Ven, vive conmigo , y sé mi amor

y probaremos todos los placeres

que producen los bosquecillos, las colinas y los campos,

el bosque, o las montañas elevadas.

 

Y nos sentaremos en las rocas,

y veremos a los pastores alimentar sus rebaños,

por rios poco profundos, por cuyas cascadas

pájaros melodiosos cantan madrigales.

 

Y te haré una cama de rosas

y un millar de ramilletes frangantes

una gorra de flores y una túnica

todo bordado con hojas de mirto,…

Cristopher Marlowe

El pasado fin de semana si cogías un coche para desplazarte desde Ávila hasta Arenas de San Pedro, te encontrabas en un momento sumergido en una estampa del pasado, rotunda y dinámica, la trashumancia de las vacas que de Extremadura subían a los frescos pastos de Castilla. Subiendo el puerto al ritmo de los rebaños, sentías que el coche con toda su tecnología, tenía que acomodarse al paso de las vacas, y el motor parecía rugir como un mamífero mas.

La Sierra oscura del invierno se llena en estos días de luz, con los piornos florecidos, las flores silvestres de los barbechos, las praderas encharcadas que este año están mas secas de lo normal en estas épocas, los ríos y arroyos bajando entre rocas, espumeando el ambiente con su movimiento.

Parece que entras así de golpe a una parte de tu pasado que aun está viva y que te pide a golpe de cencerro que la protejas como parte de tu patrimonio, la Trashumancia, y que en ella descanses un rato. Hubo hace siglos un poderoso grupo de personas que unidas bajo el nombre de la Mesta, eran una de las organizaciones mas poderosas del país. Parece que procede etimológicamente del adjetivo mixto que significaba mezcolanza, personas de muy distinto tipo social y laboral formaban parte del mismo, de señores a medianos propietarios, aristócratas ricos y eclesiásticos , ganaderos pequeños y pastores. También puede proceder del vocablo bereber mechta, es decir las majadas invernales del ovino.

Esta asociación en Castilla tuvo mucho poder, incluso llegaron a tener la jurisdicción legal desde el reinado de Alfonso X que puso estos privilegios en 1273, en las manos de sus administradores, que se comportaban como verdaderos alcaldes.

Los caminos por los que atravesaban el territorio, las cañadas siguen tan marcadas en el territorio, con unos derechos sobre el mismo claros y rotundos, que hacen que ahora, muchos siglos después, incluso en esta época de las comunicaciones rápidas por medio del coche y el ferrocarril, sigan manteniéndose, y puedan ser las “autopistas” de las vacas que por ellas estos días se mueven.

Está la sierra preciosa, los ganados se mueven en la cañada conducidos por las caballerías, y los pastores pese al esfuerzo de las largas caminatas, vuelven a su verdadero oficio, y disfrutan.

La belleza de la sierra ha llevado desde hace siglos también a cantar todas estas cosas, dando cuerpo a un tipo de poesía que es la pastoril. Lo idílico del paisaje en primavera, ha llevado desde siglos a idealizar la vida en el campo. La sierra llena, con su capa de colores, habla en la boca del poeta de la belleza de lo natural, desde que el griego Teócrito creara este género poético, donde los personajes son pastores que buscan en la naturaleza el consuelo para sus males. El paisaje pasa de ser el fondo de la historia contada, a irrumpir como el protagonista, dando cuerpo al tópico del “ locus amoenus”. Virgilio cantó estos versos, y el Renacimiento castellano continuó en su rastro, con Garcilaso de la Vega.

Reconozco que esta “evasión pastoril” siempre me ha encantado. Sé de la dureza de la vida al aire libre, de las noches a cielo raso, el dolor de los pies desgastando sandalias, la soledad y el aire racheado , la lluvia, la nieve y el pedrizo. Las tormentas, las plagas y el desapego de los pastores de sus familias, compartiendo el tiempo con su ganado y el cielo que sobre ellos sienten que se cae. Releo poesía pastoril como esa tan bella de Christopher Marlowe(1564-1593) el eterno contrincante de William Shakespeare, que dice esto de “ ven, vive conmigo y sé mi amor,/ y probaremos todos los placeres/ que producen los valles, los bosquecillos, las colinas y los campos,/ el bosque , o la montaña elevada,/….y te haré una cama de rosas,…”

Estaba estos días metida en estos versos, recitando a la vez el Cántico Espiritual de nuestro paisano San Juan de la Cruz, viendo cómo estos idílicos paisajes son el fondo y el protagonista a la vez de mi propia vida y de la existencia de todos nosotros. Que todos los hombre somos realmente animales gregarios, y nos gusta vivir así. Que seguimos a los pastores que divisamos en nuestra cañada, y que esto que parece ser nuestra salvación y felicidad puede, y es a menudo, el pozo amargo de nuestra existencia. Pastores que guían pero a veces nos preguntamos que hacia dónde nos llevan y la revisión de los objetivos y metas nos dirige aquí o nos saca de allí. Decía San Juan a quien quería escucharlo que la mirada de Dios es el amor, ese pastor de las almas, mientras atravesaba media España a pie, calculan de mas de 35.000 kilómetros recorrió en su vida. Aquí está sin duda el filtro por el que pasar a cualquier pastor que aterrice en nuestras vidas. Un filtro llamado amor.

Realmente la actualidad tan llena de despropósitos, violencia, y terrorismo a veces no nos deja ver el fondo de la vida, de la nuestra, que en estos días se pinta con los colores de la primavera. Y sobre las rocas que berroqueñas se dibujan en el horizonte me gustaría recitar así en voz alta, “oye pastor, … vive con nosotros, y sé por favor nuestro amor”.

Articulo publicado en el Diario de Ávila. 29 de junio. 2017

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