreo y violencia, a la fealdad y la intransigencia. Poder abrir un poemario de Colinas o de Dickinson en medio de una tormenta de finales de la primavera sintiendo que el sonido de las gotas al caer, como la cristalina voz de Joyce la otra tarde, abren ese espacio de paraíso donde reside el verdadero Edén. Y canturreo mientras la vista se pierde mas allá de los alisos en las laderas mordidas de piedras,…Toglietemi la vita ancor.

 

Mensajes sanadores desde la nebulosa del tiem

 

Así comienza un poema escrito en el s.XIII por una mujer, beguina, llamada Hadewich de Amberes. Su nombre aparece en medio de una nebulosa que nos lleva a una época muy antigua pero fascinante. La lengua que utiliza para escribir sus textos es la propia del Ducado de Brabante, sus Cartas y Canciones nos muestran su elevada educación y el gran dominio de la lengua en un momento en el que estamos en los inicios de la literatura en los Países Bajos, expresando en ellos su vida interior, yendo por tanto un paso mas allá en la expresión que en el momento se centraba sobre todo en los textos sobre la vida cotidiana y caballeresca.

Lo que me hace leer una y muchas veces sus textos es la viveza de lo contado que al referirse a lo que nos acontece por dentro encuentra un puente perfecto con mi interior. Así nos entendemos profundamente, y llego a aprender muchas cosas de Hadewich, que se comporta conmigo como una mistagoga o maestra de vida espiritual al estilo de Teresa de Jesús.

Hacia finales del s. XII hubo un grupo de mujeres en distintos sitios de Europa que abandonaron sus vidas como señoras, viudas o solteras para ir a mendigar por las aldeas siguiendo el ideal radical y auténtico del Evangelio. Buscaron otra vía alternativa al matrimonio o la vida consagrada dentro de un convento. Algunas vivían errantes y otras se asentaron en casas individuales o en pequeñas comunidades de compañeras. Al principio este nombre, beguinas, tenía connotaciones heréticas como beatas dispersas pero luego poco a poco al ir conociéndolas esta apreciación cambió totalmente. Se dedicaban a enseñar, a curar enfermos, y a ayudar a todo el que estuviera a su alrededor también en el ámbito de la espiritualidad. Llevaban una vida de oración continua y debido a lo esmerado de su educación también interpretaban las Sagradas Escrituras lo que comenzó a levantar muchas sospechas sobre ellas, llevando a un gran número de estas mujeres a la hoguera.

Hadewich tiene un lugar de renombre entre las beguinas, por su propia vida y expresión de lo vivido en el alma, lo que llega acarrearle muchas incomprensiones incluso entre estas mujeres. Sus Cartas son documentos muy valiosos no sólo para sus discípulas de ese momento sino para todos y así a sido a lo largo de la historia. Su camino místico empujó a esta beguina a hablar sobre sus experiencias y a compartir todo esto con sus amigas para ayudarlas también a ellas en el camino de la vida.

En un tono apasionado nos habla del amor y de cómo cambia nuestra vida cuando nos hacemos súbditos de él. Pero lo que me engancha a su lectura son todas las apreciaciones sobre las adversidades, problemas, enfermedades que sufrimos. Sobre la falta de lealtad de los amigos, la inestabilidad interior y la búsqueda de Dios en el ritualismo que nos ata dolorosamente el espíritu cuando no va lleno de la verdad y el amor que nos habita. Sobre el abandono que sentimos, ese sentimiento de orfandad vital que nos empuja muchas veces a la tristeza y la depresión.

La literatura epistolar en la Edad Media tenía unos matices diferentes a los de hoy en día. Se escribía para ser leído en voz alta, ya que la escritura estaba sólo restringida a un grupo de privilegiados. Siempre utiliza la expresión “querida niña”, no porque sus destinatarias fueran jóvenes sino para introducir en sus palabras un gesto de cariño y cercanía que hoy llamamos empatía. Con sus consejos hallaban consuelo en la adversidad de una vida llena de riesgos y de dificultades.

Sus Canciones, a las que pertenece este verso que he utilizado para el título, expresan de manera poética la raíz experiencial de su vida. Nuevamente éste es el medio que utilizan los místicos para comunicarnos su vida interior. Para contarnos que aunque languidecen la estación y las aves, aunque la vida a veces se ponga difícil, es el amor lo que nos salva, rescatándonos como a estas mujeres del peligro, la incomprensión y la tristeza. Mujeres que desde la nebulosa del tiempo nos lanzan mensajes sanadores para seguir caminando.

Los ojos de Amadora

Muchas veces nos conocemos de manera mas íntima con la mirada, sin necesitar miles de palabras y largos ratos de conversación. Los ojos a veces aparecen como puentes que nos llevan al interior de otras personas, nos dejan ver aspectos nuevos y otras perspectivas vitales. Esto es lo que sentí, impresionada por los ojos de los niños del Mombeltrán de principios de siglo XX, cuando visité las salas del nuevo museo etnográfico que el Ayuntamiento de esta localidad ha abierto en el Antiguo Hospital de San Andrés magníficamente rehabilitado como Museo.

En las salas con todo el material etnográfico cedido por los vecinos aparecen las distintas estancias de la vida del pueblo, las alcobas, los sobraos, las entradas de las casas donde se guardaba el ganado, la elaboración del vino y del aceite, los quesos, la miel, la botica… Elementos que tienen un valor sentimental profundo para los vecinos que vuelven a encontrarse con parte de su vida, con cosas que ya habían olvidado pero que les envían inmediatamente, como en una maquina del tiempo, a su propia existencia, a la de sus padres y abuelos. Era entrañable ver la emoción de los vecinos y con qué gusto explicaban todo a los visitantes, orgullosos de su pasado y de sus raíces.

Llevo años disfrutando de la belleza natural y arquitectónica, así como del trato afable y cercano de los vecinos de las Cinco Villas en Ávila. He analizado la botánica que me apasiona, el suelo, los caminos siempre frondosos y llenos de belleza, las rocas, los manantiales y fuentes, las ermitas, los rollos jurisdiccionales y las iglesias, y siempre he intentado encontrar detrás de todo al hombre y la mujer que se esconden en el pasado, los que han configurado estos pueblos en lo que realmente son, los que han arado, cultivado, acarreado carros de mulas. Los que han recogido los huevos y han fabricado el vino de pitarra en los cántaros y tinajas. Los que se impresionaban dentro de la iglesia de san Juan Bautista de Mombeltrán con trazas de catedral, rezando detrás de una reja magnifica que los apartaba de todo, sentados en el suelo con los pies descalzos.

Esa sociedad de nuestros abuelos y tatarabuelos que dista de nosotros mucho mas que un siglo, porque hemos pasado de una economía de subsistencia que nos habla del pasado mas remoto de la humanidad, al s. XXI donde todos los habitantes tenemos un teléfono móvil en el bolsillo estamos al tanto de lo que pasa en todo el mundo en cuestión de minutos.

Y lo que me impresiona es sentir que aunque estemos dentro de esta falla del tiempo tan salvaje, somos los mismos y no nos podemos conocer si no nos reconocemos en nuestros antepasados, con todas estas cosas que la etnología recoge.

Cuando veía las fotos antiguas que expone la muestra, mi mirada se quedó en los ojos de esos niños de antaño, con sus ropitas sencillas hechas por sus madres, los pies descalzos y sobre todo con unos ojos que como linternas aun alumbran mi interior algunas veces. Unos ojos que nos llevan a otros lugares que estaban en donde ahora vivimos y paseamos, que ponen el elemento humano que está presente en este Museo.

Hace años me gustaba hablar con una señora muy especial, llena de viveza y ternura que se llamaba Amadora y vivía en San Esteban del Valle. Me hablaba de la vida de antes, de las recetas que hacían cuando llegaba la Pascua o la Navidad, de cómo hacía las conservas, de cómo tenían que ir a trabajar desde niñas a la capital, en un momento en el que se iba a lavar la ropa de la casa al Rio Adaja y con los nudillos se rompía el hielo. Los ojos de los niños de esta exposición me han puesto inmediatamente en este lugar narrado, y con la fuerza de la fotografía, con su viveza que aún mantiene después de casi un siglo, nos cuenta mas cosas que miles de libros y nos pone nuevamente en contacto con los vecinos y amigos de antes, con Amadora, sus ojos de niña aún en esa cara de mujer anciana, con los que me miraba hace unos pocos años.

 

 

 

 

Desde el día 1 de abril están expuestas en las paredes del Antiguo  Hospital de San Andrés en Mombeltrán Ávila, mis acuarelas florales. Son diseños florales para realizar arreglos florales con piornos. Están recogidos en nuestro libro Gredos en amarillo, Guia práctica de decoración con piornos, con Isabel Sánchez Tejado.

El día 2 de abril de 2023,  sábado a las 18 h, presentamos el libro en el Hospital de San Andrés y quedó inaugurada la exposición de las acuarelas. Un grupo de vecinos y amigos estuvo con nosotras disfrutando del espectáculo de la Sierra toda florida y radiante… Mil gracias, amigos.

Los piornos son unas bellas flores silvestres que llenan de amarillo la Sierra de Gredos en Ávila en los meses de mayo y junio con un espectáculo impresionante, miles de laderas floridas que  impregnan todo de un dulzón y agreste olor muy característico.

Es la segunda vez que cuelgo mis acuarelas en este entorno antiguo tan especial y lleno de encanto. En el verano de 2021 expuse mis cuadros en la Exposición  de arte contemporáneo de Artesón.  Estas nuevas acuarelas son diseños florales, los que utilizo para trabaja con las flores en mis talleres de arte floral.

Desde hace mas de diez años voy a los pueblos de la sierra de Gredos a desarrollar talleres de arte floral, muchos vecinos de los pueblos acuden y se forman en técnicas profesionales de arte floral, aprendiendo a recolectar el material, a hidratarlo correctamente y a desarrollar arreglos sostenibles en el tiempo, respetuosos con todos los materiales naturales y llenos de belleza.

Luego en los distintos pueblos los vecinos se reúnen para determinar que van a hacer y cómo van a participar en el concurso de decoración de exteriores. Y los resultados son sorprendentes… os animo a visitar esta zona durante el Festival , y a disfrutar con toda esta creatividad. Es un momento inolvidable para todos los que disfrutamos con las flores y todo lo natural en su entorno… una belleza.

En Mombeltrán podes ver mis propuestas e ideas que espero que sean motivadoras para seguir trabajando con flores, realizando arreglos florales llenos de encanto natural .

Doy las gracias al Ayuntamiento por su apoyo en esta exposición . Muchas gracias!!

 

 

 

Vivimos en una época donde la velocidad en las comunicaciones se ha llevado de un escobazo cosas que antes eran importantes en la vida. Una es la escritura a mano y con ella la caligrafía como técnica para perfeccionar los trazos. Rápidamente mandamos un mensaje y la única personalización que podemos hacer es elegir la tipología que vamos a utilizar, dentro de unos pocos tipos generalizados en todo el mundo.

Pero junto con este panorama donde nuestros escritos están casi todos moldeados dentro de un teclado de ordenador, aparece un auge de la caligrafía y del lettering como hobby, como método para relajarnos. Me pregunto el sentido de todo este nuevo movimiento que llena las baldas de las librerías con un montón de manuales y cuadernos de práctica de escrituras de distintos tipos.

Recuerdo mis épocas escolares en la Aneja y los cuadernillos de caligrafía de Rubio que tenía que ir haciendo en cuanto la profesora veía que mi escritura era ilegible. Dentro de los deberes escolares de cada día siempre había alguna hojita de caligrafía que la profesora revisaba. Desde entonces comencé a darme cuenta de la importancia de la escritura porque era mi manera de presentarme al mundo, era como un buen vestido o un corte de pelo estiloso. Era y es mi forma de expresión, mostrando mi personalidad. En esto es en lo que se basan los estudios de grafología que llegan a hacer una radiografía completa de nuestra manera de ser y comportarnos, siendo un elemento utilizado de manera reiterada en las inspecciones policiales de determinadas personas.

Así en 2015 pude oír una interesantísima ponencia en un Congreso teresiano en la Universidad de la Mística sobre la letra de Teresa de Jesús y las conclusiones a las que llegó el experto grafólogo Juan José Gimenez, que apuntaba su desconocimiento de nuestra Santa, llenó de impresión a los teresianistas. Aprendimos mucho no sólo de la personalidad que aparecía tras los rasgos de las letras de sus manuscritos, sino sobre la forma de escribir, y el lugar donde lo hacía. Teresa escribía con un tipo de letra que se conoce como procesal, muy utilizada en el s. XVI, la escritura que aprendió en la casa de sus padres. Esta letra se utilizaba en los procesos de la corte y debido a que los escribanos cobraban por cada hoja escrita, comenzó a hacerse con mucho desarrollo de líneas y grafías sobre todo al final de cada palabra, dificultando enormemente su lectura de manera que es muy complicado leer algunos textos. Así la reina Isabel la Católica instó a que se controlara un poco su aspecto.

La letra de Teresa al tener que optimizar cada pliego de papel, no es tan expansiva en sus adornos. El papel sobre el que escribía era verjurado de muy buena calidad, podemos llegar a ver las leves marcas transversales en la superficie si lo miramos al trasluz. Era un material que las monjas compraban frente a la tinta que hacía la propia Teresa con limaduras de hierro, de ahí el color que muestran hoy en día sus escritos y los problemas de conservación de los manuscritos teresianos. Escribía sentada en el suelo apoyándose en un poyo no muy alto que estaba debajo de la ventana de su celda.

La forma de escritura a mano lleva consigo una serie de procesos y ritmos que me introducen en momentos placenteros muy alejados a los de la pantalla y el teclado. Elegir el plumín adecuado, la tinta y su color, y comenzar a diseñar el escrito. El crujido de la punta sobre el papel, y los momentos en que estoy esperando que se vaya secando cada línea, parece que me relajan y me reconfortan. Poder tener un texto con el que pueda expresarme además de con las palabras que contiene, algo que se pueda conservar y que quede ahí como parte de mi legado, en un mundo en el que todo es tan rápido como efímero y donde nuestros escritos parece que están recogidos en una nube.

Volver a escribir a mano, coger un cuaderno y un lápiz, un plumín o una pluma, me permite tomar las riendas de mi propia escritura, permitiéndome disfrutar del momento de escribir, todo rodeado de calma y sosiego. Buscando siempre la letra bonita que sobre los pliegos de papel a veces aparece.

Durante el s.XIX en Inglaterra se desarrolló una verdadera pasión por los helechos. Una verdadera Pteridomanía.
Eran las plantas mas deseadas por los jardineros, sustituyendo flores y macizos y también eran la inspiración para muchos trabajos manuales decorativos.
Se enviaban hojas de helechos pegados para felicitar el día de san Valentín, para invitaciones de bodas, bautizos. Aparecieron decoradas las vajillas, cortinas, papeles pintados con hojas de helechos
La locura por los helechos llegó a tal punto que se llegaron a esquilmar algunas variedades. !Se llegó a hablar de la necesidad de legislar para protegerlos!.

En la segunda mitad del s. XIX,….! los padres elegían el nombre de Fer, helecho para sus hijas e hijos!, y también en  el nombre de sus casas: Fern House, Fern Lodge, Fern Ville.
Las hermanas Bronte, las reconocidas escritoras de novelas tan famosas como “Cumbres borrascosas” adoraban los helechos. Salian diariamente a dar largas caminatas, para admirarlos, y recolectar sus hojas. Les recordaban los poemas de poetas románticos como  Dorothy y William Wordsworth.

Dorothy , la hermana de Wordsworth recogía los helechos en los alrededores de su casa en Dove, los transplantaba en su jardín para que su hermano se inspirara y pudiera escribir sus poemas. Charlotte  Bronte se fue de luna de miel a ver helechos,…

 


Como los helechos nacían en lugares oscuros y en medio de bosques, en ruinas, tapias, árboles huecos, cercas, sirvieron como imagen de las ambientaciones de los poemas góticos, dentro de un Revival del estilo, en el arte, arquitectura y diseño. Hadas, duendes se reunían en los claros de los bosques llenos de helechos al caer la noche,…

El helecho se contemplaba como una emanación del alma de las personas, espíritu de artista, con una creatividad orgánica total. Ruskin creía que la mano de Dios podía hallarse en los espirales de los helechos florecidos.

En el lenguaje de las flores, una tarjeta con un helecho significaba fascinación

Esta ramita de helecho
te dirá, sin necesidad de palabras
que, gracias a los encantos de tu arte,
tu  semblante modesto,
tu corazón amante,
me tienes felizmente fascinado

 

¡Ten compasión, piedad, amor!… de John Keats

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,

amor de un sólo pensamiento, que no divagas,

que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.

Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!

Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer

del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos

ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,

incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas un átomo de un átomo o me muero,

o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,

¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,

los propósitos de la vida, el gusto de mi mente

perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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Los cuadros de Jan Brueghel en los versos de William Carlos Williams

 

 

La vista desde el Paseo del Rastro va pasando de una mancha de hielo y nieve a otra, mientras el sol parece deshacer tanto frío tímidamente. Pequeñas figuras se van moviendo como en un tapiz, la imagen de los cuadros de Jan Brueghel el viejo parece renacida mientras camino. Y es que estos días estoy recorriendo una exposición de cuadros de este conocido pintor flamenco en los versos de un gran poeta norteamericano William Carlos Williams en la traducción de Juan Antonio Montiel para la editorial Lumen.

El acercamiento de las artes, palabra y dibujo, y cómo se interrelacionan para conocer mas a los artistas y sobre todo para poder entrar dentro de una obra de arte, es algo que me suscita mucho interés. Así Williams (1883-1963) nos acompaña en una visita a los cuadros de Brueghel ( 1526-1569) haciendo versos y es como si nos susurrara al oído su lectura de los lienzos, poniendo en marcha su poética tan especial basada en la concreción y en la brevedad, transmitiendo frescura en una complicada sencillez estructural. Poeta y pediatra, hijo de una gran pintora Raquel Hélene Hoheb, se esforzó durante toda su vida por depurar su escritura dotándola de un ritmo a base de estrofas de distintos tipos, dando así un pequeño paracaídas formal al verso libre que imperaba en Norteamérica desde Whitman.

La museología se preocupa de buscar formas de expresión de lo contenido en los museos, aportando a los visitantes no sólo información y documentación de tipo académico sobre los autores y las obras expuestas, sino también promoviendo actividades que hagan que éstos puedan bucear dentro de las obras de arte haciéndolas suyas en un viaje artístico propio. Así entiendo los encuentros con personalidades del mundo de la cultura en el Museo del Prado, cuando nos cuentan su visión de los cuadros, su aterrizaje sobre los lienzos.

Algo así hace Williams con los cuadros de Brueghel, describiendo en versos lo que ve, en unos lienzos llenos de personajes moviéndose en escenas ricas que nos describen a la perfección la vida en el s. XVI: las escenas de bodas tan llenas de detalles hasta cómicos, las partidas a la caza sobre paisajes tan nevados como lo que se ve desde nuestro paseo, la recogida del heno, donde estos cientos de personajes se mueven. Y te quedas ahí mirando todo, pasando el rato disfrutando como si estuvieras en esas escenas, por los miles de detalles que observas: un cartel caído, una rama que voltea el aire, un grupo de personas patinando sobre un rio helado, niños en el colegio…. Y recuerdo la impresión que siempre me hace pasar por las salas del Museo del Prado donde se exponen los cuadros del Bosco (El jardín de las delicias, las tentaciones de san Antonio Abad, la extracción de la piedra de la locura), con cientos de personas paradas mirando, descubriendo personajes y detalles, quedándose impresionados de la imaginación del pintor compatriota de Brueghel, con el que éste comparte muchas cosas a nivel pictórico y estético.

Cuando vas pasando por las salas de un Museo de pintura y vas analizando a las personas que como tú están ahí mirando los cuadros, observas muchos tipos. Quizá el mas frecuente es el que disfruta de ser informado como en una clase, con guías humanos o auditivos, moviéndose en masas de un lugar a otro. A este grupo le pasa veloz aquel para el que las salas son lugares de paso rápido donde no detenerse demasiado y salir pronto de la situación. Hay otro grupo que va mirando de manera libre todo, que ya conoce al autor y su obra y que comienza buscar la obra de arte como algo propio, describiendo en su interior aquello que arranca la imaginación, y pone en marcha su poder creativo. En este grupo se incluye nuestro poeta Williams que miraba cada detalle como extrayendo de ellos la piedra de la sabiduría al modo del Bosco. Una sabiduría hecha luego de palabras y versos.

La tarde está heladora en el Paseo del Rastro, las figuras se mueven en un escenario vivo que arranca al cielo todo su potencial de vida y belleza, mientras intento ir encontrado palabras para mis versos, yendo así de palabra en palabra, de ritmo sobre la nieve.

El  panorama es el invierno

montañas nevadas

al fondo del retorno.

 

de la caza se acerca la caída de la tarde

por la izquierda

los fornidos cazadores traen

 

de vuelta la jauría el letrero del mesón

colgando de una

bisagra rota es un ciervo un crucifijo

 

entre sus astas el helado

patio del mesón está

desierto salvo por la hoguera

 

enorme que falsea al viento atizada

por mujeres que se agrupan

en torno a la derecha mas allá

 

de la colina hay trazas de patinadores

Brueguel el pintor

preocupado por todo esto escogió

 

un arbusto azotado por el viento como

primer plano

para completar su pintura

l

 

En medio del camino de la vida errante me encontré por selva oscura

Comienzo este articulo con el inicio de libro mas hermoso de la literatura universal de la mano de Dante Alighieri. Cuando lees estas palabras te sientes ya, en solo una frase en medio de esa oscuridad que todos vivimos y sobre la que reflexionamos al sentirnos en la plenitud de nuestra existencia.

La Divina Comedia es una obra que sigue fascinando a los lectores de todo el mundo, su atractivo es tan grande que parece escrita para ti y olvidas momentáneamente que la escribió un señor florentino nada mas y nada menos que en el s. XIV. Nuevamente la época medieval sale del cajón del oscurantismo en el que la hemos encorsetado en nuestros estudios y aparece llena de belleza, magnetismo y verdad interior.

Quizá una de las características que mas me enganchan a esa obra es este carácter de peregrino en busca de si mismo, esa vida errante llena de lirismo, aventuras y poesía.

El prestigioso medievalista italiano Alessandro Barbero, en un libro de la editorial Acantilado, afronta de manera rigurosa la figura de Dante y nos introduce en la sociedad de la época mediante una documentación exhaustiva, que nos abre de manera inmediata la puerta a la Florencia del medievo. Vemos la composición social y el papel de las familias, la suya dentro del partido güelfo.

Aparece así Dante, cuyo verdadero nombre debió ser Durante, como poeta y escritor que mas que estar recluido en su estudio, se movía en las aguas de la política, en un momento de crecimiento y desarrollo de la ciudad. Un político en activo con un alma de poeta, en busca de un sentido a la existencia.

También en estos días estoy leyendo un precioso poemario de una mujer del s. XIX, Elisabeth Siddal, que también se sintió en la orbita de admiración a Dante dentro del grupo de artistas británicos en la Hermandad Prerrafaelita. La historia de esta bellísima mujer de cabellera rojiza, musa y modelo de los pintores es increible. La poeta y traductora Eva Gallud a abordado su vida y personalidad para traducir su obra poética y nos muestra aspectos increíbles de su trayectoria.  Nació en una familia de ascendencia inglesa y galesa y su padre era comerciante de cuchillos. Se trasladaron a ese Londres que tan bien nos pinta Dickens, donde la miseria vivía por las calles y los niños vagaban por ahí. Debió de aprender a leer y escribir sin mas estudios, aunque desde joven sabemos que leía la poesía de Alfred Tennyson. Cuando con veinte años comenzó a trabajar en una sombrerería, fue descubierta como modelo por Walter Deverell.

Comenzó a posar como musa de una generación de pintores, en una época en la que esto era real, pasando horas en los estudios. Fue la modelo del famosísimo cuadro de Ofelia de John Everett Millais, y estuvo dentro de una bañera llena de agua con velas colocadas debajo para calentar el agua, en pleno invierno, y cuando se apagaron posó durante hora en un agua helada y terminó con una neumonía que será el desencadenante de su muerte.

Al leer su poesía nos encontramos con una mujer delicada, exquisita con un alma muy espiritual y bello, en la búsqueda, como su adorado Dante, del sentido último de la vida, lleno de la melancolía tan en boga en esos momentos. En vida errante, en medio de una selva oscura. Poeta y también pintora que fue algo mas que una celebridad de la época, y se codeaba con los artistas para los que posaba.

Su marido fue el gran pintor Dante Gabriel Rossetti, por cuyo nombre podemos intuir la devoción que su familia tenía por el autor florentino del medievo. Un artista tan brillante como disperso vitalmente.

La Divina Comedia no es sólo una obra clásica, es un texto de culto para muchos lectores porque habla de cosas, reflexiones, que compartimos. El amor a su amada Beatriz es tan mítico como bello, atravesando la realidad y tocando lo sublime a base de versos y palabras.

Buceando entre sus líneas disfrutamos, nos reencontramos y vivimos en espacios llenos de humanidad y belleza. Una lectura fantástica para comenzar este año nuevo que estamos estrenado.

 

 

Poder compartir con tanta gente el amor por las flores, por todo lo natural es algo que me encanta. Coger mis herramientas, el delantal, y encaminarme a Gredos a impartir estos cursos es algo que espero cada año cuando llega la primavera.

Toda esta experiencia, mis clase, y mas de 50 diseños florales para enseñar,  animar, motivar, alentar a todo el mundo a trabajar con estas bellas flores silvestres que son los piornos.

Con enseñanzas prácticas de arte floral para tratar a estas bellas flores como lo que son, seres delicados y bellos que llenan la sierra de Gredos de color amarillo inundando todo con su agreste y dulzón olor.

Aprender a recolectar, a hidratar adecuadamente. Y llegar a ese momento tan importante que consiste en sentarse un ratito y ver qué quiero hacer, cómo lo voy a realizar, dando forma a un diseño floral. Sabiendo si conozco la técnica floral para hacerlo, y calculando el material tanto vegetal como de otro tipo que necesito.

Con todos esto talleres desarrollados en diez años,, la Sierra de Gredos se ha llenado de vida, personalidad y arte. Es un gusto enorme pasear por los pueblos y disfrutar con las decoraciones de casas, ayuntamientos, escuelas, iglesias… y esas localidades se quedan vestidas de fiesta!!! Los familiares y amigos vienen a visitar los lugares decorados, los visitantes se quedan impresionados… es una experiencia única que animo a todo el mundo a disfrutar.

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