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Una de las cosas que mas sorprende de nuestra Santa es su espontaneidad. Era de esas personas que rápidamente decían lo que sentían, como una especie de grifo abierto de si misma. Un día de 1576, un 13 de diciembre, mandaba desde Sevilla a Toledo una carta a su padre del alma, fr. Jerónimo Gracián. Y nada mas comenzar lanza así este chorro de agua: !Oh ,qué buen día he tenido hoy, que me ha enviado el padre Mariano todas las cartas de vuestra paternidad!

Y hago mío este entusiasmo en mi caso por ella, por Teresa, por tener noticias suyas. “ha tenido mucha caridad en decirme la sustancia de las cosas que pasan. Estamos muy grandes amigos”.

Y es que vivimos en un gran día con Teresa, ahora que pasan los actos y festejos y nos quedamos solos con ella, leyendo sus cosas y nos impresionamos a cada poco con su actualidad.  Para mi lo mas sorprendente de su mensaje es su visión del hombre y cómo nos explica todo esto a base de imágenes tan bellas que tienen un valor que va mas allá de lo estético y aterrizan en la dinámica de la propia vida.

Dice Teresa que el hombre es un jardín y a mi con esta imagen ya me tiene ganada. Así me voy viendo con pozo, huerto, paraíso. Mi alma de jardinera se siente a gusto, siempre he creído que los hombres por dentro tenemos que ir trabajando mucho, para sencillamente sacar lo mejor de nosotros mismos. Para Teresa somos un campo abierto de posibilidades. No un hombre, sino todos hombres tenemos este interior, pese a nuestra vida, actitud y obras. El cultivo del alma en Teresa es abrirse a aceptar y recibir al otro, a los demás mediante la amistad, en un esfuerzo humano de cooperación. Una aventura, un nuevo reto que nace cada día en los demás, pero, y esto impresiona aún mas, Teresa ve todo como un regalo, un “don”,mas que en una conquista personal en la que nos empeñemos. Así esa preciosa expresión de dejarse hacer.

Para Teresa cada hombre es también un castillo, una Ávila amurallada por dentro. Una fortaleza habitada por un Huésped misterioso que nos habita y que hace que el cielo que vemos azul sobre las almenas, comience a estar en nuestra vida cotidiana, ese cielo en la tierra.Es un castillo interior, que a pesar de todos su tropiezos y deslealtades es capaz del Dios que lo habita, de ese Dios de las Caballerias, “ jamás nos acabamos de conocer sino conocemos a Dios”.Aparece así Teresa conectada de manera profunda con el hombre de hoy en día que gasta su dinero en libros de autoayuda, que busca un sentido a su vida, que sondea la espiritualidad de las religiones en busca de si mismo. Pero Teresa lo tiene claro, tenemos ese castillo y lamentablemente está casi siempre en guerra civil. ¡Y tenemos que aprender a vivir en las trincheras muchas veces! Es un lugar tan variado y con tantos matices como los lados de las pirámides de un diamante puesto a la luz, con tantas moradas y habitaciones donde vivir. Un castillo de cristal, donde se une la claridad y el misterio, la conciencia transparente, el reflejo del mundo, la huella de Dios en medio de cada uno.

El hombre de Teresa es también un gusano, pero no como algo asqueroso sino como un ser en transformación, porque vive bajo el calor de la gracia santificante. Se nos habla en sus escritos de muerte y de destrucción, pero también de vida y de hombre nuevo. La mariposica que nace tiene alas, inocencia, mansedumbre, belleza y libertad para poder ir sobre el mundo, atravesando barrancos, motines, noches y mares.

El hombre, todo hombre es para Teresa un amigo intimo. Su vivencia de la amistad empujó su vida y esto fue forjando su pensamiento y su reforma. Somos hombres porque tenemos la capacidad de dialogar, somos amigos porque ponemos esto en marcha a cada poco. Una amistad que requiere de intimidad, mas allá de las redes sociales, buscamos el roce, el cariño y la caricia de verdad. Sin esta intimidad, no hay crecimiento personal. Ella que reforzó la clausura haciéndola mucho mas robusta, es la persona que mas defiende la amistad y la ternura como motores del crecimiento personal. Queriéndonos en lo que somos, respetando nuestra vida y decisión. El Amigo de Teresa, en el que mirarnos, como ese ser íntimo que nos da la vida con su confianza en nosotros, que nos conoce y nos respeta. Nos abre por dentro para completarnos en verdad, liberando la ansiedad y construyendo nuestro interior en el suelo de la paz, en un deseo profundo de transcendencia.

Esta amistad es un regalo, toda amistad verdadera lo es, buscando al otro, dando siempre el primer paso, acercándonos de corazón.

Puedo así terminar con las mismas palabras de la carta a Gracián: Estamos muy grandes amigos, y me encanta recibir vuestros mails, saber de vosotros, buscar el lugar, quedar e ir así avanzando por la vida, en esta suerte de vivir en la ciudad, en el castillo. ¡Oh, qué buen día he tenido hoy, Teresa de Jesús!

PALACIO DE SOFRAGA

 

 

En la tarde del pasado lunes 25 de junio recordábamos en el Palacio de Sofraga la inauguración en 1479 de un beaterio dedicado a La Encarnación que fue la semilla del actual Monasterio carmelita.

La historia de su fundadora parece recién salida de uno de los libros de caballería que tanto le gustaban a nuestra Santa. Y la repercusión de ese acto de encerramiento dentro de casa para orar por los demás y entregar la vida por amor, ha tenido repercusiones muy grandes en la figura de Santa Teresa de Jesús y de toda la familia del Carmelo descalzo.

Buceando un poco todo esto a partir de los documentos y el estudio exhaustivo del anterior capellán de La Encarnación, el p. Nicolás González, me he encontrado de cara con Dª Elvira González de Medina, una mujer que vivía en el palacio que en el s. XV había en donde ahora está el Palacio de Sofraga. Aquel otro palacio se le conocía como el de Villaviciosa, y era propiedad de una de las familias más influyentes de la sociedad del momento, los Águila. Suyo también es el castillo que lleva ese nombre y que está a los pies del castro vetton de Ulaca.

Una mujer valiente que quiso poner su vida en unas coordenadas más hondas y retirarse del bullicio de la ciudad, con un grupo de amigas y parte de su servicio. Apartarse y encerrarse para orar. Al principio solo eran tres, Elvira González de Medina, Juana Núñez y María Verdugo, llegando en menos de un siglo a ser más de 180 monjas, ya en la Encarnación. Pasando de beatas a monjas por la activa acción de Doña Beatriz Guiera.

Elvira aparece en la documentación como mujer soltera, cohabitando con un arcediano de la catedral, en un momento en el que un niño de ocho años podía ser clérigo y muchos de ellos, como este Dº Nuño González del Águila, enterrado en la capilla de San Pedro de la catedral en un precioso sepulcro de alabastro, no llegó nunca a ser presbítero.

De su cohabitación nacieron dos hijos y seis hijas, una familia numerosa que supuso para su madre muchos quebraderos de cabeza y disgustos. Su hijo Dº Diego del Águila pleiteó con su madre quitándole sus propiedades, más de un millón de maravedíes, los pueblos de Baterna, Velascomartín, Niharra, Albornos, y Velamuñoz. También perdió sus joyas, su esclava y sus ganados. El dictamen ya en 1463 vino de la mano de los Reyes Católicos, dando la razón a la madre.

Seguro que nuestra Santa conocía el origen del convento al que ella entró con veinte años, y estaría muy orgullosa de ser descendiente de esta mujer, que aparece retratada por la vida como una verdadera Magdalena, santa preferida por Teresa.  Elvira Es abuela de la Santa al ser la madre de María del Águila, que a su vez lo fue de Doña Inés de Cepeda, esposa de Don Juan Sanchez, abuelos de Teresa por vía paterna, por su padre Don Alonso. El mismo abuelo Juan que tuvo que salir huyendo de la Inquisición de Toledo y empleó su capital en emparentarse con una familia cristiana sin ninguna mancha en su genealogía.

Teresa estaría muy orgullosa de ella, de cómo había plantado cara a las habladurías de una ciudad que la ponía en entredicho. Murmuraban de su relación con Dº Nuño, y sobre todo no se creían su conversión y las causas de su encerramiento, en un palacio que se ubicaba en una de las calles más concurridas y ruidosas de la ciudad.
De la puerta de San Vicente al Mercado Chico, se podía andar entre casas nobiliarias, pasando por una sinagoga llamada del Lomo, un horno comunal para el pan y pescaderías al fondo.

Pero Elvira, como Teresa siguió adelante en lo que en palabras teresianas es el camino de la oración, buscando siempre poner su confianza en quien las había salvado del precipicio de su vida, de todos los mares y batallas interiores.

Mujeres valientes que constituyen ese cordón de vida de generación a generación transformando muchas de ellas la existencia suya y de mucha gente de manera oculta en la mayoría de los casos.

Al conocer a Elvira, al saber de sus otras hijas como Catalina, Beatriz Guiera, la misma Teresa, vamos poniéndolas en la vida y dándolas la palabra.

Elvira se dirigió al Papa en un preciosos escrito contándole su verdad: “meditaba en la hora de la muerte, deseaba adquirir en el cielo tesoros imperecederos por el precio de unos bienes caducos y temporales y apartar muchas almas de las seducciones mortíferas del mundo, presentándoles el atractivo y la consecución de unos bienes inmortales”

Bienes inmortales que se suman a los que Teresa y Juan nos legan. Al pasar por este palacio haremos un guiño a Elvira, conociendo su historia que es la nuestra también como abulenses.
Me impresiona recordar que allí estuvieron las cocheras de nuestra empresa, y ver a mis antepasados trabajando por allí. Parece que la historia de Teresa y su familia nos llega a tocar en la mano y a abrir el corazón.
Bienes inmortales, el patrimonio vivo de la ciudad.

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