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Vivimos en unas sociedades llenas de ruido. Y no somos conscientes del lugar que ocupa en nuestra vida, en nuestras propias personas. Ruido lleno de músicas, radios tronando por todas las esquinas, casas llenas de televisores, redes sociales que enmarañan hasta las horas de sueño. En este nivel de ruido vamos sobreviviendo, y nos adaptamos a él de tal manera que nos provoca hasta “síndrome de abstinencia” no tenerlo. Siempre tiene que haber algo sonando cerca.

Curiosamente todo este planteamiento llena mi pensamiento desde hace unos días cuando vi las imágenes del encuentro de los dos presidentes de EEUU y de Alemania, Trump y Merkel. Entre ellos apareció un muro , y eran incapaces de comunicarse. La diplomacia, la buena educación, la cordialidad, se vieron pisoteadas por lo que quería decir el silencio que se creó. Un momento duro, lleno de intransigencia, de posturas diferentes sobre aspectos de economía, política y sociedad. Todos sentimos este frio glacial que lanzaron desde los medios de comunicación .

Llamamos silencio a muchas cosas. Estar sentado con alguien al que tengo muchos reproches que hacer por su conducta y pensamiento como en el caso de los presidentes, es un tipo lleno de violencia. Es un silencio lleno en el fondo de palabras como puñales. También hay otros tipos, entre los que destaca el silencio forzado del que no tiene a nadie con quien compartir de veras su vida, el del que se encuentra incomprendido o perdido dentro de su casa. El silencio de la cárcel, la física y la emocional.

En 1951 uno de los músicos mas brillantes y llenos de personalidad de la historia de la música europea, Federico Mompou publicó su primer cuaderno de “ La Música Callada”, una serie de cuatro libretos que le llevarían casi veinte años terminar, y que es su obra mas personal . Quería Federico crear una música que fuera la voz del silencio, entendido este como lugar donde viajar a la esencia de la vida, avanzando en la dualidad entre notas-sonidos y silencios, dejando que estos últimos fueran los protagonistas. La descomposición de cada momento desde lo sonoro hasta el silencio, el espacio que hay entre los sonidos se constituye en el protagonista. Aterrizó en la poesía y pensamiento de nuestro santo Juan de la Cruz, viendo cómo esos lugares llenos de silencio eran realmente el suelo en el que como hombres debemos vivir, creciendo en lo que somos, en el espíritu que nos define como personas: como las avenidas de las aguas…

Silencio y ruido, una dualidad que se nos impone muchas veces, que dejamos que acampen en nuestra vida sin poner ninguna objeción. Llenar cada espacio de nuestro día de ruido hace que cale al interior, y tenemos problemas de concentración, falta de creatividad, atrofiando la sensibilidad, dejando a otros el protagonismo de nuestra psique.

La búsqueda del silencio, no el impuesto a la fuerza por condicionamientos vitales, implica tener un impulso personal e intransferible de búsqueda de nosotros mismos. Un silencio lleno de “ música”, lleno de todo aquello que nos rodea y que espera que con nuestros sentidos seamos capaces de percibir, la belleza, la tersura, el sinuoso camino del viento, la campana sonando hacia el infinito, la bruma que sobre la hierba se queda pegada al amanecer. Y este nuevo silencio requiere, si queremos avanzar en él, que nos desprendamos de todo, hasta de nuestras expresiones de lo que sentimos a la manera común, avanzando por caminos nuevos, únicos, los de cada uno. Así a Mompou, pianista supremo con 18 años, alumno de Gabriel Fauré en el Conservatorio de París, amigo de Ravel, admirador de Debbusy y de Messiaen, la música hasta entonces escrita se le hizo una montaña a la que no quería ascender. Lo suyo era “ desarmar” para poder construir algo que tuviera que ver sólo con lo experimentado a nivel sensorial por él, no nacía de dentro sino que le caía a veces a deshoras desde fuera, en su silencio ese lleno de vida, luz, armonía y lenguaje.

Muchas veces cuando analizo comportamientos como los de los presidentes de dos potencias del mundo hace unos días, me pregunto hacia donde avanza la civilización. Ya en el s. XVI hubo un hombre que desmontó todo lo que se oía, para con las mismas palabras y el mismo idioma, contar la verdad, la que habitaba en su silencio tan fecundo. Llegó a decir que lo que estaba allí es para el disfrute del hombre, el suyo, el mío, el de todos. Se crea para cada uno, y la percepción de esta “ hermosura” como expresión de todo este silencio tan lleno de música, nos arrebatará el espíritu, nos absorberá en ella haciéndonos parte de su verdad, nos transformará en su mismo principio, haciéndola crecer en nuestra vida.

Sentirnos orgullosos de nuestra historia y cultura, de esta ciudad castellana tan llena de belleza, también ha de tener como trasfondo el pensamiento y la mirada de nuestros místicos. Sentirnos así vecinos de Juan en este camino del silencio fecundo, y darlo a conocer a un mundo hiper desarrollado técnicamente pero lleno de ruido, de malos modos y de prejuicios.

Decía Mompou en una de las ultimas entrevistas que dio a un programa de TVE que tenía una parte de su “ Música Callada” como sintonía, “ la mejor palabra, es la no dicha”, la música mas bella es la que escuchas cuando dejan de sonar los sonidos mas sublimes. Mompou y San Juan, siglos que se unen en un mismo camino.

Silencio, soledad muy sonora, llena de vida “ cómo las avenidas de las aguas es el rugido y bramido de mi alma” (Cantico Espiritual),

Os sugiero una música para estos días,” La Musica Callada” de Mompou, en la interpretación del pianista ruso, Arcadi Volados. Os dejo este documento en video de una interpretación del propio Mompou al piano.

Articulo publicado en el Diario de Ávila. 23 de marzo. 2017

 

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En el libro de Wallace Stevens “ la Roca”, se encuentran algunos de los poemas mas sorprendentes y bellos del s. XX, obra cumbre de este gran poeta norteamericano, para Harold Bloom el mejor de su tiempo. Poemas austeros y limpios, que se mueven entre el silencio y la contención. Y cuando empiezas a leer,…” allí estaba, palabra por palabra,/ el poema que ocupaba el lugar de una montaña./ El respiraba su oxígeno,/ aun cuando el libro estaba vuelto sobre el polvo de su mesa./,… tienes esa sensación de que los lugares, los vividos, son los que muchas veces pintan, escriben, esculpen tantas obras de arte. Una montaña, el paseo al borde de un rio, o la almena de una muralla.

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Hace unos años, leía una historia que se desarrolló en Ávila y que cuenta la vida y avatares casi novelescos de un fraile abulense que vivió aquí, Juan de la Cruz. No es sólo una historia centrada en los momentos duros y casi de roca de la reforma de Teresa y la Inquisición. No sólo va de su detención en el Monasterio de la Encarnación en cuya casita anexa “ la torrecita” vivía con otro hermano fraile. De cómo había ayudado a media ciudad en su vida espiritual, con suavidad y tacto, llegando incluso a exorcizar a monjas perdidas en sus delirios; ni sólo trata de que algún caballero abulense harto de la intromisión de este joven padre en sus asuntos amorosos con alguna monja, le molió a palos allí cerca del monasterio, como así demuestran los estudios recientes de sus huesos. Dio clases en el barrio de Ajates a los niños pobres, y dibujó para ayudar espiritualmente a alguna monja, el Cristo pintado a lápiz mas increíble de la historia que luego copió Dalí. No sólo trata del dolor y sufrimiento de lo absurdo de la detención en una noche de diciembre, del maltrato físico que se juntaba dolorosamente con el psicológico, dentro de una celda diminuta del tamaño de un armario. No es sólo eso, es algo mas, mucho mas.

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Juan de Yepes escribió el poema de amor mas increíble de la historia de la literatura de todos los tiempos, “ El Cántico Espiritual”, un poema largo y lleno de color, luz y belleza en aquella celda toledana donde los frailes de su misma orden del Carmen le estaban maltratando, y como diría siglos mas tarde Stevens, escribió como él en versos, palabra por palabra esta roca que ocupaba y aun ocupa el lugar de una montaña. Un lugar que en su poema se nos regala para poder respirar su oxigeno, incluso a veces desde el estante polvoriento de la biblioteca donde se apila con los demás. Allí está cuando abrimos y leemos, ahí está palabra por palabra,… “¿ A donde te escondiste, /amado y me dejaste con gemido?/ como el ciervo huiste, habiéndome herido; …

No tenía pluma ni papel en la celda, todo lo recogía y memorizaba sólo para si, no podía salir mas que para recibir humillaciones en el suelo del refectorio; la luz entraba con la nieve y la ventisca sobre su cabeza a lo alto de la pared, una nevera que en algunos meses se convertía en horno. Y él ahí con su poema naciendo y ocupando la montaña, solo en su cabeza, palabra por palabra…”Oh bosques y espesuras,…” recitaba .

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Dicen los estudiosos del santo, como el p. carmelita José Vicente Rodríguez, que no llegó nunca a sufrir el síndrome de Estocolmo retractándose de seguir a Teresa y su reforma empezada en Ávila. Mantuvo siempre la cordura, hasta que se lanzó a la luz de la luna con sus ropas en forma de soga desde la ventana. Corriendo tras la caída como una sombra, se fue al convento de monjas de Teresa, que al verle tan desfigurado, le consolaron con un postre de peras con canela.

Después de estar muchas veces leyendo y caminando por esta montaña de Juan, sé que ella fue la que liberó internamente su vida de todo. Me imagino detrás de estos bosques, la ciudad de Ávila, el hielo cristalizado en el borde de la almena, los valles nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, todo bañado de magia poética, en unas bodegas reales que en medio de la montaña aparecen, para recrearse, emborracharse de amor, y seguir viviendo, música muy callada oída una y mil veces en las horas de encerramiento, y cenas poéticas que recreaban a nuestro santo mas que el pan que tras los barrotes le lanzaban.

Cuando miramos nuestra ciudad, aparece como una imagen mítica, mágica, recién salida de un poema como este. Detrás de estos versos sin duda está esto que vemos. Dice Wallace, “ Le recordaba cuanto había necesitado/ un lugar al que ir por su propio camino,…Cómo había vuelto a componer los pinos,/ apartado las rocas y andado con cuidado entre las nubes./ Parece que esta roca y su montaña están tan cerca de todos. Sobre las dificultades de la vida, a veces tan duras como las que pasó nuestro santo, está lo vivido de veras, y eso, en forma de montaña, ya nunca se irá. Pero somos nosotros los que tenemos que componer todo palabra por palabra. Tenemos que apartar rocas, tenemos que andar entre nubes, subiendo a las cavernas de piedra . Y podemos vivir todo esto de manera placentera y fácil: abriendo en estos días de la fiesta de San Juan de la Cruz, su poemario, su montaña, su roca. Según nos dice Stevens : “ la roca exacta donde sus inexactitudes/ descubrieran, por fin, la vista hacia la cual habían avanzado,…”

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