CAILLEBOTTE, o cómo calzarse las botas.
Tras los días de la fiesta de la Santa hago un pequeño paréntesis para visitar la exposición de Caillebotte en el Thyssen. La muestra de un pintor impresionista amigo de Monet, que descubrió en la naturaleza y en los jardines el motor de su vida. Hasta el 30 de octubre podemos con él remar por el Sena, viajar por Normandía, y perdernos por los parterres de girasoles de su jardín de Petit Gennevilliers. El salto, la chispa o la inspiración que hace a un artista encontrar su propio camino y forma de expresión, hunde sus raíces en su propia vida y vivencia. Algo transforma su visión de la realidad, haciendo entrar a su mirada creativa en otra dimensión.
Desde hace unas semanas, tengo siempre cerca un ensayo de John Fowles, (1926, 2005) “ El Árbol”, que profundiza de manera amena sobre el mundo natural que nos rodea, el patio con manzanos de su casita de infancia en Londres, y la conexión, el punto de arranque de la creación artística. La actitud que en el fondo de todo el libro parece fluir es la de “ dejarse caer”, el arte de deambular, de dejar que lo que por allí vemos, sentimos, oímos, nos enseñe. El arte pues del vagabundeo vital, del que se pone las botas, y recorre el monte, el jardín o la ribera de un rio. El arte con guantes del jardinero que pasa la mañana rastrillando el huerto.
Gustave Caillebotte, igual que John Fowles se dejó cazar. La naturaleza en estos casos pasa de ser la presa a ser la rapaz que entra a invadir el espíritu creativo de un artista. El apetito de lo natural, sus riveras pobladas de juncos, el huerto de los manzanos en flor, el camino de las dalias, llegó a ser voraz, en el sentido mas lúdico y glotón posible. Miles de cuadros forman el corpus de este autor que en los últimos años está recobrando su justa apreciación por la critica artística, con exposiciones como esta de Madrid..
Esta manera de acercarse a la naturaleza, es sin duda vital y artística en su caso, sobre todo porque de lo que se separa de manera clara es de una actitud en exceso positivista. Si sólo nos acercáramos al campo para saber, conocer, descubrir, los artistas como Caillerbote, se volvería académicos, eruditos: no dejarían a lo natural llevar la delantera.
Esta actitud vital de entrar en la naturaleza desprovistos de manuales de plantas y animales, de móviles, fotos y cuadernos de anotaciones, dejando que lo que por allí sentimos vaya definiendo el momento, cambia nuestra percepción de la naturaleza, nos llena de energía verde, y en algunas personas desata su creatividad y arte. Allí pues se encuentra esa chispa que arranca el proceso creativo.
En 1979 John Fowles publicó “ El árbol” como compendio de sus pensamientos y artículos , casi diez años después de su famosa novela “ La mujer del teniente francés”, donde su final abierto apunta mucho de su pensamiento sobre el libre albedrío. Cómo debemos dejar que la vida nos vaya sorprendiendo y cómo hundiendo nuestros pasos y manos en la tierra del jardín, la huerta o el bosque, estamos dejando abierta esta posibilidad.
Una de las características de nuestra sociedad intercomunicada, es la de la prisa, la cultura de lo inmediato. La tecnología está tan por encima de nuestra capacidad de entenderla, que nos hemos sometido a ella, y dejamos que sean las informaciones, las redes sociales, los whatsapps, los que definan nuestros pasos de cada día. Wikipedia es la diosa, parece que todo se subsume en ella, y fuera de allí, el saber se encuentra como una pequeña mata de malvas al margen del camino. Y el arte se enclava en esta red tan complicada, sobre todo en el aspecto de la fuente de inspiración, de la comunicación y del estilo artístico. En medio de todo este planteamiento, los pensamientos de Fowles nos dan un poco de sosiego. La naturaleza, entendida en este sentido tan amplio que abarca desde luego también a las hierbas silvestres y rastrojos de la tapia del jardín que salen y salen floreciendo cada primavera, es un motor diseñado por la creación para los hombres. Nuestro patrimonio. Una creación que debemos ver mas que como sustantivo, como verbo. Siempre en movimiento. Un movimiento que arranca el espíritu artístico, y recuerdo en todo esto el oratorio de Haydn “ La Creación”, la música de esta inspiración, la creación en notas.
Pintores como Caillebotte, Monet, escritores como Fowles, músicos como papá Haydn, nos dejan sus obras, algunas llegamos a considerarlas maestras, únicas, con gran valor. Pero todas ellas fueron creadas y lo que leemos y observamos está ya pasado, fijo, muerto, salvo que lo admiremos y lo hagamos nuestro de manera personal y creativa, lo interpretemos. Sólo la creación en la naturaleza es siempre viva “ per se”. Bella, única y en movimiento, sólo tenemos que ponernos las botas, dejar los pensamientos recurrentes , las preocupaciones familiares, la política con su red de problemas, las redes sociales, para entrar a formar parte de algo que se gesta para nosotros, vivo. Vagabundeando por ahí un rato, sabiendo cómo tenemos que calzarnos las botas.
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