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Mientras nieva intensamente y las calles de Ávila parecen salidas de una postal invernal, me acomodo en la biblioteca con un nuevo libro “En la ciudad líquida” de Marta Rebón. Ya el título y el que sea la reflexión de una reputada traductora de los grandes escritores de lengua rusa, Dostoievki, Navokov, Pasternak, Tolstoi, Gógol, es una tentación en estos días tan blancos. Me atrae esa imagen conceptual de las ciudades como mares de líquido, donde no sólo se han sumergido y siguen haciendo los escritores, los artistas, los pensadores, sino donde nos sentimos todos dentro. Exponer esta imagen en otro lugar del mundo, quizá requeriría de una explicación un poco más detallada, pero en Ávila todo esto no hace falta describirlo, porque lo que hacemos es vivir dentro de todo este fluido que como mar o laguna invade la ciudad, y hace que en ella se refleje el cielo azul, o blanco en estos días de ventisca de nieve.

A veces cuando miro las murallas, callejeando, fijándome en los detalles de las fachadas renacentistas, las imbricadas filigranas de hielo que entre el granito se abren como vidrieras de otro mundo, pienso y en esto parece que viajo, que por aquí pasaron seres tan especiales y únicos como nuestra Santa arrastrando a la iglesia con su arrojo femenino; como Juan de la Cruz mordido por el Cántico en la punta de la lengua, recitando para dentro; Gógol vestido con una sotana enganchada en melodías y polifonías tan rasgadas. Guido Caprotti mirando aturdido al sereno del cuadro, con el aliento helado y la imaginación volando sobre la nieve, la ciudad y el cielo; A veces me gusta arrastrar los pies hasta San Segundo mirando el santo que el Adaja refleja y viendo cómo se llevan las aguas su imagen esculpida en alabastro y el bíblico barro que él pregonó. Aranguren tras los rebaños de vacas en los peñascos graníticos que como miradores ofrecen sus asientos a los pensadores; Rafael Arnaiz, con su cuadernito, dibujando, rimando, volando por ahí.

Compara Marta su trabajo de traductora con los quehaceres de un buceador, un hombre rana que pertrechado con diccionarios a modo de linterna, y de un fusil para cazar palabras, trabaja en las entrañas de un mar de letras. Pero muchas veces entre palabras, aparecen otras cosas de muy difícil traducción: el silencio, la separación, el tiempo, los estados de ánimo. Ese mar que vemos sobre todo entre los versos de un poema, entre las notas de una canción. ¿Cómo podemos transcribir, poner en claro, dar a conocer esos espacios en blanco, el aire con el que se inflan los pulmones entre dos movimientos de una cantata? Simplemente intentarlo ya es algo, saber que existe es un regalo.

Sentarte en un día como estos de invierno, abrir sus libros, o cerrar los ojos sumergiéndote en una composición musical. Seguir con tu interior los vericuetos caminos del espíritu, yendo a calentarte a ese lugar donde nunca hace frio, al líquido del interior.

Hace años que leo la literatura rusa de la manos de Navokov en su “ Curso de literatura rusa”. Cuando baja al fondo del mar en la obra de Tolstoi, nos abre su vagar por ahí, y la búsqueda de esa “ verdad esencial” , ístina, una de las pocas palabras de la lengua rusa que no se puede rimar. No tiene pareja verbal, y se sitúa entonces en esa oscura roca del fondo en este buceo vital.  La mayoría de los autores, los pensadores, místicos, artistas, han puesto un tremendo interés en descubrirla, y en irla mostrando con su arte, con su mente, con sus palabras, con el camino de sus pasos, con las manos constructoras de muros, murallas y catedrales. Para Pushkin era de mármol, Dostoiesvki de sangre, Chéjov mantenía sobre ella una mirada pasmada mientras se adentraba en un paisaje brumoso de frías estepas nevadas. Tosltoi fue directamente hacia ella como Teresa, con la cabeza baja y los puños cerrados, encontrando el lugar y en él encontrando la cruz.

Miro ahora la ciudad nevada, los atascos y resbalones, los destrozos de la nieve en este temporal que nos sitúa en dónde estamos en relación con la naturaleza madre de los cielos blancos. La que sobre las almenas se levantan reflejándose en el rio helado que abajo se recrea mirándola. Todos estos elementos mojan, nos van calando como el líquido al que nos exponemos al vivir aquí, al deambular por estos lugares. Líquido bajo el que se encuentra la roca helada y brillante, diamante del interior.  Las casas por donde vivieron Victoria, Teresa, Jose Luis. Los llamadores de sus puertas, el alfeizar de sus ventanas, las cuestas por donde paseaban. Ávila nevada, eterna, llena de mares estrellados en el cielo, rocas, cantos, santos. Ávila, ¿nos atrevemos a preguntarnos si eterna? Solo tenemos que ponernos el buzo y sumergirnos en su líquida verdad.

Artículo publicado en el Diario de Ávila el 11 de enero de 2018

 

Boris Pasternak

Hay que vivir sin imposturas…

Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.

Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.

Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.

Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.

Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.