LOVE IS IN THE AIR.

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El domingo fui a dar un paseo al Rastro, ya era noche cerrada y la luz parecía resbalarse por el empedrado helado. Cuando me quise dar cuenta, estaba delante del busto de Rubén Darío mirando embelesado el Valle Amblés, intentando divisar a lo lejos, el pueblo de su amada, la jardinera de su amor: Francisca Sánchez. ¡Caramba! ,… pensé, ¡san Valentín no para, anda por aquí también enredando!

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La historia, como un cuento comienza así: un día de primavera de 1899 parece que un joven nicaragüense, periodista del Diario “ la Nación” paseaba con don Ramón del Valle- Inclán por los jardines del Palacio Real, se fijó en una muchacha que trabajaba con su padre, jardinero del rey Alfonso XIII, cuidando las flores. Se acercó y cortésmente le pidió una rosa. Se la entregó, según cuenta su nieta, la periodista Rosa Villacastín, tímidamente, muy impresionada por el porte elegante de los caballeros. Cuenta el propio poeta que llegó a Ávila en octubre de ese mismo año en tren para ir a buscar desde aquí a su amada en burro a su pueblo, Navalsauz, a 60 kilometros. La descripción del viaje es tan minuciosa que crea para todos los lectores una estampa viva del pasado, como recién salida de un cuadro de Guido Caprotti. Las ventas del camino con las chimeneas humeando, los transeúntes durmiendo por cualquier rincón. El campo descrito con los ojos y el corazón sensible de un poeta enamorado; las bellas mozas del pueblo ataviadas con sus trajes llamativos, falda corta y ancha, medias de calceta, corpiños ajustados. El convite del día de la fiesta de la Virgen del Rosario. “Y diviso el pueblo: un montoncito de casucas entre peñascos,…. Estamos en el imperio de lo primitivo”.

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Francisca se convirtió en amante, compañera, hasta enfermera, alma y cuerpo de Rubén, de aquel poeta que hacía resonar cada verso en su boca antes de escribirlo. Aquel que buscaba vivir en un mundo azul, elegante, sensual y lleno de provocación. Sentidos desatados para vivir en el cuello del cisne ese que siempre aparecía en sus versos, que se deslizaba entre tiendas de malaquita y de madreperla. “ Margarita, está linda la mar,…y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento,…” . De un cisne que emigró, azul sobre el cielo desde estas sierras ásperas, hasta Paris. Un cisne serrano aclimatándose a las largas tertulias sobre la mesa del café. Aprendió a leer con Amado Nervo, y recibió como regalo de amistad, un mantón de manila de la madre de Manuel Machado. La generación del 98 , con su largo legado de rimas, búsqueda de nuevas formas de expresión poética, con España y Castilla en el corazón, degustó sus guisos. Supo Ruben Dario encontrar la perla sobre el barro del jardín, la belleza absoluta sobre las lanchas de piedra mordidas de musgos de las laderas del camino, el amor en una campesina sencilla y de hondo sentir. Madre de tres hijos del poeta que murieron a temprana edad, testigo vivo del legado poético y vital del “ príncipe de las letras castellanas”. Lucharon juntos frente al alcoholismo del escritor; derraparon con su amor como flotador de salvamento por ciudades como Málaga o Barcelona, hasta que Darío, nublado, se marchó sólo a Nueva York. Volvió a Nicaragua dejándose caer, donde murió lejos de su amada, que siempre le lloró. Incluso cuando volvió a casarse a los cinco años con José Villacastín , vecino de Villarejo del Valle (Ávila), con quien recopilará y conservará en un baúl azul, el tesoro literario del poeta, sus cartas de amor y sus poesías mas personales .

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Cuando de pequeña, me tiraba rompiendo medias y pantalones por las lanchas cortantes del granito que sujeta la muralla, bajo la luz y las solanas de este paseo que mira al Amblés, nunca pude ni imaginar que aquel narrador de cuentos del colegio, el que cantaba poesías a esa otra niña Margarita, vivió y aún vive por aquí, como un fantasma, o un espíritu azul vagando, resbalando sobre el hielo, al caer la noche, cada día de San Valentín. “ Amar, amar, amar siempre, con todo/el ser y con la tierra y con el cielo,…

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