DE CENA CON LEONARDO

 

Hace unos días me encontré de viaje familiar ante el fresco de la Ultima Cena de Leonardo Da Vinci en el Monasterio milanés de Santa María delle Grazie. Y como me ha pasado en otros lugares donde se exponen sus cuadros, me pregunto qué es lo que tiene para causar tal efecto de masas hoy en día tantos siglos después.

Igual que en otras ocasiones, en el Louvre o incluso durante el curso sobre la Gioconda del Prado tras su restauración, creo que esta fascinación tiene que ver con las proporciones y el estilo. La mirada, el sfumato y las dimensiones y sobre todo porque a todos los que las contemplamos nos mandan mensajes. Intuimos que hay siempre algo más detrás de lo que vemos.

El fresco de Cenáculo abre con su trampantojo la pared del antiguo comedor o refectorio de los monjes, creando una falsa perspectiva que nos mete dentro de la escena, colocando los personajes en la verdad y la cotidianeidad, por sus proporciones casi humanas. Dirías que hay una mesa más en el comedor, y que allí está Jesús, y curiosamente como comensales estamos también los visitantes.

Parece que Leonardo utilizó una técnica de óleo y no al fresco que está causando desde hace siglos muchos problemas de conservación. Utilizó esta técnica por algo que desde esta visita entiendo, él quería y así lo hizo, estar mucho rato pintado y recreando la escena, interactuando con la luz que desde las paredes del comedor iba moviéndose. La rapidez del fresco no podía ir acorde con este modo de proceder casi meditativo. Es como si la escena estuviera allí antes de que Leonardo la pintara, y él iba poco a poco como un arqueólogo levantándola en este caso a base de pinceladas, y color, veladuras, y movimientos.

Pintada por encargo de su patrón el Conde Ludovico Sforza en 1597, después de un largo estudio que empezaba como en cada cuadro suyo, tomando apuntes a lápiz en un cuaderno por las calles, tabernas y las tiendas.  Iba viendo en cada modelo cómo la luz caía por su rostro, y qué era lo que anímicamente transmitían para ir confeccionando ese puzzle tan complejo y bello de los protagonistas de la escena. Esto nos lo cuenta él mismo en su “Tratado de pintura”, ligando los movimientos de las figuras con sus estados de ánimo, tratando de detener el tiempo, y hacerlo eterno, en ese momento en el que Jesús les dice que uno le va a traicionar, pese al banquete y la camaradería de ese día de fiesta.

 

Hoy en día, entendemos muy bien que es ese “quedar a cenar”. Es una parte importante de nuestro tiempo de relax y de la dinámica social.  Y la comida al menos en España nos une, celebrando todo alrededor de una mesa. Hay estudios minuciosos de recreación de qué alimentos había en la mesa y en la época de Jesús.  Nos indican que comían mucho menos que nosotros ahora, y era el pan el alimento básico, recordamos que ya Homero definía al hombre como “comedor de pan”. Se prohibía tirar migas, o poner carne roja encima y como sabemos por las escrituras no se podía cortar sino partir con las manos.  Los granos de trigo eran también aderezo para las carnes y se hacía con ellos una especie de “polenta” o “pulens” al modo romano. Tortas de trigo e incluso buñuelos fritos en aceite y recubiertos de miel. Aceitunas, frutas frescas y secas como los higos y las granadas, … Platos con salsas y hierbas aromáticas, hierbabuena, ruda, coriandro, romero silvestre en ramitos para aderezar junto con la sal y la canela. Ajos, alcaparras y cominos.

En estos días de fiesta me he acercado nuevamente en mi recuerdo a este lugar, como seguramente se acercó en vida la bella Beatriz del Este, patrona y amiga de Leonardo, cuyo retrato mira ya para siempre la escena.  Y me sorprende que en España haya tanta devoción por la Semana Santa, y tan poca recreación de este momento que como le pasó a Leonardo nos remueve muchas cosas por dentro, a nosotros que nos gusta tanto quedar para cenar. Quizá esto es así porque esta escena está pintada a nuestra escala, nos introduce y nos lleva inevitablemente a vernos reflejados en algún personaje, buscando sin duda nuestro lugar. Un lugar y una figura que es móvil porque todos pasamos en momentos, por ser Judas, Pedro o Juan que está retratado de forma femenina, como mostrando también el lado maternal del mundo, representando a María que luego fue su madre y amiga.

Más que fijarme sólo en este momento que lleva a cada figura al borde del precipicio, me centro en la auténtica hora de la verdad. Me recreo con el momento en la amistad y alegría que aparece retratado, en la belleza de lo cotidiano como esta reunión de amigos por Pascua.  Con esto, avanzamos en una nueva visión más serena de la Pasión, lejos de ese “Sentimiento trágico de la vida” que D. Miguel de Unamuno analiza en los españoles.

Como recuerdo de la visita traje puntos de libro con el hombre de Vitrubio, y creo que esta es la imagen de Leonardo, de todos aquellos que ponen al hombre en el centro del mundo. Esto es lo que nos fascina de él. Muchas veces necesitamos bajar al suelo para desde allí mirar, vislumbrando al hombre como el centro del universo, y comenzar así a construir desde allí nuestra mirada. Sentarnos en el comedor, y con los monjes compartir una cena, comiendo peces, con panes y copas llenas

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