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Cada año espero la floración de las rosas. Me sigue pareciendo increíble que de un plantón seco como un palo sin ningún interés pueda brotar algo así . Me quedo largos ratos oliendo, disfrutando de su belleza. Desde hace unos años en estos primeros días de la floración busco un ratito para abrir uno de los libros mas bellos de la biblioteca, lleno de láminas de rosas pintadas por uno de los pintores de flores mas delicados que conozco, el belga Pierre- Joseph Redouté (1759-1840). Formado en una familia de pintores, lo que desató su dedicación a la pintura de flores y especial de las rosas fue sin duda su amor por ellas. Y la delicadeza de sus acuarelas en las que utilizó una depurada y moderna técnica para su tiempo aprendida en Inglaterra, en los jardines de Ken, hizo de sus dibujos algo irresistible para sus amigos, mecenas, alumnos y ahora, unos siglos después, sus lectores. Fue tanta la aceptación y el éxito de su trabajo que pudo caminar, pintando de manera segura a lo largo de una etapa histórica llena de guerras, guillotinas, terror, dispendio y miseria. Así trabajó para la reina María Antonieta hasta su encarcelamiento y muerte, continuó dibujando en la época del terror hasta caer en el mecenazgo de Josefina Bonaparte, que era una apasionada de las rosas.

María Antonieta le facilitó el acceso al Petit Trianon, lugar apartado en Versalles donde la puerta se encontraba cerrada incluso para su esposo Luis XVI. Un retrato psicológico apasionante de esta desafortunada reina lo encontramos en el conocido ensayo de Stefan Zweig “ María Antonieta” de Acantilado. Redouté llegó incluso a ilustrar el libro de Rousseau “ La Botanique” y a trabajar como si nada durante la Revolución Francesa.

Josefina de Beauharnais le encargó no solo las láminas de las rosas que disfrutamos en este precioso libro editado por Taschen, sino también el diseño de los jardines del Castillo de Malmaison en Rueil, al sur de París. Llegaron a contar con todas las variedades de rosas conocidas hasta el momento, antes de la explosión de las rosas hibridas de te que han dado miles de variaciones. Se cultivaban rosales primitivos como las zarzarrosas y las mosquetas comunes con antecesores en las zarzas floridas de Europa. También había rosas medievales de colores blancos y rosas, y la introducción de los amarillos que acabó con la fragancia de muchas variedades.

El amor por las rosas que irrumpe en cada primavera es algo ligado a nuestra historia mas lejana, hay restos de rosales silvestres desde la prehistoria, en Asia, con la Rosa Chinensis, el rosal de Banks y otras variedades que han ido repartiéndose por todo el mundo y que aún plantamos en nuestros jardines.

Y esa verdadera pasión que se desborda en muchos de los aficionados a la jardinería tiene que ver con nuestra propia vida, recordamos momentos pasados cuando también nos sentíamos cautivados por estas plantas. El lugar donde nació mi “ erupción floral”, mi pasión por las rosas está en Ávila, en una rosaleda ya devastada que se erigía poderosa en el lienzo de la muralla, en el jardín de San Vicente. Quedan solo unos pequeños grupitos de rosales híbridos de te y floribundas. Sigo volviendo allí en cada rosa que huelo, a aquellos momentos de mi infancia, en el que pasábamos largas tardes por allí jugando. Me da mucha pena que ya no esté allí como entonces. Creo que Ávila tiene el clima y el suelo ideal para plantar rosales, y que las rosaledas llevan al jardín y a la muralla a otra dimensión de belleza y de olfato. ¡Qué lastima!

La infancia nos deja además de los hechos y acontecimientos vividos, un montón de recueros imborrables que pertenecen a los otros sentidos, al gusto de las rosas, al sabor de los cucuruchos de helado que se vendían en el parque en un carrito. También recuerdo el olor penetrante de la tierra mojada del jardín de San Antonio cuando después de rastrillar los paseos, se mojaba todo cuando hacia calor.

En el mundo de la jardinería y de las flores el disfrute va ligado a la tierra, a cada hoja y cómo sale, a cada pétalo y cómo vuela, al aroma de un parterre, a su silueta y sombra al caer la luz. Goethe que era no sólo un romántico intelectual sino un científico profundo y un poeta genial, vio que la observación de lo natural era la puerta para entrar en un mundo nuevo que es nuestro pero que está cerrado muchas veces. Vio algo en las plantas que aun hoy los científicos se impresionan por su actualidad, que las flores, las rosas con sus espectaculares especializaciones sépalos, pétalos, estambres y carpelos, son en realidad un manojo de hojas. “ De principio a fin, la planta no es mas que hojas ”. Se sentía todavía mas orgulloso de sus teorías sobre la contemplación de lo natural desde un punto de vista científico, desarrollado en teoremas como en su conocida y sorprendenteLa teoría del color. Goethe que de toda su magnifica obra literaria y poética. Estudió plantas, piedras, incluso llegó a descubrir un hueso no conocido en la mandíbula,… Pero su mayor contribución fue percibir el planeta como nuestra casa, dentro de una ciencia sensible que nos permite oír, tocar, y ver para comprender lo que nos rodea. “ La ciencia y la poesía deben mirarse. La gente se olvida que la ciencia se ha desarrollado de la poesía”. El interés científico siempre nace de una búsqueda, de un interés profundo en conocer el secreto oculto tras las cosas. Como el empuje del poeta por poner palabras a la belleza, el sentimiento y el amor.

Un paseo por la vida, una rosaleda que del recuerdo me impulsa a plantar rosales y cuidarlos por donde puedo. A maravillarme con lo que la naturaleza me da, oler, tocar, sentir, dejarme impresionar por todo, para lanzarme como esta tarde a abrir un libro antiguo, a intentar diferenciar las variedades de los rosales, leyendo, y viviendo en un lugar lleno de encanto en la memoria, como ese paseo entre rosas fragantes.

Articulo publicado por el diario de Ávila. 1 de junio 2017